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Johnny Stack, como nos lo relata Isabella Backman, se inició en la marihuana en una fiesta de la escuela a sus 14 años, cuando apenas se había legalizado su uso medicinal en Colorado. Esa marihuana la había obtenido el hermano mayor de unos de sus amigos, quien tenía una tarjeta para marihuana medicinal. A los 19 años de edad, después de 5 años de estar luchando contra adicción y psicosis, Johnny muere por suicidio. Tres días antes, nos dice Backman, le dijo a su madre que la marihuana le había arruinado su mente y su vida. Nunca se probó, a pesar de múltiples pruebas de laboratorio, que usara ninguna otra droga.

Hago un paréntesis necesario: toda “marihuana medicinal” aprobada en los Estados Unidos (EU) para adultos contiene THC (el componente adictivo) y CBD (el componente no adictivo). No me sorprende, pero me contraría, que “la ley panameña precisa que el cannabis medicinal está indicado” en una serie de condiciones que no puede sustentar con pruebas de “evidencia sustancial y concluyente”, como lo describe el Reporte de evidencia actual sobre Los efectos sobre la salud del cannabis y los cannabinoides de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina de los EU. Evidencia moderada no avala consideración de evidencia sustancial y concluyente.

Solamente tres condiciones revelaron a este grupo de estudio, evidencia sustancial y concluyente de beneficiarse con el uso de marihuana medicinal en adultos: (1) para el tratamiento del dolor crónico en adultos, (2) como antiemético en el tratamiento del vómito y las náuseas inducidas por la quimioterapia, y (3) para mejorar los síntomas de espasticidad muscular reportada por los pacientes con esclerosis múltiple.

Y, para la población pediátrica, únicamente la marihuana medicinal está aprobada en una forma de canabidiol (CBD) puro, sin THC adictivo, para dos síndromes raros de epilepsia intratable en niños mayores de 2 años de edad: el síndrome de Dravet y el síndrome de Lennox-Gastaut. Y, subrayo, no está aprobada para tratar otras formas de convulsiones en niños. Otras condiciones responden de forma moderada o limitada al uso de la marihuana medicinal, por lo cual no se pueden categorizar como indicaciones con evidencia sustancial y concluyente, aunque exista un interés creciente en su uso.

En los años 1990, las concentraciones de THC de la marihuana eran entre 2% y 4%. Hoy, en la calle, están arriba del 35% y hay productos puestos en el mercado con concentraciones entre 50% y 90%.

No solo esta marihuana no es la misma que pudo haber fumado el abuelo o el padre de un joven fumador de hoy día, sino que, además, hace adictos prontamente y puede también llevar a la muerte. El concepto de que la marihuana no mata, ha muerto.

Las adicciones son enfermedades que se inician en la edad pediátrica. De allí la obligación del pediatra de ofrecer respuestas y no opiniones sobre ellas. En la medida de que la percepción de lo nocivo de substancias adictivas disminuye, así aumenta el riesgo del uso de ellas. No es cierto que usar marihuana una sola vez, no crea adicción. El estudio de la doctora Nora Volkow, del Instituto Nacional de Adicción a drogas, reveló hace años que un 9% entre quienes usan marihuana por primera vez, aunque sea una sola vez, se hacen adictos.

Los efectos adversos del uso temprano y regular de marihuana no suelen reconocerse enseguida y toma varios años para observar el deterioro cognitivo y las diversas manifestaciones de enfermedad mental que produce.

Entre los 10-16 años de edad, el púber como el adolescente socializan, aceptan retos y exploran para probarse a sí mismos capacidad de tomar decisiones y crecer, una forma de adaptación. Esta edad se extiende, incluso, más allá de los 20 años.

No hay duda de que ellos gozan de excelente función ejecutiva, pero no todo el tiempo. Así lo describe Emily Underwood a partir de una entrevista con la neurocientífica Beatriz Luna. De allí las contradicciones que se observan en el comportamiento inconsistente de los adolescentes, cuya madurez de un aspecto de la función ejecutiva y el control cognitivo “Cognitive System” está en transición hacia su nivel adulto, con “la integración flexible de diversos procesos”, entre ellos el control inhibitorio o una forma de auto-regulación, la supervisión del rendimiento y la memoria de trabajo, para mantener la información relevante y alcanzar propósitos. El cerebro prefrontal es la estructura donde se asienta, por decirlo de alguna manera, ese control cognitivo que, para entonces, consideramos el juez de las acciones, el que las califica como correctas o como incorrectas.

Al mismo tiempo, está floreciente y floreciendo esta urgencia por la recompensa a corto tiempo, por alcanzar lo placentero, que promociona la exploración, el interés por lo novedoso, la búsqueda y acumulación de experiencias y la socialización, como bien lo describe la doctora Beatriz Luna y su grupo de la Universidad de Pittsburgh. Esto lo controlan las varias estructuras del sistema de recompensa “The Reward System” con el neurotransmisor dopamina, que la resonancia magnética funcional ha permitido descubrir y entender.

Esa ventana que se abre en la pubertad aumenta el riesgo de uso de drogas, de enfermar de adicción y de cambiar el curso de una vida al no alcanzar la estabilidad ni la producción intelectual y ejecutiva del adulto.

El acceso del público a la flor de cannabis para uso recreativo, con concentraciones de THC por encima del 20%, es hoy día amplio, incluso a concentraciones extremadamente altas de 60% y más. Esto es lo que domina hoy el mercado de la marihuana y lo que marca el conocido sendero del daño profundo al adicto y su doloroso resultado de fracaso y muerte.

La legalización de la marihuana medicinal sin controles serios y rígidos, difíciles de concebir en estadios donde la ciencia, a pesar de ser conocida es apartada para dar paso el negocio, es un serio peligro para la salud de la sociedad. A esa legalización sin celosa vigilancia sigue la del uso recreativo.  Publicado por el diario La Prensa, de Panamá,el viernes 19 de enero de 2024

 

Pedro Ernesto Vargas.  

El autor es médico pediatra y neonatólogo

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