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Un reciente libro que mira críticamente la formación equivocada que le damos a los niños y a los jóvenes -con buenas intenciones- sugiere que es ella la que genera o prepara  para el fracaso. Incluso se cuestiona su rol en la génesis de la epidemia de suicidios registrada en los colegios y universidades de los Estados Unidos.

 

La rigidez de la educación, tanto en casa como en las escuelas; la exigencia por la excelencia computada en calificaciones periódicas; el desprecio por los aspectos humanistas del comportamiento, como la empatía y la tolerancia; la total ignorancia sobre los aspectos del desarrollo emocional, cognitivo y de habilidades del niño, como sus variaciones normales son todos elementos que distorsionan lo que se debe aprender, cómo se debe aprender, para qué se debe aprender. A mí me espanta conocer las historias que me dan las mamás de mis pacientes.  Las siguientes son historias reales.

 

Yo quisiera que me dijeran ¿qué evidencias probadas científicamente existen para que un parvulario se esfuerce en que el niño Pedro reconozca y se sepa las letras de su nombre y no solo su nombre?  Pedro tiene 2 años. Igualmente, ¿qué evidencia científica enseña que la niña María debe saber multiplicar en el 1er grado de la escuela primaria?  María tiene 6 años larguitos.  Lo digo con responsabilidad:  si Pedro o si María están en una de esas escuelas, sáquelas de allí pronto.

 

¿Cómo es posible que los padres se “aguanten la mecha” de un castigo y un fracaso escolar para su niño de 3 años?  ¿Será que no supo aplastar bien con sus dedos la macilla de hacer figuras o caritas?  ¿O será que se le salió de los límites de la hoja la raya horizontal o la vertical?  ¿O será que Andrés no está acostumbrado a regímenes militares todavía?  Esto está ocurriendo hoy en la mañana y hoy en la tarde en parvularios y pre-escolares.  No quiero ni imaginar qué ocurre en las escuelas primarias.

 

Jugar para los niños es una actividad esencial para su normal desarrollo emocional y social, incluso el intelectual o cognitivo.  Para eso debe ser la razón de matricular a un niño o a una niña en un parvulario o en una escuela preescolar.   Para que vaya a divertirse y mientras se divierte, aprende.  Ya lo he dicho antes, aproveche esos años para que vaya de paseo a un parque natural, a un museo, a una actividad de Teatro, a un partido de algún deporte, a pintar, a dibujar, a tocar un instrumento aunque sea para hacer ruidos o tocarlo.  No le pida que escriba una partitura pero sí puede permitirle que se calce unas zapatillas de ballet o una guitarra y simule que es un artista.  No lo fracase por esto, apláudalo.

 

El juego le permite al niño que crece compartir con otros niños y con adultos que los cuidan y los aman.  Compartir emociones, frustraciones, triunfos o logros.  El juego crea confianza en el niño porque se siente importante, querido, amado, parte del grupo.   Aparte de ello le ayuda a desarrollar habilidades sociales -a socializar- a comunicarse y a crear lenguaje.  El juego genera historias que el niño lleva a su casa y comparte, y las historias generan imaginación, comunicación, exploración.  Con los años y la edad los juegos van cambiando pero siguen siendo una actividad instrumento para el desarrollo y el crecimiento normales del niño.  Ud., padre o madre de familia, no contribuya a que la escuela le ampute este significativo brazo de desarrollo, durante la  formación temprana de sus hijos.

 

No renunciemos a la diversión y juegos de los niños por actitudes filiales basadas en el miedo y la sobreprotección,  no coartemos la curiosidad del niño escolar por una rigidez en la enseñanza que mientras es  extemporánea no es didáctica, y por un  rendimiento académico que debe solo exigirse en años posteriores.  Enseñemos colaboración en lugar de competitividad, respeto en lugar de burla, alcanzar valores humanistas en lugar de posesión y propiedad materialistas.  Sus hijos se lo agradecerán.

26/9/2018

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