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“Los médicos estamos hartos y cansados de que nuestra práctica médica esté dictada por un montón de contadores de frijoles”, ha escrito Gavin Preston, médico oncólogo y crítico del quebrado sistema de salud corporativo en los Estados Unidos.

Como dijera Mary R. Anderlik, “dos ideologías se confrontan: la medicina y el negocio, sin una colaboración igualitaria”.

Hace unos días, mientras examinaba un niño enfermo en el cuarto de urgencias de un hospital privado, por un cuadro clínico con fiebres muy altas en su tercer día de enfermedad, deshidratado porque rehusaba tomar líquidos y recibir alimentos en casa debido a su marcado malestar general, y después de analizar varios resultados de exámenes específicos y básicos, que me daban pista de su estado general pero no del origen de su condición, decidí solicitar un examen que podría dar información más puntual.

El objetivo era determinar el organismo que causaría sus molestias, para entonces dirigir el manejo y tratamiento con mayor especificidad y recomendar las necesarias medidas para la protección de los demás miembros de su familia.

Este examen, cuya muestra se obtendría con un hisopado de las secreciones nasales, determinaría, entre una gama de organismos virales y algunos bacterianos, cuál de ellos -recuperado en esas secreciones- se podría considerar como el causante de la enfermedad del niño y plantear su evolución y riesgos.

Un colega, muy consciente de la importancia del estudio y de las disposiciones de la aseguradora particular que debiera aprobar para cubrir los gastos incurridos en el Cuarto de Urgencias, me llamó inmediatamente la atención. Si yo solicitaba el examen en el Cuarto de Urgencias, la aseguradora no cubriría los costos de ese examen y los padres tendrían que pagarlo aparte, a pesar de estar cubierta la atención en el Cuarto de Urgencias.

Si yo solicitaba el mismo examen en la sala hospitalaria, una vez admitido el paciente, entonces el significativo costo del mismo examen sería cubierto por la aseguradora. No me sorprendió, pero me disgustó. Las dos ideologías, la medicina y los negocios enfrentados, con una desventaja: los pacientes consideran que las trabas las ponen la institución hospitalaria y los médicos. A nosotros lanzan y llegan todos los improperios, sin conocimientos y sin respeto.

No hay asunto más penoso y rabioso para un enfermo que llegar a un cuarto de urgencias con lo que el paciente considera es una urgencia, y encontrarse con un requisito infranqueable, lógicamente: tiene que registrarse y contestar preguntas. Y es que el paciente que se siente enfermo, no le queda fácil entender que no se entra “como Pedro por su casa”, que hay que hacer un registro, catalogar la urgencia y entonces dirigirla al lugar y médicos donde debe recibir la atención. Esto es lo que se llama el Triage.

Pero lo otro que no conoce el paciente es que su aseguradora tiene que aprobar su decisión de ser atendida en un Cuarto de Urgencias, a cualquier hora. Primero, el administrador de su seguro de salud o de enfermedad, no es el enfermo. Segundo, las “urgencias” obstaculizan los servicios del departamento cuando son “no tan urgentes” o no son urgentes.

No son pocas las personas que prefieren ir a un cuarto de urgencias que ir a un consultorio o consulta externa, porque consideran que allí los van a tratar prontamente y pueden continuar a su trabajo, a la escuela, al mall o al salón de belleza. Tampoco son pocas las personas equivocadas al respecto. Cuando la urgencia es real, el dolor insoportable, la respiración asfixiante, la debilidad incapacitante y la paciencia intransitable, nadie debe esperar el visto bueno del administrador de una aseguradora.

No me sorprendió aquella advertencia del colega porque hace rato los “contadores de frijoles” se han constituido en quienes determinan qué condiciones o quejas pueden llegar a un cuarto de urgencias para ser atendidas, que exámenes se honrarán para ser cubiertos sus costos, cuáles medicamentos prescritos durante la estadía en el cuarto de urgencias serán aprobados por las pólizas de los pacientes y otra serie de condiciones que poco conocen quienes pagan tales pólizas.

Y, como si fuera poco, no aceptan quejas como urgentes, si ellas tienen más de cierto número de días, que valida o invalida la consulta. Ponga en la balanza las ventajas de tener una cobertura por gastos imprevistos de salud y las desventajas de desconocer la letra menuda de su contrato.

De una creación financista de mercado para supuestamente reducir los costos de la medicina -un experimento social para un problema social- se pasó a un sistema corporativo -un experimento economista para un interés lucrativo- cuyo interés es colectar dineros en pólizas de salud o de enfermedad, como lo quieran llamar, para administrar los gastos de consultas y hospitalización de sus clientes, sugiriendo nombres de instituciones y proveedores, y, hacer dineros para los accionistas.

La letra chiquita de tales contratos dice otras muchas cosas que quienes los firmamos como clientes, nunca llegamos a leer hasta que vienen las quejas, las descalificaciones de instituciones y médicos, y los reclamos.

Claro que, para no pocos, la balanza se mece entre el utilitarismo, la usura y la coerción anunciada. Pero el gato es muy grande y pesado -hay otros iguales de feos- y el cascabel ni le aprieta porque no se le puede ajustar. En la medicina pública no necesariamente es mejor, pero tiene otras aristas innobles, como descontar cuotas que no llegan a su destino.

El propósito inicial de los administradores de la atención de la salud, fue loable o lo aparentó. Era un llamado de alarme sobre los muy altos costos de la atención médica y hospitalaria. Permitió darse cuenta que hay niveles de atención, calidad de atención, formaciones profesionales diferentes y compromisos variables en la relación médico paciente.

La iniciativa debió mejorar la atención a todo nivel y lograr la satisfacción de los pacientes, pero se ignoró la condición humana de unos y otros. Con una población cautiva de clientes ¿pacientes?, los administradores vislumbraron otros horizontes y la ecuación de esa relación sagrada entre el enfermo y su médico, no se perfeccionó, como debió ocurrir.

Los contratos se consultaron y negociaron entre los ejecutivos de las aseguradoras y los administradores de los hospitales y clínicas. Fue una consulta que no se le hizo al médico y una atención que no se le dio al cliente. Entonces la calavera se hizo ñata.

El tratamiento se dirigió a la enfermedad y no al enfermo por una decisión administrativa economicista, contagió a los médicos, ahora proveedores, y desmejoró puntualmente la relación médico- paciente. Quienes inventaron la industrialización de la Medicina no fuimos los médicos.

Es muy difícil, imposible si queremos ser más exactos, asegurar y honrar el profesionalismo del médico, si quien administra la práctica médica no es un médico, sea a nivel privado o a nivel público.

El pesimismo de Mary R. Anderlik es doloroso: “dos hechos fácticos básicos, el compromiso de desarrollar y difundir nuevas tecnologías médicas y el envejecimiento de la población, virtualmente garantizan que el control de los costos seguirá siendo la preocupación que presionará por las próximas décadas”.  Publicado en el diario La Prensa, de Panamá, el viernes 18 de agosto de 2023.

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