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         Tomo de Prober y Desai la afirmación que abre su escrito: “la actual fuerza de trabajo de médicos para alcanzar las necesidades de los Estados Unidos, como la pandemia de COVID-19 lo demostró claramente, es inadecuada”.  Lo tomo porque el problema es universal y ya hemos oído voces autorizadas señalarlo en nuestro medio, como también nos lo explotó en la cara, la misma pandemia.

Recientemente se ha publicado que el país tiene un déficit de médicos especialistas y, sin embargo, no se refiere al déficit del médico de atención primaria, quien es el responsable en primera línea de la atención general y de dirigir la orquesta de especialistas, al momento de la atención global y, crucial, para la atención de salud preventiva. Pero, también se dice que se forman muchos médicos en Panamá, que las escuelas de medicina gradúan sin planificación, y, que por estas razones hay muchos internos sin plazas.  Lo cierto es que Panamá, en el 2020, tenía 1.63 médicos por cada 1,000 habitantes, mientras que Colombia, 2.33, Costa Rica, 2.72, Estados Unidos, 3.56 y Argentina, 3.9 por cada 1,000 habitantes. Estas cifras nos revelan que en Panamá no hay suficientes médicos, entre ellos, seguramente, médicos de atención primaria.  Planteado esto, el déficit de médicos en salud pública parece que también plantea el problema de tener especialistas, que desarrollen con certeza las políticas de higiene y salud, y políticas restrictivas de un oneroso nacionalismo impertinente, que espantan y alejan del ejercicio médico en el territorio nacional, a profesionales extranjeros con altas calificaciones, amputando así oportunidades de perfeccionar la práctica científica y humanista de la medicina. En Estados Unidos, un 25% de los médicos activos son graduados internacionales, médicos extranjeros que se han colocado estratégicamente en todo el país.

Se menciona que el déficit está en el Interior del país, donde los especialistas, una vez terminada su formación especializada, no quieren regresar, a pesar de proceder de esas provincias.  Eso no sorprende.  ¿Será que, en esas regiones, donde no se quiere regresar, los recursos materiales y humanos, las facilidades hospitalarias, la tecnología y el surtido de insumos y medicamentos son primitivos?  ¿Puede ser que al médico especialistas se le prepara en un hospital de nivel 4 o 5 y hasta 6, y luego se le quiere en un centro de salud o en un hospital nivel 2, sin planes para mejorarle de nivel? ¿Qué tal si se le ofrecen a ese especialista labores docentes para ejercerlas de vuelta en sus comunidades, con médicos internos, médicos generales de atención primaria y otros especialistas?  El déficit de médicos lo ocasionan diversos factores, pero pareciera tener un cuello de botella cuando se trata de otorgar la idoneidad para el ejercicio de la práctica a médicos que ya han cumplido con sus internados, por razones que no genera el médico interno sino el sistema de salud, por un lado, y el escaso número de hospitales docentes en el país.  No haber sumado nuevos hospitales docentes, facultad del Ministerio de Salud, es una función que no puede dejarse en reposo, que exige responsabilidad y respuestas a la comunidad nacional.

Quiero ser puntual: nunca van a sobrar médicos, aunque los vea manejando un Uber, nunca van a existir más médicos de los que se necesitan, aunque no les den empleo en la salud pública.  Otra cosa es su malsana distribución.  Pero la distribución, además de obedecer a decisiones individuales, también apunta a la responsabilidad de las instituciones de salud pública para modernizar y mantener tales instituciones, en las condiciones óptimas para el ejercicio integral de la medicina. Y, las escuelas de Medicina tienen que reclutar futuros médicos del Interior del país.

Reclutar estudiantes de medicina no es fácil si se quiere hacer bien, si se quieren los mejores estudiantes para ese ejercicio.  Las escuelas de medicina debieran tener comités de selección de estudiantes por méritos que no se limiten a las notas sobresalientes y los múltiples cursos hechos, sino que consideran del aplicante, su carácter, personalidad, certeza de lo que se quiere alcanzar, a dónde ir y cómo llegar, todo lo que se revela en las entrevistas personales. Uno de esos méritos sería, por ejemplo, el deseo y compromiso del aplicante de ejercer la profesión en la provincia donde vive o ha crecido, y darle oportunidad prioritaria de escolaridad en medicina. Esta es una forma de responder a lo que más le conviene a nuestras comunidades “en el contexto de sus características demográficas y sus necesidades de la atención de la salud”.  Así cumplen las escuelas de medicina con la sociedad nacional. De más no está sugerir, como ya hacen algunos colegios, exponer a los estudiantes de las escuelas secundarias a los programas y oportunidades que se ofrecen en las profesiones de medicina y otras ciencias de la salud.

Las poblaciones de hoy son más longevas, las enfermedades degenerativas, las enfermedades crónicas y las enfermedades mentales son más notables. ¿Se necesitan más geriatras, más neurólogos y más psiquiatras?  Probablemente sí, pero los médicos de atención primaria pueden manejar estos nuevos problemas.  Cuando el médico interno termina su formación, sabe mucho, y cuando se especializa, deja de saber.  El conocimiento y formación puntuales del especialista médico debe utilizarse, entre otras cosas, para formar al médico de cabecera, al médico general, al médico familiar, y, por qué no, al pediatra.  Me atrevo a apostar que esos déficits de médicos son en buena parte, artificios de las decisiones elitistas de restringir la prescripción de algunas medicinas para mantenerlas como manejo exclusivo del especialista, p.ej., pediatras que no pueden recetar anticonceptivos, médicos de cabecera que no pueden recetar antipsicóticos y así, varias otras situaciones sin otro sentido que ahorrar la prescripción de productos y que obligan al paciente a visitar otro médico o al médico especialista.

         La medicina, es una vocación de vida, un llamado. Vocación que es atropellada por la medicina corporativa, golpeada con latigazos del mercado, embrutecida por fríos conceptos deshumanizantes, como proveedores, clientes, cadenas de suministros y un indignante glosario de negocio, que conduce a la deslealtad no solo con los médicos sino también con las personas que recurren a esa medicina. Glosario que lleva al cansancio del profesional médico y, con el cansancio, a lugares sin salida. Las cifras anuales de muertes por suicidio entre los médicos y cirujanos son muy altas, 5-7 veces superiores a esas muertes en la población general, algo así como el daño colateral en una sociedad del cansancio o el Burnout y de la ligereza, donde ambas agobian.  Este hecho tiene que atenderse desde los primeros años de la formación médica.

         Aparte del lirismo, la medicina es una práctica humanista, una función con otros, por lo que no se perfecciona con modelos de caucho, robots sin circulación sanguínea, figuras estáticas sin color ni sudor, ni siquiera lágrimas o llantos, risas o carcajadas.  La medicina nos permite la oportunidad, como ninguna otra labor, de aprender del Otro, de alegrías y sufrimientos, de riquezas y pobrezas, de urgencias y necesidades.  Y, es una ciencia natural y una ciencia social, que se practican con la evidencia probada del método científico, no se ensaya en el paciente a escondidas de su completa información y conocimiento, ni bajo la imprudencia del experimento sin un diseño ético.

Si el estudiante de Medicina quiere sentirse satisfecho en el otoño de su ejercicio médico, tiene que aprender a ser humilde, escuchar y comprender al Otro.  Tres virtudes que le permitirán conocer de “un amplio rango de emociones” el comportamiento humano en la enfermedad y en la salud, un privilegio del que gozamos los médicos por solo estar y que no debemos abandonar y, mucho menos permitir, que se nos arrebate por empresas distantes del humanismo y de la ciencia.

Publicado por el diario La Prensa de Panamá, el 12/04/2024 

Pedro Ernesto Vargas

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