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En el 2018, las ganancias de la minería a nivel global estaban alrededor de $600 billones anuales. Hoy hay registradas 22,609 minas activas y 159,735 abandonadas. En el año 2020, había solo 70 minas metálicas en Canadá; sin embargo, el 60% de las mineras en el mundo es canadiense. Algo así como que “nadie es profeta en su tierra” o allí te hacen respetar la ley.

La vocación por el dinero aboca a las mineras a utilizar cualquier método con tal de lograr la mayor cantidad de activos productores de minerales. Y eso no parece ser diferente en Panamá, donde First Quantum Minerals (FQM) promueve con sus socios nacionales, las ideas de que su operación es vital para la economía istmeña y que su afectación negativa, que seguiría a un fallo de la Corte Suprema de Justicia y/o a la fuerza de los ciudadanos en la calle sobre importantes aspectos legales y constitucionales de soberanía, seguridad jurídica y corrupción, nos llevaría a la ruina económica.

Conocida la creciente demanda de metales y minerales “para satisfacer las demandas de la transición energética verde”, los resultados de investigaciones en el campo de la contaminación con tóxicos de la tierra, la atmósfera y las aguas, tienen una grave y seria repercusión en la salud humana. No es lo mismo tener ricos yacimientos de metales y minerales en el subsuelo y ser minero. Panamá, con una abundante diversidad ecológica y un compromiso de cruzar barcos de un océano al otro, debe proteger su riqueza verde, las aguas que la sostienen y embellecen y la vida humana.

La ruta de los tóxicos de los metales, desde los deslaves de desechos de las minas a los seres humanos, es simultánea por inhalación, irrigación o inundación, por erosión de la tierra, contacto con la piel y por ingestión. Unas formas refuerzan la contaminación de las otras. Avanzan por aire, agua y tierra en partículas de diversos tamaños hechas polvos.

Los deslaves llevan arsénico, cadmio, cromo, cobalto, cobre, plomo, manganeso, níquel, zinc y varios que no tienen ningún rol biológico en los humanos, y sí están asociados a enfermedad. Se acumulan, precisamente en los eritrocitos de la sangre, en los tejidos que hacen la malla o estructura de los órganos. Allí, no son removibles, y, mientras tanto, interfieren con los procesos metabólicos de la vida. La toxicidad de ellos depende de la dosis absorbida, la ruta de exposición y la duración de esa exposición. Estos metales interrumpen el crecimiento, la reproducción y la diferenciación celulares y de los procesos biológicos de reparación y de eliminación de la basura celular (la apoptosis celular). Algunos alteran el material genético y producen una especie de inestabilidad genómica, lo que conduce a la génesis u origen de diversas formas de cáncer.

Hace 2 meses, la revista Science publicó una evaluación global sobre los impactos de la minería metálica en los ríos y quebradas. Sus primeras líneas revelan que la producción anual de desperdicios sólidos de la minería que transportan los ríos asciende a una tercera parte del balance de los sedimentos de la Tierra y que aproximadamente 1 millón km2 del mundo está cubierto por tales sedimentos. Señala que, aproximadamente, 23.48 millones de personas residen en unos 164,000 kilómetros cuadrados de llanuras aluviales, esas partes de la geografía física que describen las montañas y contienen cauces que pueden ser inundados ante una eventual crecida de sus ríos, afectadas por las concentraciones potencialmente peligrosas de desperdicios tóxicos. El análisis del rol de la minería metálica a nivel mundial afecta 479,200 kilómetros de ríos y canales, unos 5.72 millones de cabezas de ganado y unos 65,000 km2 de tierras irrigadas. Y estas cifras son un subregistro.

A pesar de las presas de relave, los desperdicios de las minas metálicas activas o las abandonadas llegan a los ríos a lo largo de varios kilómetros más abajo, donde esos sedimentos tóxicos exceden los valores que permitirían una intervención correctiva y crean un serio riesgo a los ecosistemas y a la salud humana. Imagino al poblador panameño, que vive en regiones donde se explota la mina de Minera Panamá y otras, o al agricultor que se vale de las aguas de los ríos y la lluvia para su higiene y para la producción de alimentos, quien hace sus siembras en las tierras bajas, a lo largo de los ríos. Ese mismo hombre de montaña y valles o llanuras, inhala el aire contaminado, se baña en los ríos contaminados, toma el agua de esos ríos para saciar su sed o para bañarse; lo hacen también sus hijos y familias, sus animales domésticos, la vaca lechera o las de los potreros. Todos han ingerido sedimentos, hierbas, insectos, carnes, plantas o legumbres de las tierras inundadas con venenos. Se contaminan las legumbres y verduras de siembras domésticas o comerciales, al ganado vacuno productor de leche, al pescado y mariscos de los ríos. Si los tajos de la minería se hacen en zonas para la agricultura, como no quisieron ver, ni siquiera nuestros “negociadores”, es criminalmente elevado el riesgo de contaminar alimentos y seres humanos. Desafortunadamente, varios años pasan antes de reconocer a los enfermos por estos envenenamientos, mientras la industria adicta a esconder la verdad niega el sello de muerte de la minería metalica.

La exposición a altas concentraciones de materia tóxica pulverizada, como la que el viento mueve en la atmósfera está asociada con enfermedades cardiovasculares: infartos cardíacos y cerebrales, arritmias y falla del corazón. La principal causa de isquemia cardíaca y otros trastornos del corazón es la polución de partículas pulverizadas en la atmósfera. Leonardo Lucas da Silva-Rego y otros autores nos recuerdan la asociación con el infarto cerebral, la esclerosis múltiple, la enfermedad de Alzheimer y la enfermedad de Parkinson e induce modulaciones en la expresión genética de vías reguladoras del sistema cerebrovascular, la enfermedad de Parkinson y la demencia. El sistema respiratorio es también asiento de las partículas pulverizadas y su toxicidad manifiesta con enfermedades agudas y crónicas. Según el tamaño de las partículas ellas quedarán en las vías superiores o a nivel alveolar, las partículas más pequeñas. Bronquitis, neumonías, asma bronquial, enfisema y fibrosis pulmonar difusa, enfermedad pulmonar obstructiva y cáncer pulmonar, son algunas de ellas.

El abandono de minas ofrece la desafortunada oportunidad a los habitantes aledaños a ellas, de ocupar las tierras baldías contaminadas para hacer su vida, vivienda y la fuente del sustento doméstico y comercial, para la agricultura o la ganadería. El riesgo a la salud es exponencial y entre más años de abandono tiene la mina, mayor es la contaminación acumulada. Varias estructuras celulares de los riñones sufren daño: glomerulonefritis, insuficiencia renal, hipertensión arterial, requerirán diálisis y en un tiempo que no llega, trasplante renal en poblaciones tan abandonadas como aquella mina.

Estamos delante de la ideología de los negocios frente a la ideología de la medicina, una disputa bioética que no quieren dirimir los gobernantes. Nosotros no somos tierra de minería, aunque sea nuestro subsuelo rico en minerales, aunque el crecimiento futuro y la transición energética dependa del sector cuprífero, aunque ofrezca y crea oportunidades lucrativas. ¿Por qué tenemos que ser nosotros quienes sacien la sed y el apetito por cobre de China, o la vocación por el dinero de algunos otros?  Publicado por el diario La Prensa, de Panamá, el 17 de noviembre de 2023

El autor es médico pediatra y neonatólogo

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