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La incertidumbre, más que una debilidad es un desafío.  Un desafío a la humildad, a la prudencia, a la honestidad. En la Medicina, la incertidumbre crea la obligación de encontrar la verdad, de primero no hacer daño, pero, antes que todo, de aceptarla como origen de la búsqueda y reflexión sobre lo actuado. Eso no indica que entre los pasos que se dan, se comentan errores o infortunadas decisiones.

Como bien lo ha señalado el cancerólogo de Columbia University Medical Center, Siddhartha Mukherjee, mientras la Física está repleta de leyes, la Biología es, de las tres ciencias básicas -las otras dos son la Física y la Química- la que menos leyes tiene.  De allí que no esperemos corrección y certeza como inalienables características de las decisiones clínicas, como en la Medicina, a quien se le exige que sean perfectas, cuando no se tiene información perfecta.

Y muchos, como el mismo Dr. Mukherjee creyera en algún momento, no esperan que la Medicina sea tan pobre en leyes y, que éstas sean “leyes inciertas, imprecisas e incompletas”[1].  De allí que cuestione si la Medicina es una ciencia o se desarrolla con información científica, lo que la hace más arte.  Ya, más temprano, Lewis Thomas, doctor en Medicina de Harvard, mirando los años de práctica médica de su padre y los nuevos años suyos en las escuelas de Harvard, Yale y Memorial Sloan-Kettering Center en New York, le calificó a la Medicina como “la Ciencia más joven”.[2]

La incertidumbre no coarta la opción ni la decisión de actuar aún sin la certeza deseada, excepto frente a la posibilidad de hacer daño.  La confianza en la establecida relación médico:paciente, deja fluir el concepto y, ahora sí, la certeza de que el paciente conoce esta situación de incertidumbre.  No hay por qué temer al desconocimiento siempre que se mejore y perfeccione la búsqueda de la verdad, se enriquezca el conocimiento y se respete al individuo, al ser humano.  Hay tiempo para errar y tiempo para corregir, tiempo para ignorar y tiempo para conocer.  La sabiduría se encuentra en el terreno de la incertidumbre.

Hoy, después de 3 largos años duros y dolorosos de pandemia por el virus SARS-CoV-2, gozamos volver a reunirnos, abrazarnos, atender reuniones familiares y sociales -el encuentro con otros y el Otro.  Podemos encomiar la libertad de movernos y de optar.  Tenemos disponibilidad de vacunarnos contra tan agresiva y nada discriminante enfermedad, que algunos llaman eufemísticamente, democrática. La ciencia nos lo ha permitido, la medicina nos lo ha facilitado.  Sin embargo…

En estos 3 años largos y aún hoy, se mantienen restricciones que debemos revisar, unas porque ya no tienen validez, otras, porque aprendimos que ya sus beneficios se dieron o sus pobres y hasta desastrosos resultados, que no deben repetirse.  Fue precisamente la decisión y obligación de escondernos, de acorazarnos, de aislarnos socialmente, de no reunirnos, de no movilizarnos libremente, “el cierre” total, el que se constituyó en la medida más dura y más arbitraria para enfrentar con temor y hasta con pavor, a un enemigo desconocido, agresivo, que sembraba muerte despiadadamente y a velocidades imparables. Para proteger de la muerte a los más vulnerables, para no inundar los hospitales de enfermos y las morgues hacerlas insuficientes, para preservar la vida de quienes luchaban por la vida de los otros, se recurrió a tomar medidas duras pasando por encima de derechos individuales, basados en los manejos históricos de plagas pasadas, en condiciones distintas, de lo cual no nos percatamos tempranamente.

 Se nos olvidó que esas medidas podrían ser mejor toleradas en el apartamento de 600m2 que en el cuarto de 15m2.  Y no solo mejor toleradas, sino que no fuimos capaces de descubrir el hacinamiento, la pobre ventilación y facilidades higiénicas, ni el hambre en los 15m2 de guarida.  Para aquellos de amplios espacios fue como adelantar vacaciones y hubo que buscarlos en las playas para restringirles, para los otros que se respiraban unos sobre los otros, el cuartucho era una prisión para enfermarse. A los adolescentes de todas las clases se le amputó la edad de la exploración, de la socialización, de probarse autónomos y capaces.  El alcohol y las drogas seguro se consumieron “en familia”, con el tremendo daño para los jóvenes que eso implica.  Las escuelas se cerraron porque afuera había enfermos, válido pero invalidado por la larga temporada sin la escuela presencial.  El internet, el celular, la tableta y la computadora se asumieron equivocadamente regulares en todos los hogares, en la ciudad y el campo, en la montaña. El desayuno o el almuerzo para los niños escolares o las escuelas para que los niños desayunen o almuercen se cerraron y nadie, nadie pensó en ellos y en esa función de la escolaridad temprana.

Las idas a las farmacias solo se autorizaron para quienes requerían un medicamento vital, solo mediante una persona al tiempo y así evitar conglomeración en locales, lugares y calles. A los supermercados se concedió un derecho por 2 horas solamente, un día a la semana, unos días para los hombres y otros días para las mujeres. Las oficinas y escuelas siguieron cerradas, aún después de conocer que superiores resultados se obtendrían solo mejorando su ventilación y facilitando pruebas rápidas para detectar la infección.  El papel también se aisló cuando se aislaron los contactos físicos: las consultas médicas por teleconferencias, las transacciones bancarias solo por línea. La comida llegaba a algunos en motocicletas o en camiones refrigerados, a otros no les llegaba sino en una bolsa politizada con nombres de falsos donantes, y a los menos privilegiados de la disparidad social o partidaria, no les llegaba ni el pan, ni se les permitía buscarlo.  La compañía al lado del moribundo ni se consideró, los servicios religiosos se negaron a los muertos, como también se negaron las morgues y las autopsias.  Los entierros recordaron los de las guerras e invasiones: sacos con cuerpos amontonados, unos sobre otros en fosas comunes.  A todo esto, se le aplicó otro eufemismo odioso: “daño colateral”.

Los médicos, las enfermeras, el personal de salud hospitalario desestimamos los devastadores daños a la salud física y mental de las mal llamadas “cuarentenas”, prolongadas y extenuantes, que solo ahora apreciamos en sus dimensiones, por estar ocupados con moribundos: ansiedad, depresión, alcoholismo y otras adicciones, violencia doméstica y familiar, ruptura de hogares, retraso y fracaso escolar, pérdida laboral y salarial, empobrecimiento y deudas, opción por morir por suicidio y pérdida de confianza hacia la salud pública y la medicina.

El compromiso con la justicia social y con la equidad se burlaron y la impunidad no permitió su castigo.  La disparidad en la salud creció groseramente y con ella el respeto que todos los individuos en una sociedad se merecen y se les debe.  Queda una enseñanza, en salud pública los cierres prolongados de las actividades de la comunidad son desastrosos para los grupos vulnerables y no solo para la economía de un país, sino también para la salud y la convivencia de sus ciudadanos.    Publicado en Pediátrica de Panamá, revista científica de la Sociedad Panameña de Pediatría en Septiembre, 2023.

[1] Mukherjee S: The Laws of Medicine. Field Notes from An Uncertain Science. TED Books. Simon & Schuster. New York, London, Toronto Sidney, New Delhi. 2015.

[2] Thomas L: The Youngest Science. Notes of a Medicine Watcher. Penguin Books. 1995.

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