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A los católicos se nos ha enseñado a amar al prójimo, perdonar, aguantar dolor y pobreza, poner la otra mejilla, que una mano no se entere de lo que hace la otra. ¿Será por eso que el mundo no es peor, que al prójimo lo echamos a la mar, que la indolencia se trasladó de las palabras a las acciones, que una mano puede robar mientras la otra “no mira”, que glorificamos la pobreza y seguido, al pobre lo abandonamos en su Monte de los Olvidos, que al humanismo lo tildamos de racionalismo ateo o guillotina de la Ilustración?

Esto que escuché en una emisora hace unos días, pero que es eco y relámpago en la sociedad de hoy, me dejó incómodo: “es un abuso infantil cruzar el tapón del Darién con niños con síndrome Down, parálisis cerebral o niños de pecho”. Sentencia categórica que ilumina sobre la doble moral, el materialismo salvaje, una cobarde huida del epicentro del problema político, social y familiar e hipocresía. Quizá haya, además, una lacerante falta de atención del derredor, porque esos niños mencionados, ¿a quién se le dejan? ¿Quién los recibe?

La migración no es un delito y los migrantes no son delincuentes, a no ser que cometan crímenes. Hay migraciones y migrantes por variados motivos que acaparan denuncias por violación de fronteras y descalificativos como delincuentes, que no son. El manejo de su estado debe ser administrativo, no penal. No reguladas las migraciones, cierran los caminos al humanismo, prohibidas cierran los caminos a la paz.

¿Cuántas veces no vemos enfrentados actos de humanismo con el cumplimiento de la ley? La persona virtuosa inclina la balanza por actos de humanismo. ¿Por qué, en su lugar, no se denuncian los motivos por los cuales familias enteras recurren a migrar ilegalmente y se exponen a enfermedad y muerte, y a sus niños, además, a la orfandad?

¿Será que los gobernantes del continente son cómplices de la comodidad, cobardes frente a la violencia contra otros, timoratos para confrontar el autoritarismo y la arbitrariedad de vecinos que usurpan poder y derechos? Las satrapías violan los derechos civiles, políticos, económicos, culturales y sociales de las gentes y, a esas mismas gentes les violamos sus derechos humanos cuando se protegen de aquello.

El humanismo, como bien lo recuerda Kenneth Henley , “se usa en ética dentro la teoría de los derechos y deberes, o, dentro de la ética de las virtudes” y de allí que, como cita a Chandran Kukathas, entre las razones para la migración sin fronteras están el principio de la libertad, primero, y el principio del humanismo, como segunda razón. Las migraciones se pueden escrutar desde la justicia distributiva, los derechos humanos y la virtud del humanismo, como desde el punto de vista de los ciudadanos legales que reciben ciudadanos ilegales.

Esta perspectiva tiene que considerarse, la otra tiene fundamentos teóricos que pueden o no ser aceptados por los residentes de un país, sea que el migrante pasa o se queda. Por ello, se produce una gran tensión conceptual y práctica.

No defiendo las migraciones masivas, ellas son resultado, no origen. Defiendo la protección a los que migran. Ojalá no hubiera migraciones, pero existen como un derecho de los perseguidos por otros o de cualquier ser humano que busca la perfección de su condición o bienestar, como respuesta al terror y los conflictos que inducen los abusos de otros hombres, quizás en la esperanza de vencer la pobreza sembrada por las clases gobernantes y políticas, que heredaron los hábitos de los colonizadores de nuestro continente. La política de abusos es vehículo que genera migración masiva.

No es cierto que la existencia y vigilancia de los Derechos Humanos sean la causa de las violaciones a las fronteras. Tampoco es cierto que existe negligencia y abuso infantil cuando sus padres prefieren traer consigo sus niños, mientras huyen, en lugar de abandonarlos. Son decisiones muy difíciles. Claro que son dolorosas las imágenes de estos niños sufriendo el paso, el frío, el hambre, la desnudez y la muerte de los suyos. Lo mismo que han sufrido de donde escapan y por lo que huyen. Igual dolor y pena debe causarnos contemplar los ríos humanos de personas despojadas de su dignidad, de su honra, de sus esperanzas, de sus bienes abriendo brechas entre el lodo, los abismos, los golpes del agua de los ríos y las inclemencias del tiempo. No es si el río humano inunda nuestras fronteras, es de lo que está hecho ese río. Los 106 kilómetros andados y por andar no han servido para disminuir el sentimiento restrictivo hacia las migraciones y los migrantes, unas veces xenofobia, otras veces ignorancia.

Como ha señalado Deborah Wolfe, por ejemplo, en Venezuela, el 57% de los miembros de una familia están restringidos de alimentos y el 42% de los niños están desnutridos. Hoy, la mayoría de estos migrantes que cruzan el Darién son venezolanos. No hacen turismo, huyen. Sufren las desigualdades y disparidades entre naciones, creadas por otros antes que ellos. ¿De qué y quién huyen? No seamos cobardes, denunciémoslo. Huyen de la dictadura del chavismo, heredada por sátrapas que rompen carnes y huesos para mantenerse en el poder con plata para los amigos y plomo para los enemigos. Ahora, sí es necesario una forma de seguridad policial de las fronteras para detener el paso de aquellos que pretenden e intentan hacer daño en el territorio nacional, pero no para poner presos a quienes buscan prosperidad y libertad.

En lugar de enjuiciar a los padres de estos niños, dediquemos esfuerzo y cabeza para, frontalmente, oponernos con seriedad y contundencia a los regímenes que burlan las ofertas electorales, desgajan la letra de los derechos humanos, se enriquecen creando pobrezas, persecución y miedos, y, en el otro frente, ofrecerles cuidado y atención del más alto nivel, calidad y calor a estos niños y familias. Debemos reclamar las virtudes sociales: el humanismo, la benevolencia, la generosidad, la amabilidad y la gratitud. Es urgente reconciliar las virtudes del humanismo con el respeto y cumplimiento de la regla de la ley, ley que, porque regule la inmigración, no tiene porqué desobedecer los derechos del migrante. No existe incompatibilidad entre lo uno y lo otro, aunque haya tensiones. Siempre será un asunto de derechos y de justicia, de simpatía y benevolencia. No tenemos porqué agregar más angustia y dolor a quien migra en estas circunstancias.

El abuso infantil y la negligencia constituyen un complejo marco de situaciones que alteran el normal crecimiento y desarrollo emocional del niño, las consecuencias son duraderas, se prolongan a la vida del adulto, quien será otro abusador. Sin embargo, sus definiciones varían de cultura a cultura. En el caso de los niños migrantes, más que abuso físico podría considerarse negligencia, que no lo es. La negligencia ocurre cuando los padres o uno de ellos falla en lograr las condiciones y recursos para que el crecimiento y desarrollo del niño no se afecten negativamente. Como bien lo señala Kairys, la pobreza, que lleva a este fracaso, debe separarse del acto de omisión. Es precisamente esta situación de pobreza, de la que huyen estos padres migrantes. Tampoco es la utilización de los niños para facilitar la recepción en los países donde migran, cuando conocemos la cruel separación de padres e hijos, que se ha constituido en arma de disuasión en las fronteras.

El año pasado cruzaron el Tapón del Darién, 248,284 personas, para el lunes 31 de julio de 2023, ya habían cruzado la jungla panameña del Darién, 248,901 personas, entre ellos, 40,000 niños, la mitad de ellos, menores de 5 años de edad. Esta crisis hay que resolverla con transparencia y de cara al humanismo y, como ciudadanos, dar gracias que no estamos nosotros en esa horrible pesadilla, que es migrar sin conocer el camino.   Publicado por el diario La Prensa, de Panamá, el viernes 29de septiembre de 2023

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