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Para quienes no conocieron los años del polio y no han leído sus historias, para los que no han visto nunca viruela ni difteria, las nuevas enfermedades infecciosas siempre abren una ventana para reconocer lo agresivo que son sus organismos causales y la angustia, el dolor, la muerte que siembran y, las pérdidas económicas que arrasan en poco tiempo y por muchos años, poblaciones y países. La sociedad cambia o se la cambia.

 

Mientras los sistemas de salud expusieron sus fortalezas y sus debilidades, la sociedad cargó, una vez más, con los costos.  No es cierto que hay países pobres, hay países empobrecidos y empobrecidos por sus propios hombres y mujeres.  Allí, el drama y la canallada.  Pero, en una prueba del concepto democracia, el SARS-CoV-2 nos ha dado otra lección, la democracia solo protege en la medida que se le honra cabalmente y no por su nombre. La infección ha sido equitativa, la mortalidad, no.

 

El fracaso es huérfano, como el liderazgo en su escenario. Actuar pronta y eficazmente solo puede hacerse cuando la transparencia se honra y se exige.  Quien la honra y la exige es, precisamente, quien ejerce el liderazgo en el manejo de la crisis. Ahora entramos en una nueva fase, la fase de confrontar la agresividad del virus, su rápida replicación y proliferación selectiva, su altísima contagiosidad, su arrasador paso silente, con un instrumento probado. La fase de la vacunación.  El biológico es nuevo, pero es el producto del genio humano, de la estrategia compartida, de la globalización de la ayuda solidaria.

 

Hasta ahora hemos dicho que la vacuna estaba constituida por las medidas higiénicas observadas rigurosamente: el lavado de las manos, el distanciamiento físico, el aislamiento de los susceptibles, el uso de máscaras faciales que disminuyen la carga viral que acumulamos o que repartimos.  A nivel de comunidad, medidas severas de confinamiento y cuarentenas que, sin pensar lo tanto que tendrían que aplicarse en el tiempo, afectaron el carácter gregario del ser humano, el andamiaje de las economías personales y nacionales, la salud mental y la salud física de todos, grandes y pequeños.  Pero, además, afectaron la confianza en los administradores y pronunciaron los apetitos de enriquecimiento de seres humanos como nosotros mismos.

 

La transparencia ha sido opaca y opacada por la ausencia de honestidad en las intenciones políticas de gobernantes y gobernados. En esta segunda fase del manejo de la crisis, ella es nuevamente vital, un asunto que no se negocia si se honra la vida del Otro, si se quiere recuperar la confianza en el manejo de la cosa pública, si se cree que la salud es de todos.   El éxito de la vacunación depende de dejarle la educación a las ciencias biológicas y sociales, el procedimiento y la logística para realizarla a los profesionales de la salud, la evaluación de la labor encomendada y su repercusión social y sanitaria, a los epidemiólogos de la salud.

 

Vacunarse no es solo una decisión personal sino una que tiene extensión amplia en el funcionamiento y la vida de la sociedad, esta misma que construimos o que destruimos, con o por decisiones asertivas o equívocas, coherentes o incoherentes, inclusivas o discriminativas.  Otra vez reconocemos que el trabajo es en conjunto, que las respuestas son entre todos, que la comunicación clara y precisa nos sacará de este lugar de incertidumbres, que parece empinarse en estos tiempos de la comunicación y de la desinformación con la muerte de la verdad.  Rendir cuentas será lo que nos devuelva la confianza en los administradores, vacunarnos, en las ciencias y el sistema de salud.  La vacunación nos ofrece un sendero para volver a hacernos compañía, para descubrirnos las caras, para darnos las manos y los abrazos, para crecer sanos y gregarios.  4/1/2021

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