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Alto y claro: los que se oponen a la educación sexual en nuestro país, no es porque no les apetece el proyecto de Ley 61 ni las Guías para los maestros de los diferentes niveles de escolaridad. No quieren educación sexual y punto. Todo lo demás son excusas que llevan ya esgrimiendo casi 10 años.

 

Tampoco es cierto que las diferencias entre los que no quieren educación sexual y los que la favorecemos sea que los primeros solo creen en la abstinencia. Ni en eso creen. Creemos más en ella los que favorecemos una formación integral, comprensiva, holística; es decir, veraz, científica y ética.

 

Dice Nancy Kendall, en su texto: The Sex Education Debate[1] que las diferencias entre AOUME (Abstinence Only Until Marriage Education) y CSE (Comprehensive Sexuality Education) realmente se asientan en sus ideologías sobre el individuo, sobre el sexo y sobre la sociedad.   De este texto elaboro este escrito.

 

Mientras unos son reduccionistas y se concentran en lo que ven en sus propios hogares o les gustaría ver, los otros miramos donde nadie más mira: las poblaciones más densas del país, esas donde hay más analfabetismo, más abandono, más hacinamiento, más pobreza, más violencia. Si hay religión o marxismo, si hay conservadurismo o liberalismo, si hay fanatismo o racionalidad, no me importa en la discusión de hoy. Entre otras cosas, esas adjetivaciones se utilizan y se han utilizado en este y otros debates para desacreditar. Pero de que hay una densa y tóxica dosis de «religiosidad», la hay.

 

La concepción sobre el individuo, el sexo y la sociedad es -para quienes favorecemos la educación de la sexualidad- una donde el individuo es un ser humano a quien se le debe respetar y promover su dignidad y su autonomía; el sexo es un preciado instrumento de comunicación de afectos y pasiones, como de reafirmación personal y familiar; y la sociedad es una diversa, solidaria, que debe permitir crecer y desarrollar ciudadanos.   Para quienes se oponen, el individuo debe obedecer, el sexo es para procrear, y la sociedad es para mangonearla.

 

Quizás ya estemos saturados de embarazos precoces, primera relación sexual antes de los 12 años de edad, de enfermedades de transmisión sexual: gonorrea, sífilis, clamidia, con sus altos riesgos de infertilidad adquirida o daño fetal intrauterino; o de otras asociadas a mortalidad, como la infección por el virus de la hepatitis B, la infección y cáncer por el virus del papiloma humano, o la infección y enfermedad por el virus de la inmunodeficiencia humana adquirida. Toquemos el tema que menos se ha tocado: el asalto sexual y la violación sexual genital. De estos delitos y crímenes, no salva ni la abstinencia ni la educación sexual informal.

 

El Ministerio Público ha señalado que el año pasado se reportaron 4,812 casos de delitos sexuales, de los cuales 38% fueron violaciones carnales. La mayoría de las víctimas tienen edades que oscilan entre los 14 y 17 años de edad. Es más, cada 2 horas se comete un delito contra la libertad sexual. Sin embargo, solo se refieren a delitos contra las mujeres. En los EEUU se ha calculado que 1 de 4 niñas o adolescentes y 1 de 8 niños y varones han experimentado alguna forma de asalto sexual antes de los 18 años. Cuando la mujer es la víctima, la edad promedio de ella es 16 años y la de quien perpetra la violación es de 24 años. Entre las víctimas varones, la edad promedio es 4 años y la del perpetrador sigue siendo 24 años.

 

Las cifras nacionales de asalto y violación sexual tienen que ser superiores porque es lógico que los registros sean inferiores en un país donde la investigación por delitos sexuales se detiene o se le imputa responsabilidad de ellos, a la mujer que los denuncia; se las atemoriza y amenaza, se oponen las familias, o se avergüenzan, o se desconoce el derecho a denunciarlas.  Graves consecuencias de este comportamiento deben enseñarse. El principio que debe gobernar entre nosotros como sociedad solidaria es que la víctima NUNCA tiene la culpa o responsabilidad de la violación carnal pero por no desestimar el rol de quien ostenta todo el poder, tampoco puede dejarse de enseñar sobre los instrumentos que deben observarse para evitar el asalto y la violación sexuales, los roles sociales y el grado de violencia en la sociedad. Aunque hay formas de estar seguro contra la violación, nunca se puede culpar a la víctima, de ella, para cerrar un caso.

 

No basta “no es no”, pero hay que enseñarlo. No basta enseñar que el mutuo consentimiento debe existir en personas maduras y educadas, pero hay que enseñarlo. Debe enseñarse a las mujeres conocer qué pasos andar para evitar la violación. La educación debe considerar formar sobre los aspectos socioculturales de la sociedad y no solo decir que hay perversión e inmoralidad, no importa que esa sea una conclusión en el camino. Una educación integral, comprensiva, holística (EI) puede hacer esto; una educación basada en la abstinencia hasta el matrimonio (AHEM), no sabe cómo, ni puede hacer esto. En parte, porque la educación basada en la abstinencia, como han dicho algunos, no tiene la capacidad de conceptualizar ni analizar el rol que juega el hombre en la violación; porque según ella, el hombre es fácilmente tentado por la mujer y la mujer lo facilita; porque se resiste a empoderar a la mujer de su cuerpo y sus decisiones; mientras ignora la íntima relación del asalto sexual con el poder físico y emocional que ejerce el hombre sobre la mujer, porque favorece la enseñanza de que la mujer le pertenece ciegamente al hombre dentro del matrimonio, enseñanza superada de una iglesia vieja.

 

Para los grupos de abstinencia hasta el matrimonio, la violación se detiene si la niña o la adolescente o la mujer se visten de tal manera que no estimulen la libido del hombre. Misoginia. Pero en el matrimonio, ya eso no importa porque allí, ella está a salvo. Como si para violar a una mujer fuera más fácil sin ropa o si como en la privacidad de un hogar, no hay hombres que violan a sus esposas. El mensaje de estos grupos es que las mujeres son violadas porque no son virtuosas o porque le son infieles a sus esposos o novios y se le insinúan a otros hombres, y, el hombre no es un violador porque él solo obedece las señas o lenguaje que le comunica la mujer. Me parece estar en el Paraíso Terrenal con la serpiente erecta, lista a morder después de la primera mordida de Eva a la prohibida manzana.

 

En los programas de educación integral u holística, donde la abstinencia tiene un lugar pero no el único, el énfasis se hace en cifras estadísticas y en puntualizar que el asalto sexual no ocurre como responsabilidad del comportamiento de la mujer, desde su forma de vestirse hasta su forma de andar o de conversar. Incluso se enseña que bajos los efectos del alcohol o drogas, el asalto sexual y la violación a mujeres o varones son igualmente delictivos, aún con “consentimiento”. A la adolescente se le enseña que conozca con quienes va a fiestas y comparte, que lleve su bebida con ella cuando se levanta del sitio donde comparte con otros, que no camine o viaje sola cuando se dirige a su casa, y cómo desanimar a quien insiste en llevarla a la cama o a otro sitio que no estaba en los planes iniciales. Que exponga claramente sus límites. Es clara la enseñanza de los programas de educación integral: la violación es una situación en la cual una persona viola los derechos de la autodeterminación de la otra persona; conoce tus límites, no los de los demás, y déjalos conocer a los otros; la mujer no es la única violada y no todos los hombres son violadores. Hasta aquí es significativa la universalidad de los conceptos.

 

La comunicación abierta de los límites que yo me pongo es muy importante en la educación integral de la sexualidad. Allí se discuten los deseos y necesidades sexuales y cómo el género, el ejercicio del poder y el de la autoridad afectan esa comunicación. Ya sabemos lo difícil que es para los que favorecen abstención solamente hasta el matrimonio, aceptar la enseñanza de todos los aspectos del género, desde su impresión cerebral en el feto, su desarrollo en la infancia hasta sus manifestaciones en el niño, el adolescente y el adulto.

 

Dice Kendal que mientras para quienes abrazan la abstinencia hasta el matrimonio -como la esencia de la educación de la sexualidad- el estudiante es un consumidor de valores y moral, para quienes favorecen una educación amplia e integral, el estudiante es un consumidor racional de información, que le servirá para tomar sus decisiones. Mientras los seguidores de AHEM ven el sexo para solamente después del matrimonio, con lo que lo convierten en un bien para negociar (matrimonio, seguridad, posición social), para quienes creen en la equidad para cada individuo y todos los individuos -como lo enseña EI- la sexualidad es controlada por la conciencia de cada quien. Para aquellos (AHEM), entonces, la violación es el producto de un consumidor que reconoce la disponibilidad del objeto sexual (la víctima, que no es víctima), que se le ofrece como una mercancía –barata y sucia; mientras que para estos (EI), la violación representa la violenta disposición de algo que no está a la venta de nadie. Si todos los individuos -no solo los hombres, sino hombres y mujeres- están empoderados, cualquier negociación sobre el sexo debe dejar claramente establecidos los deseos y necesidades, como los sentimientos y valores de cada uno.

 

Esta perspectiva del sexo como un bien para negociar y los estudiantes como consumidores es muy de una sociedad materialista y mercantilista. No es lo que he respirado ocurra entre los grupos nacionales que se enfrentan ante la educación de la sexualidad. Lo cierto es que cada país con sus costumbres y culturas, sus tradiciones y su desarrollo puede, no mejorar (no es el vocablo correcto), sino modificar los instrumentos respetando el propósito de una educación de la sexualidad sentida, que honra a la persona en su dignidad, a la familia, a la sociedad, a la ciudadanía, mediante la observación genuina y estricta de los derechos humanos, en cada actuación y ejemplo.  

 

Todavía hay argumentos que señalan no solo las diferencias que existen entre los 2 grupos sino que este asunto no es solo sobre sexualidad. En alguna charla que diera hace algún tiempo sobre este tema -donde las religiones ha jugado un papel singular- hice un parangón de las 2 corrientes de pensamiento sobre cómo y qué se debe enseñar sobre la sexualidad humana, entre el pensamiento preconciliar (modelo de control o norma, sujeto a la autoridad y con regulación de la intimidad) y el posconciliar (modelo libertad donde delibera la conciencia y se opta con autonomía). Habrá algunos que puedan hablar de esto mejor que yo. A mí me gusta, particularmente, un sacerdote jesuita colombiano, experto en teología moral de la iglesia, Alberto Múnera Duque.

 

[1] Kendall N: The Sex Education Debates. The University of Chicago Press. 2013.

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