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          “Indignarse porque hagan votar a los idiotas, por ejemplo, no conduce a grandes resultados: cuando los documentos están en regla y el elector es capaz de ir hasta la cabina por su propio pie, ¿qué se puede objetar?  No hay más remedio que aguantarse, esperando (pero esto ocurre raras veces) que no esté bien aleccionado, que se equivoque y aumente el número de los votos nulos”, así reflexionaba el escrutador comunista de Italo Calvino, Amerigo Ormea, asignado al Cottolengo de Turín, para aquella jornada electoral que confrontaba a los partidos demócrata cristiano y comunista, de la Italia de entonces.

         La democracia tiene cosas muy absurdas.  Así lo reconocen muchos. Una, precisamente, la denunciada por Amerigo: “¿qué significa hacer votar a los retrasados mentales y a los parapléjicos?  Otra, ¿por qué no se interviene el refugio diplomático que un gobierno extranjero da a un delincuente condenado por delitos comunes? O, ¿por qué se exige conocer la vivienda de los electores y luego se les permite votar en sitios que no corresponden al lugar donde se levantan esas viviendas, incluso en corregimientos, distritos y hasta provincias ajenas al sitio donde se vive?

En doce estrechas calles, 692 personas “legitimadas para votar” se han multiplican para totalizar 3,900 electores. En las matemáticas de Baldor -hasta uno de los candidatos puede equivocarse, porque es humano- quiere decir que, por división meiótica, cada uno se divide sin dolor y prisa, en 5.6 individuos mayores de edad, y produce votantes masculinos y femeninos. ¡Ah!, todo esto, en 300 metros cuadrados rodeados de amurallada historia contra corsarios hambrientos de oro y mujeres, que despiertan de noche de las tumbas escondidas bajo el importado piso de la Catedral Metropolitana del lugar, que produjo y levantó una voz contraria, solo una voz, y la enterró el ánima del obispo difunto, enterrado en el mismo lugar.

Esto es pura imaginación: los lugares y personajes son inventados, aunque a Ud. le parezca que luego hayan aparecido sus nombres en las redes sociales tan proclives al delito de injuria, o en algún periódico vespertino, en la página de delitos o en las fotografías que despliega en los cinco continentes, la Interpol, para cumplir con el empapelamiento vistoso de ciudades lejanas.  Lo único que es real es la fecha de las elecciones porque es lo más irreal y próximo, en estos días de tanta ignorancia sobre jurisprudencia, Constitución, utilización de palomas mensajeras o para el caldo de palomillo con los brotes de gripe que parecen sarampión, o la lectura de cartas marítimas y horóscopos, o para que los mensajes se queden dando vueltas en el remolino del tiempo y la vorágine de la imaginación.

         El domingo, porque curiosamente todas las elecciones se realizan en domingo, era el “día D” para la maquinaria electoral partidista, y comenzaba temprano para los directivos de la Junta Comunal de San Patricio y la gente organizada de Boca de Sapo.  El reloj Rolex de diamantes y rubíes con pulsera de oro rosa de Carlota, marcaba las 5:30 am.  Ella presidía “el mandado”, como se conocía sin decirlo, tal era la desfachatez del partido gobernante.  La calle de asfalto y tierra que lleva a Boca de Sapo estaba pintada de amarillo con la luz del sol que se levantaba desde el mar lentamente.  Una hora antes todavía reinaba una especie de vaho embriagador, y el sereno se desplazaba con gracia femenina y firme propósito para refrescar el entorno. Nadie ya osaba detenerlo.  El día había llegado.

Al fondo de la calle principal, las casuchas de madera coronadas con láminas de zinc sostenidas contra el viento por pedazos de bloques de cemento, una contra la otra, se abrazaban en el frío de la madrugada húmeda, y permitían ver estas agujas verticales dibujando cruces en el cielo o círculos y elipses de alambre retorcidos, en cada techo, como un ejército de para-rayos. Las antenas de TV se hacían necesarias para recibir las ondas electromagnéticas que los vientos ralentizaban frente al mar.  Se contaban uno o dos autos montados sobre los portales de ellas y los trozos de calles sin aceras. Lucían placas distintivas de “Propiedad del Estado”.  En eso, no sé por qué, recordé el primer Cottolengo fundado en los suburbios de Turín, en 1832, la Piccola Casa della Divina Provvidenza.  Me lo recordó Calvino y creí apenas honroso destacarlo en este relato macondiano. El Cottolengo en Boca de Sapo era también el primero en la ciudad y este domingo daba techo a 7 centros de votación, que en otras circunscripciones electorales serían en las aulas de escuelas. Este domingo cada 5 años, el mejor refugio de los apetitos estaba en las escuelas, esas a las que nunca asistió el 70% de los candidatos a puestos de elección.  ¿Recuerdas lo de absurdos?

         Este año, todo nuevo millonario que lucía autos deportivos italianos, yates franceses y aviones americanos conformaba listas para diputado nacional o de un parlamento bautizado y rebautizado como “la cueva de ladrones”, por sus mismos huéspedes.  Así se construían o se compraban los chalecos contra costosos juicios, más onerosos “dream teams” de abogados y cárceles. Boca de Sapo tenía el vehículo para burlar la justicia.  Suerte que no corrían sus pobladores, discapacitados habitantes para quienes la justicia era ciega y férrea.  Para ellos, por robar una gallina y venderla por unos reales o comerla en casa, habían 24 meses de cárcel con 3 golpes de comida asegurada, gracias a un contrato millonario de 20 años, como si el costo de la canasta básica o la población de ladrones de gallinas no fuera a cambiar.  A estos pobladores con serias limitaciones cognitivas, para comprarles un voto en estas elecciones, les pagaban 20 dólares y quien los pagaba se quedaba con el vuelto. Con quinientos votos se ganaba una curul o con dos mil dólares.  Valía la pena levantarse antes de las 5:30am para irse a comprar y vender refugios.

         Boca de Sapo era un Cottolengo fundado por la Iglesia Católica para atender ancianos sin familias, niños y jóvenes con retardo mental,  discapacitados dependientes, que fue creciendo sin presupuesto cuando para dar abrigo, alimento y medicinas a enfermos por las drogas, el alcohol y la adicción al sexo,  homosexuales, lesbianas y personas trans-, echados de sus casas, enfermos de SIDA, echados de los hospitales, niñas preñadas por sus padres o los novios de sus madres, enfermos criminales pedófilos, con progresivas menos penas por castigo. Allí en ese Cottolengo, tenía cabida todo aquello que para la sociedad narcisista no existía o, había que esconder en un solo lugar, bajo la pureza de sotanas blancas de monjas negras.  La fotografía solo podía ser monocromática.

“¡A Uds., ¿qué les importa si robó o no robó, si todavía roba y todavía miente? ¡Lo que importa es que habrá más kenke!”, así comienza la arenga a las 5:30 am.  Las instrucciones tienen que ser claras y contundentes.  Ya el robo se había hecho antes de contar los votos.  En las cumbres de San Antonio, tres corregimientos: Arnulfo Tibio, Lucas Turrialba y Augusto Pinochet, la discrepancia entre esas tres poblaciones sumaba 7,191 personas más en el padrón electoral que en el censo poblacional.  Solamente en esas dos poblaciones en la capital, arrojaban 11,091 votos espurios para los candidatos del gobierno. A ese ritmo, el país multiplicaría por 3 o 5 veces la población nacional para explicar la resultante población de electores.  Se hacía el chiste que, en lugar de llamarlo padrón debiera llamarse madrón electoral, por aquello de parir tantos hijos no reconocidos.

En un momento de parpadeo de la población, el gobierno de Tierra del Congo creo unas partidas paralelas de los presupuestos de las Juntas Comunales, beneficiadas con la sentida ley de descentralización, para repartir los dineros entre sus miembros, cronológicamente calculado para antes del tiempo electoral.  Estas partidas paralelas encrespaban a las Juntas Comunales por su identificación, no por sus bellaquerías. Y, como si fuera poco, el director de la Autoridad Nacional de Concentración Partidaria, bloqueaba toda investigación independiente por el Procurador de la Administración.  El descaro era enceguecedor y tan ruidoso que fue encrespando al electorado.  El resultado se conocería a las 9 de la noche.  Enciendan sus radios y televisores, lean en sus redes sociales, porque “por decisión del tribunal de elecciones, no se contarán los votos emitidos, pero puede que se cuenten”.

Publicado en el diario La Prensa de Panamá, el 26/04/2024

 

Pedro Ernesto Vargas

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