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Para los pediatras es oportuno recordar la posición de la Academia Americana de Pediatría con respecto a los efectos de los conflictos armados en los niños. Los conflictos armados son cualquier forma de disputa, dice la Academia, que consigo significa o conlleva el uso de armas de muerte, violencia o la fuerza, dentro o fuera de los límites territoriales y sea con actores nacionales o extranjeros, por parte de los gobiernos o de otras agrupaciones. Ejemplos de esos conflictos son las guerras entre países, dentro de los países, entre sus miembros o etnias, en forma de guerrillas o en luchas políticas internas que incluyen los asesinatos políticos u organizados e impuestos desde arriba mediante golpes de Estado, o entre grupos criminales, traficantes o terroristas.

Las guerras traen consigo la destrucción de ciudades completas y la muerte de una mayoría de civiles. En la primera década del siglo que vivimos, el 90% de las muertes en las guerras son civiles, como lo cita el documento de la Academia, entre los cuales los niños constituyen un número importante. La actual guerra de Israel contra el terrorismo de Hamás ha producido la muerte a más de 4,000 niños en la zona de Gaza y un número aún no conocido de niños israelíes de todas las edades, entre bebés y adolescentes, como producto del brutal acto de terrorismo del 7 de octubre pasado. Además, se calcula que alrededor de 30 niños fueron secuestrados en la misma acción terrorista de Hamás, del 7 de octubre. En la guerra, las muertes no se calculan de antemano; en los actos de terrorismo sí se calcula la masacre.

Los conflictos armados afectan a los niños de forma directa y de forma indirecta. No solo sufren daño tisular de alta energía o la muerte, producidas por armas de fuego de alta energía destructiva, sino también daño de la salud mental, del comportamiento social posterior y una intromisión negativa al desarrollo normal, con retraso duradero o permanente. ¿Qué podemos curar a ese niño que presenció entre llantos la pistola disparada a quemarropa al cráneo de su padre o la violación carnal a su madre o a su hermana? ¿Qué, de la vivencia de la mutilación violenta de los brazos de su madre, para separarlo de ella, o presenciar trozos de carne despreciados en una vagoneta junto a los cuerpos desmochados de sus seres queridos, para pasar horas sin un abrazo? Y, ¿qué de pasearlos cual trofeos en una camilla ensangrentada, preguntando por sus padres, entre el tumulto de gritos, maldiciones y alegrías?

En las tempranas edades del niño, la separación de los padres es muy nociva y los cambios de hogar y de escuela dan resultados negativos y fracasos difíciles de superar. ¿Qué ocurre por sus mentes frente a las ruinas de sus hogares, el incendio de sus propiedades, la demolición de sus parques de juego, las explosiones en sus barrios? ¿Cuánta incertidumbre se apropia de ellos, dónde ir, dónde estar, por cuánto tiempo? Estos daños indirectos, como lo son a las instalaciones escolares y de salud, también son desastrosos en el desarrollo de los niños. Y, ¿qué de presenciar armas y explosivos, rostros encubiertos de hombres y mujeres armados o heridos, por los pasillos de sus escuelas o las salas de sus hospitales o en los altares de sus iglesias? Los lugares seguros para ellos se convierten en inseguros y les dejan huellas de terror y dolor, o siembran odios y venganzas. Nada de esto dificulta comprender la prevalencia aumentada en estos adolescentes y niños de trastornos como el estrés postraumático, la depresión, la ansiedad y los síntomas psicosomáticos persistentes por muchos años. Su atención profesional requiere la prontitud que el pediatra reconozca y que las instituciones de salud ofrezcan.

Solo lo que ocurre en retraso escolar con la destrucción de las escuelas, el desarrollo de habilidades motrices y sociales con la pérdida de áreas y parques de juegos, o los efectos sobre la vacunación y el manejo de enfermedades crónicas cuando se destruyen las facilidades higiénicas y hospitales, es suficiente para que se establezcan normas extraordinarias y urgentes para resolver estas serias falencias. Los riesgos de epidemias se multiplican como las complicaciones por la ruptura del diagnóstico temprano y seguimiento de enfermedades agudas. Igualmente, crecen el hambre y la desnutrición aguda y crónica en estas poblaciones en fase de rápido crecimiento y desarrollo, con lo cual se afecta el crecimiento y función de los sistemas metabólicos e inmunológicos, como del desarrollo cognitivo. A esto se suma la necesidad de migrar como refugiados y encontrar los obstáculos que presenta el no conocer el idioma ni la cultura ajenas, que cada país receptor debe tener en consideración.

El otro riesgo que producen estos conflictos armados es convertir a adolescentes y niños en combatientes. Con ello se exponen a serias violaciones de los derechos humanos: se les tortura y se les amenaza de muerte, se exponen a enfermar por drogadicción, a la explotación y violación sexuales, a infecciones de transmisión sexual, a trabajos forzados, al matoneo o bullying. Todo esto aumenta los riesgos de muertes por suicidio en estas poblaciones pediátricas. La Convención de los Derechos del Niño de Naciones Unidas ha identificado seis violaciones graves de los derechos humanos, que constituyen una ruptura con la ley humanitaria internacional: (1) reclutamiento y uso de niños como combatientes, (2) asesinato o mutilación de niños, (3) violencia sexual contra el niño, (4) ataques contra escuelas u hospitales, (5) secuestro de niños y (6) negación al acceso humanitario.

Los niños tienen derecho a ser protegidos de cualquier forma de daño, como lo establecen varios artículos de la Convención: derecho a la vida, artículo 6; derecho a no ser separado de sus padres, artículo 9; derecho a ser protegido contra toda forma de abuso, artículo 19; derecho a atención especial, como a la adopción en caso de estar privado de familia, artículo 20; derecho a ser protegido de explotación económica, artículo 32; derecho a ser protegido de drogas ilícitas, artículo 33, y derecho a ser protegido de toda forma de explotación sexual, artículo 34. Igualmente, los niños tienen derecho a promover todos sus potenciales de vida: derecho al cuidado y atención de la salud de los mayores estándares, artículo 24, y derecho a formas de vida que aseguren un desarrollo adecuado para su salud física, mental, espiritual, moral y social, artículo 27. A estos derechos, vale recordar a la participación en sociedad y a tener voz alta y activa: derecho a una identidad (nombre, familia, nacionalidad), artículos 7 y 8; derecho a expresar libremente sus puntos de vista y ser escuchado, artículos 12 y 13; derecho al acceso de información, artículo 17, y derecho de los niños con incapacidades a disfrutar de la vida y con participación activa en la sociedad.

La guerra es un lenguaje de violencia, sordo, donde su necesidad suele obedecer a tomarse territorios, destruirlos o a defenderse de ello. El terrorismo no es una guerra, es el lenguaje del miedo y el horror para doblegar al ser humano. Los niños de la guerra o del terrorismo siguen siendo niños y son el resultado doloroso de la destrucción de la dignidad del ser humano. Es cierto que hoy hay una guerra contra el terrorismo, del útero de adultos, que convierte Gaza en un “cementerio de niños”, como los describe Naciones Unidas. Al 31 de octubre, el 41% de los 8,805 muertos por la guerra en Gaza son niños. Ya se cuentan más de 10,000 muertes. Niños también murieron, fueron heridos y secuestrados en el ataque terrorista de Hamás el 7 de octubre. Lastimoso que ese mismo organismo no hubiera usado su virtud de disuasión para condenar y demoler el instrumento del terrorismo de Hamás para moldear la opinión pública a su favor: el usar niños, como escudos de sus crímenes, en los templos sagrados de los hospitales, las escuelas y las iglesias.   Publicado por el diario La Prensa, de Panamá, el viernes 10 de noviembre de 2023

El autor es médico pediatra y neonatólogo

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