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Piel

 

La piel es un órgano. Un órgano está compuesto de tejidos de diferentes tipos, y los tejidos de células diferenciadas.   Pero la piel es también un espejo, y es esa cualidad la que lleva a cometer improperios contra ella.

 

Todavía no he tenido el gusto de conocer una mamá, de primera vez o de enésima vez, que tolere una manchita, una ronchita y hasta un colorcito diferente a lo que ella espera de su precioso bebé o niño. Y como no toleran nada de eso, se dedican a probar cuanta crema, ungüento, aceite, o recomendación de las otras doctoras de Google para aplicar a esa piel o lesiones. Nunca le preguntan a la piel si la quiere, si la necesita, si estará contenta. Lo cierto es que en una gran mayoría de las veces, la piel llora lastimada.

 

Cuando la piel manifiesta algo con lesiones visibles, primero deje los nervios y las exigencias a un lado; segundo, pregúntese si le parece importante o solo cosmético; tercero, deténgase, que seguro ya va Ud. por mal camino. Otra cosa, la piel tampoco es de los dermatólogos, es de su dueño, de su bebé, de la persona, del individuo.

 

Solo una advertencia: cuando la piel está irritada o inflamada no la irrite más, no la inflame más. Eso es lo que eficientemente hacen todos los menjurjes que Ud. decide aplicarle, o un médico de adultos. Espere, nadie se muere por una roncha. Luego, consulte a un galeno formado en una Escuela de Medicina, que además está especializado en los problemas tan diferentes de los niños. Solo se requiere algo de prudencia, y en los niños, mucha prudencia.

 

 

Cabeza

 

La cabeza suele estar encima de los hombros, pero cuando tiene casco puesto, no piensa 2-3-4 veces para estar encima de la alfombra de una cancha de futbol americano, o debajo de un codo con fuerza centrífuga, o frente a otra cabeza más dura, más terca y más suicida que la suya. Pero no es que necesita el casco puesto para exponerse a estas otras situaciones o posiciones.

 

Como sospechamos, no es solo el boxeo o futbol americano los “culprit” o niños malos de los deportes que inducen daño cerebral o lo suman. Ya se ha confirmado que no se requieren golpes fuertes ni aquellos que casi decapitan a su dueño, sino golpes repetidos no importa su intensidad, para ocasionar desarreglos en la función de las neuronas cerebrales.

 

De todas formas, hay que usar casco, no para buscar los golpes sino para intentar que aumente el miedo a chocarse contigo. Porque, casco contra casco golpea el cerebro también y aunque el golpe no produzca pérdida del conocimiento, su repetición si deteriora la capacidad cognitiva del individuo.

 

 

En la cabeza hay precaristas. Suelen esconderse detrás de las orejas, a la sombrita. Y saben cómo resistir a su desalojo no importa se les traiga el razonamiento del dueño y todo un ejército de químicos, que resultan nocivos no solo localmente sino también en el resto del cuerpo.

 

Los piojos son resistentes a todo. A lo único que no lo son es a las uñas de una espulgadora paciente: sacarlos uno a uno sin destruir el cuero cabelludo ni el cabello. Una forma puntual que supera la fuerza policial o el ejército al que se recurre para terminar con el precarismo que muchos profesionales, incluso, sugieren y defienden.

 

El precarismo es un delito y es un problema social e incluso es un problema de salud, al colocar a los individuos en condiciones de viviendas insalubres sin facilidades higiénicas de algún tipo. Los piojos son delincuentes y se constituyen en un problema higiénico y escolar.

 

Desde los medicamentos de untar y otros químicos –incendiarios, léase kerosene o gasolina- para aplicaciones al cuero cabelludo, hasta tratamientos orales, todos han fallado y fallan. Los piojos tienen una capacidad infinita de sobrevivir, se parecen en esto a las cucarachas, los testigos de la evolución.

 

Para ganarle a los piojos siéntese a espulgar” la cabeza, peinarla con un peine de dientes estrechos o rapear completamente las ilustres cabeceras plagadas de piojos proletarios.

 

 

Pies

 

Hay asuntos de los pies que, “no tienen ni pie ni cabeza”. Por ejemplo, zapatos duros por encima de los tobillos para aprender a caminar. Eso se hacía en el año de Upa. Ahora a caminar descalzos que el piso no hace daño, que el frío del piso menos daño hace. O, porque el niño alterna caminar en la punta de los pies con aplicar todo el pie en la superficie sobre la que camina, entonces “cuidado, que caminar en puntillas puede ser una señal de autismo”. Ahí sí que metieron las patas.

 

Ahora, si el piso es de tierra o se usa la tierra como piso, entonces por allí pueden entrar una lombrices que tienen como colmillos y hacen sangrar el intestino y producen anemia en el niño del campo.

 

Pero lo que sirve para atormentar a los padres y “molesta como una piedra en el zapato” son los “pies metidos”, “los pies salidos”, “los pies pegados”, “los pies”. Y ¡ay! De que el tío o el primo quedó zambo porque “no le hicieron caso a los pies”. El niño se para con una amplia base de sustento y anda como borracho cuando inicia a dar pasitos. Más tarde “mete los pies” para abrirlos muchos meses después y “caminar como pato”, sin decir cua-cua, hasta que pega las rodillas, y no porque sea muslón. Realmente viene a caminar bien o ha aprendido a caminar pasados los 5 o 6 años. Con los pies hay que tener paciencia y no hacerle caso al vecino, a la mejor amiga, al médico de su amiga, a la abuela, a las tías y primas, ni al sereno.

 

 

Dientes

 

Los dientes son para masticar, pero las encías también. No solo hay que observar a los niños sino a los ancianos, que de niños y adultos, no se los cuidaron.   Pero los dientes también se usan para cortar, para cortar los alimentos o la caña pelada o el jarrete y, qué decir del filete. Ahora, los dientes son también un arma blanca, de defensa. Y en alguna edad temprana, de exploración, reafirmación y hasta diversión. Al menos para el que muerde, aunque no para el mordido y, mucho menos para su madre que conociendo la utilidad, muerde de vuelta al hijo ajeno y vengó la afrenta y la mordida.

 

Pero lo que sí no hacen los dientes es avisar que su dueño tiene lombrices. No importa lo que le digan las nanas y las empleadas, o las abuelas y las tías. Total, no dirán nada diferente si no aprendieron nada diferente. Charrasquear los dientes no ocurre porque el niño o la niña tiene lombrices. El charrasqueo es un asunto de tensión en los niños. El adulto con tensión no se hace daño a si mismo sino a los otros y por eso resulta difícil que lo entienda. Pero, además, al niño no le causa tensión no poder pagar el alquiler, ni tener para el supermercado, ni haber participado de “la corrupción”. Al niño le causa stress el ruido alto de las voces de sus conciudadanos domésticos, de la televisión o la radio o de su nana o madre molestas. Le “stresa” el cuento de tuliviejas que le contaron para dormirlo o los tiroteos y matanzas que le dejan ver en la pantalla chica y las más chicas entre sus manos que, sus padres sin imaginación ni tiempo, les compran para comprarles tiempo para ellos. 19/1/2018

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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