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Este título resulta del libro de Stephen Breyer, ex magistrado de la Corte Suprema de los Estados Unidos: “The Authority of the Court and the Peril of Politics.

          Resulta relativamente fácil tener una opinión, hacer coincidencia o disidencia con el otro, que también tiene una y su derecho a ella.  Lo que es difícil es alejarla de la pasión.  Pero la pasión no es un pecado, es una emoción que emerge del compromiso y del amor.  La forma de expresar esa emoción está ligada a la formación, a la educación, a los valores no solo inculcados sino protegidos.

         La indiferencia es pálida, es fría, “es el peso muerto de la historia”, como bien dijo Antonio Gramsci.  Pero también es cobardía, contubernio, complicidad, parasitismo, incluso mediocridad.  Por ello, simplifico el camino de una muerte anunciada.

         A pesar de que su equipo de abogados descalificó una y otra vez el sistema judicial panameño en los EEUU y en nuestro país, luego solicitó que se lo regresara al país para “enfrentar la justicia”, esa misma que aquellos calificaron de inexistente, y el gobierno accedió.  Esto abrió las amplias puertas de la manipulación y quién sabe cuánta otra artimaña o delito, que siempre produjeron salidas o escapes a la justicia panameña, vulnerable como institución.  La mejor prueba, la inconsistencia de sus aciertos y la gravedad de sus desaciertos.

A pesar de condenas afuera y procesos dilatados adentro, se le permite ejercer el derecho a ser candidato a cargos de elección, y, nada menos, al de la primera magistratura, sí, la primera magistratura de la nación, que luego abandona para guarecerse en una embajada, que representa a un tracalero dictadorzuelo centroamericano, al mejor estilo bananero, traidor a la revolución contra la dictadura somocista. Antes de ello, sacrifica a la reina por un peón, y en todas las movidas, el tablero ni tiembla, mucho menos la autoridad electoral.  Lo contrario, interpreta la ley, como bien saben hacer los abogados, por más oscura que sea, por más acomodaticia que luzca.  Ahora, la pelota se le manda a la CSJ, quien prefiere ser Salomón que Temis, con la diferencia que se sacrifica la verdad constitucional.

Si todavía alguien cree que esta administración solo le dio una estocada venial a la institucionalidad, que lo siga creyendo.  De que hay leyes liberticidas, las hay.  Las crean los que usurpan el poder, aún hayan sido electos en libertad. Y este es otro tema, porque libertad requiere antes, autonomía, y autonomía requiere antes haber nacido y haber sido criado en equidad y justicia.

Este escrito lo he concebido antes del domingo 5 de mayo.  Solamente lo aclaro porque mi opinión no depende del resultado electoral de mañana.

Me obliga el discurso parlamentario de Gramsci, como comenta David Bidussa, en el libro de Antonio: “Odio a los indiferentes: “Odio a los indiferentes, son las primeras palabras a las que se enfrenta el lector. Pero después se hace necesaria la inteligencia, si se quieren intentar cambiar. La inteligencia para comprender los muchos males de la sociedad, los que aún hoy están sin resolver: la nulidad de la clase política; el transfuguismo; la ausencia del sentido de la institución parlamentaria en la conciencia pública; el conflicto política-poder judicial; la escuela; los escándalos; la dimensión abstracta de la libertad en la vida política; la respetabilidad.”  Eran los primeros años del siglo XX, en Italia.

El fallo de la CSJ con respecto a la candidatura de José Raúl Mulino es un parche a las heridas que ha causado la clase política y el Tribunal Electoral a la Constitución de la República, y que redunda con infortunio en la imagen de políticos luciendo la sagrada toga de Magistrados. Quizás sea prevención de violencia, yo creo que solo es postergación de ella.  La aceptación frecuente de las decisiones de la Corte por el público crea un ambiente de confianza en ella.  El público no es uno de juristas, el público es el pueblo raso y sencillo.  Y es que lo justo de la justicia emana de ella, no hay que extraerlo y por eso, está al alcance de muchos, su aceptación o su rechazo.  Esa aceptación creciente le da autoridad a la Corte.

No han faltado quienes, a las exclamaciones de algunos en contra de la decisión de la Corte de considerar no inconstitucional la susodicha candidatura, las confrontan con una forma de reclamo y burla: “¡pero la Corte si fue justa cuando declaró inconstitucional el contrato de la minera!”.  Esto, aparte de revelar que, quien señala así también conforma parte de un grupo que aún le molesta la decisión contra el contrato de la minera, ignora que calificación y descalificación de la Corte, suma y resta, es un proceso predecible que no quita legitimidad a las opiniones, pero sí lo hace a la autoridad de la Corte.  Y esa autoridad no debe perderse porque es la Corte la responsable final de actuar como control sobre el resto del gobierno.

Y termino con Antonio Gramsci: “Si yo hubiera cumplido con mi deber, si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, mis ideas, ¿había ocurrido lo que pasó?”  4 de mayo de 2024

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