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Los temas de hoy, que tienen un interés delicado y unas consecuencias puntuales para la sociedad, o se ocultan o se descubren.  La tecnología ha sido una forma de acicate, por su paso no solo gigante sino acelerado, que alienta a la discusión de lo posible y de lo correcto.

 

Los adultos, a menudo, desestimamos las capacidades de los adolescentes y de los niños.  La adolescencia es una edad, es un período y es una incógnita.  No es solo la urgencia de independencia, que explota en el chiquillo que crecía dócil y obediente.  Es necesario que lo veamos como la época de mayor vulnerabilidad para sobrevivir, para conservar intactas las funciones que nos permitirán desarrollarnos y prepararnos a vivir en sociedad, para aprender a ser arrojados sin arrojarnos al vacío, temerarios sin ser imprudentes, temerosos sin ser cobardes, correctos sin serlo políticamente.  Las decisiones correctas no abundan durante esos años porque el lóbulo frontal y prefrontal del cerebro aún están en desarrollo.

 

Reconocido es que la adolescencia es una edad excitante, exploratoria, volátil[1] e irreverente.  Esas características le permiten al joven aprender, aprehender y entender.  Algunos, en el proceso, fracasan; otros labran el camino de los triunfos y las satisfacciones.  Por algo, la palabra adolescencia -del latin adolescere)-  significa crecer, madurar.

 

Si la bioética es la base del humanismo en la relación médico:paciente, también la ética debe serlo en todas las actividades de las relaciones humanas.  De hecho, este criterio la hace materia obligante para su discusión, su análisis crítico, su enseñanza.  Enseñar ética y bioética en las escuelas se constituye hoy en un imperativo docente.

 

Entre los temas que dilucidar para argumentar, no opinar, están temas universales y de ciudadanía como son los derechos humanos, la libertad, la justicia, la república, el ciudadano, la gobernabilidad, las instituciones públicas, las migraciones, el clima, el populismo, las democracias; entre los temas de biología hay que discurrir aspectos sobre el aborto, la reproducción asistida, el diagnóstico preimplantación, la selección del sexo, la clonación, la manipulación genética, la eutanasia, la muerte asistida, la donación de órganos, la experimentación en humanos y en animales, la vacunación. El uso de substancias, el suicidio, las enfermedades mentales, etc.

 

Frente al paciente enfermo, el médico tiene la oportunidad y el carácter para magnificar o disminuir la inequidad de esa relación, que es inequitativa como lo implica estar enfermo[2].  Por ello, no podemos dejar a un lado, en la acera de la incertidumbre o el no me importa, un asunto tan delicado como el que imprime la relación humanista con el paciente. Entendiendo por humanismo “ese espíritu de sincera preocupación por el lugar central de los valores” del ser humano, de la persona, como lo define de forma amplia el mismo Pellegrini.  En esa definición se aloja la confidencialidad, la confianza, la naturaleza misma de la relación médico:paciente.

 

A mediados de los años 60, del siglo pasado, la medicina paternalista, visible, y las decisiones médicas, invisibles en la medida de no ser cuestionadas o discutidas, sufrieron el cambio de 180 grados más dramático y tremendo jamás sospechado, con el reconocimiento de la ética como escenario para la apertura[3] de información sobre su salud y su enfermedad al paciente, dentro del contexto del respeto y observación de la confidencialidad.  Para entonces, como lo señalara el filósofo Hans Jones[4]: “el médico solo se debe (ía) a su paciente y a nadie más”. Era así regular que el médico tomara, al lado de la cama del paciente, como lo recuerda David J. Rothman, la decisión unilateral de considerar un recién nacido con defectos congénitos serios, un mortinato, aún cuando había nacido vivo;  experimentar vacunas en procesos de estudio con pacientes con retardo mental institucionalizados, o aprender sobre la historia natural de una enfermedad infecciosa de adquisición por relaciones sexuales en poblaciones privadas de libertad o empobrecidas; o a quién ofrecer un pulmón de hierro o un ventilador neonatal – como lo experimenté yo y otros en Latinoamérica en los años 60s y 70s, durante mis primeros años de práctica como neonatólogo- cuando eran escasos y las necesidades numerosas; o sobre la moralidad de suspender el uso de antibióticos para una neumonía, como algo con lo que había que vivir.

 

Hoy, como el médico a su paciente en aquel revolcón bioético, la educación tiene que hacer al adolescente, lo invisible, visible, mediante la enseñanza de ética[5].  Lo creo urgente en los currículos de la escuela primaria y secundaria, pública y privada, que allí estén en lugar prioritario para presupuesto y personal propiamente formado, la enseñanza sobre le enfermedad mental, sobre el uso de substancias, sobre la sexualidad humana, sobre los Derechos Humanos.  Y, si lo vemos en el importante y necesario conocimiento de conductas que nos permitan vivir en comunidad, todos ellos: la enseñanza sobre enfermedad mental, la sexualidad humana y el uso de substancias son elementos que honran el conocimiento, protección y defensa de los Derechos Humanos, en la medida que se hacen urgentes para proteger a los más vulnerables, a los no privilegiados y rezagados por la sociedad, que le debe tanto a la justicia.  El estudio de la ética a través de lo cotidiano tiene un arraigo especial entre los estudiantes y revisar las diferentes teorías éticas se convierte en una experiencia refrescante a la vez que contribuye a la formación integral de la persona.

 

Aún como “extraños en la misma cama”, la ética cabe entre las ciencias y las humanidades.

 

(publicado en Pediátrica de Panamá, revista científica de la Sociedad Panameña de Pediatría)

 

 

 

[1] Adriana Galván: The Neuroscience of Adolescence. Cambridge University Press. 2017

[2] Humanistic Basis of Professional Ethics.  En: Edmund D. Pellegrino: The Philosophy of Medicine Reborn. Edited by H. Tristram Engelhardt Jr. and Fabrice Jotterand (Notre Dame studies in medical ethics). Reprinted 2011

[3] Making the Invisible Visible, en Strangers at the bedside, by David J. Rothman. Basic Books. 1991

[4] Hans Jones: Philosophical Reflections on Experimenting with Human Subjects. Daedaluss 98:219. 1969

[5] Small PM: Teaching Ethics to Adolescents. The Hasting Center. Publicado en Bioethics, Hastings Bioethics Forum el 15 de Julio de 2019

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