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Las vacunas son biológicos artificiales que se elaboran con el propósito de inducir protección o inmunidad contra enfermedades específicas a quien las reciba.  La tecnología para elaborar las vacunas  son variados y mucho más elegante de como Edward Jenner lo hiciera, en 1796.  Para vacunar contra la viruela, Jenner, a partir de obtener fluido de las vesículas de un animal vacuno con la enfermedad lo aplicó a un niño de 8 años de edad, raspando su piel. Para entonces, los efectos de la viruela en la sociedad eran devastadores.

 

Lo primero que debemos conocer es que las vacunas previenen la enfermedad para la cual se vacuna.  Esto no necesariamente significa que modifican la contagiosidad de esa enfermedad.  Sin embargo, se espera de alguna forma, directa o indirectamente, que lo haga.  De hecho, al disminuir significativamente el número de personas susceptibles a la enfermedad, crean una inmunidad de grupo o de rebaño, particular para cada enfermedad, porque se interrumpe la posibilidad de contagio.

 

La mayor parte de las vacunas actuales requieren de más de una sola dosis para dar protección suficiente y duradera.  Son las dosis refuerzo.  Su eficacia también tiene un calendario para que la respuesta de producción de anticuerpos sea óptima.  Dosis refuerzos que se alejan de las recomendadas, ya sea porque se adelantan o porque se atrasan, pierden esa capacidad de reforzar la respuesta inmunológica de la persona. Hay otras vacunas cuyo contenido debe ser actualizado según el virus que circule, como ocurre con la vacuna anual o bianual contra el flú de temporada (“seasonal flu”).

 

Es frecuente la pregunta de si la vacuna “previene” o solo “alivia” la presentación de la enfermedad.  Hace las dos cosas o ninguna de las dos.  Hay personas que no responden a las vacunas con la producción de anticuerpos o con la memorización, en células específicas, de la partícula que le alerta al cuerpo de la invasión indeseada de un agente infeccioso.

 

También hay vacunas que producen manifestaciones -una o más- de la enfermedad para la cual se ha colocado.  Por ejemplo, la vacuna contra la parotiditis (paperas), puede inducir una inflamación de las glándulas parótidas del vacunado, algunos días o semanas más tarde, o la de la rubeola, una erupción febril por rubeola postvacunal.  Estas “enfermedades modificadas” suelen no ser ni serias ni contagiosas a los contactos del vacunado, sin embargo, se recomienda que los niños recién vacunados con algunas de ellas, no frecuentes personas que están temporal o permanentemente suprimidas inmunológicamente, como personas en tratamientos inmunosupresores por cáncer.

 

Todas las vacunas tienen buenas razones para producir efectos adversos. Algunas personas creen que, si el niño recién vacunado no presenta fiebre, seguramente que la vacuna “no fue buena” o no le ha producido inmunidad protectora.  Esto es falso.

 

La reactividad de las vacunas -y hay vacunas muy reactivas y otras prácticamente no reactivas- depende de varios factores propias de ellas y propias del individuo vacunado.  La inmensa mayoría de los efectos adversos son bastante inmediatos, de poca duración y de baja intensidad.  Otros efectos adversos son serios y deben advertirse.  Algunos, como los alérgicos, pueden postergar la vacuna o hasta desaconsejarla.  Otros, como la gravedad de una situación de epidemia, por ejemplo, o un embarazo en los extremos del inicio o la finalización pueden modificar las conductas usuales de la vacunación.

 

Es importante reconocer que la relación temporal entre la fecha de la vacunación y la aparición de algún efecto adverso o la misma enfermedad para la cual se ha vacunado, pueden producir mucha confusión y hasta darle un mal nombre a la vacunación y a la vacuna.

 

Ocurre con frecuencia con la vacuna inactivada contra el flu, que se usa en Panamá.  Una vacuna inactivada no reproduce la enfermedad para la cual se vacuna.  Si me acerco a vacunarme con esta vacuna en la época o temporada que ya circula el virus del flu, no es nada improbable que esté recibiendo el biológico cuando ya estoy infectado.  Los síntomas de flu”, son por la enfermedad, no por la vacuna.  Particularmente esta vacuna que es inactivada, es decir, no tiene partícula alguna del virus del flu, que produzca la enfermedad.

 

También se da el caso de que alguno de los otros componentes de la vacuna, condicionen algún efecto adverso menor.  Más seria y dolorosa es la confusión cuando la vacunación del niño coincide con un momento de su desarrollo anormal que no se había reconocido.

 

Una vez las vacunas han sido aprobadas por su eficacia y su seguridad para uso en grandes poblaciones humanas, se sigue vigilando estrechamente el comportamiento en cada vacunado porque efectos desconocidos y extremadamente raros aparecerían y solo se vienen a conocer, por su rareza, cuando mayores poblaciones de personas son vacunadas.  Es entonces cuando vamos ampliando la información necesaria, tanto para los hombres y mujeres de ciencia como para los clínicos y para la población, a quien se le debe respeto y educación.  Antes de tener esa información, la honestidad del proceso científico de vacunación exija que no se promueva lo que no se ha probado y que se hagan las advertencias, que hasta entonces, no superan como costos, los beneficios de la vacunación.

 

El comportamiento humano es predictivo.  Por ejemplo, toleramos mejor los daños producidos por la enfermedad o un desastre natural, que los producidos por una medida creada por el hombre, como una vacuna o la rajadura de un dique de una represa; como ya no vemos parálisis fláccida por polio o asfixia aguda y cruenta por difteria,  creemos más riesgoso vacunar contra el polio y contra la difteria; porque no comprendemos qué indica, no entendemos la exigencia de un ensayo prospectivo, controlado con placebo y doblemente ciego, y optamos por válida y suficiente una solución anecdótica.  Se abraza más pronto una noticia escandalosa y mal intencionada, que una información veraz, y se deslegitima el mensajero antes que el mensaje.   27/12/2020

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