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El discurso público no se puede despolitizar y tratar de deslegitimar las nocturnas manifestaciones grandiosas de los jóvenes que creíamos ausentes, es contubernio con el autoritarismo gobernante, equipaje genético del partido que emergió con hurtados colores del útero de golpe, fusil, botas y atropellos.

Los brotes de violencia que se han denunciado saltan de ocultos propósitos que, incluso, podría generar el partido de gobierno. Forma eficaz, hasta que se desnude, de deshacer la coherencia de la acción con la palabra y el sentimiento.

Al formular que la génesis de ellos está en “la politización’’ del movimiento contra el abusivo contrato de minería, de la empresa que a conciencia ha delinquido para hacernos tajos insalubres en la agreste naturaleza, se logra engordar de antipolítica un genuino sentimiento nacional y universal.

Tengamos claro distintos asuntos. Hay política, el arte; políticos, los hombres y mujeres, y políticas, iniciativas y decisiones. También hay politiquería y politiqueros, caricaturas grotescas y detestables de la política y los políticos. En crisis sociales, de gobierno y políticas, se revuelven en una licuadora que, no pocas veces, esconde en su fondo lo genuino y deja flotando la porquería.

Volviendo, tampoco es cierto que obedecemos quienes rechazamos y denunciamos la corrupción en la política y, entre los políticos nuestros, a un “absolutismo puritano moralista”.

Lo que hay es un agotamiento ciudadano, una herida cruenta y sorda a la inteligencia y al corazón, que descarnadamente se viene produciendo a la gente, sin discriminación -excepto y protegida, la membresía partidista- por una ideología de la mentira, del engaño, del enriquecimiento personal e ilícito del privilegiado, aún privilegiado por el voto popular quebrado en tercios en residuos.

Nadie, excepto sus autores, pueden considerar honroso y honrado lograr la firma presidencial a un delicado contrato con la patria en solo tres días, cuando sus modificaciones ni siquiera cambian el espíritu colonizador de los empresarios de la mina, ni el cobarde planteamiento del gobierno.

Cada vez me viene a la memoria repetidamente el vuelo de los mártires por nuestra soberanía, la siembra de banderas por hombres y mujeres de una sola pieza, el pecho erguido y desafiante de un hombre incólume, henchido de amor y patriotismo frente a las bayonetas de la dictadura.

Nos lesionan nuevamente generaciones de aquellos, pero se levantan jóvenes nuevos, que pensábamos ausentes, para iluminar la noche de cantos y antorchas que se mueven como ríos y danzan como aves por nuestras agotadas calles y avenidas, respirando un aire nuevo, a pesar del desigual enfrentamiento con gases lacrimógenos.

Si bien es cierto que la gravedad del asunto minero ha reunido a la gente como un haz, también es cierto que esa reunión tiene invitados de todos los intereses. Sin embargo, enfatizar ese hecho innegable solo busca dividir.

Cada grupo y cada uno tendrá que responder tarde o temprano al vandalismo; ahora la voz es alta y es clara. Lo que no quieren recordar quienes generalizan y acusan las marchas de violencias callejeras es que hay una violencia que las antecede, la violencia inmisericorde desde los estrados de la Asamblea Nacional, donde se burló y se sigue burlando la integridad de la nacionalidad, el bastión de la institucionalidad y la función legislativa.

Que no vengan con cuentos ahora, fueron advertidos y se sonrieron; fueron advertidos y miraron para el otro lado; fueron advertidos y nos mostraron la lengua; fueron advertidos y nos escupieron a la cara; fueron advertidos y engrosaron sus partidas para clientelismo a costa de diezmar presupuestos de queridas instituciones de salud (colmadas de enfermos graves, sin medicamentos) e institutos de investigación (que afrontaron la pandemia de covid-19 con desvelo, ciencia y honradez), para desviar fondos en compras vergonzosas y alquileres familiares; fueron advertidos y se atrevieron a seguir armando un fraude electoral legalizado para el próximo torneo, con modificaciones que solo favorecen diputaciones inmerecidas.

Las diferencias de valores morales y principios éticos le dan espacio a proyectos y propósitos en la política partidista. Las diferencias darían paso a la diversidad y la inclusión en los partidos y a la honradez y verticalidad de los hombres y mujeres que los constituyen; como darían paso al autoritarismo, burla, abuso y delito, donde no se dan desencuentros entre sinvergüenzas y delincuentes.

Si la malicia del ciudadano detecta con precisión rasgos que identifican personajes y propósitos oscuros que no pueden esconderse por más tiempo y se denuncian, tampoco se trata de una campaña de improperios contra una asamblea, un partido político o dos, un expresidente o varios, un candidato presidencial o todos, un ladrón o muchos.

Es, por ejemplo, el coraje el que renace para desnudar un sistema donde se escruta no la voluntad popular, sino la voluntad de quienes modifican proyectos y leyes electorales que no estaban en el paquete inicial de una comisión especial para su propuesta del código.

Es el coraje el que renace para denunciar sin ambages a ciudadanos que permutan la dignidad y la salud de la nación por unos dólares más, que recuperen el desmadre en los manejos de los dineros del Estado, como si esto no volverá a ocurrir tan pronto sientan la tinta y el papel de esos billetes en sus manos. Como señaló Jean Louis Servan-Schreiber, “si no hay opción, no hay coraje”.

Señalar a un responsable de la crisis actual del gobierno y de los partidos políticos es antihistórico. La antipolítica panameña nació dentro de los mismos partidos y tiene montones de actores. El dedo indicador difícilmente falla cuando en la fragua del descontento y la impotencia canta: “allí están/esos son/los que roban/la nación”.

El autor es médico pediatra y neonatólogo

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