- Nov 4, 2016
- Pedro Vargas
- Adminstración de Salud, Cultura médica, Padres, Para Doctores, Salud Pública
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Los médicos, antes que los pacientes, tenemos que entender que el ejercicio de la profesión es delicado, es serio y es de alto riesgo. Nosotros y no los pacientes, somos los indicados para señalar la razón de nuestra práctica, los objetivos, los instrumentos y los métodos para honrar la profesión.
Si tomamos dos de las múltiples situaciones de riesgo a las que nos confronta el paciente, podemos hacer una reflexión válida: los certificados médicos de incapacidad o de capacidad, y las consultas telefónicas o a través de instrumentos de las redes sociales.
Certificar buen estado de salud como estado de enfermedad es un asunto que obliga a examinar al paciente antes de expedirlo. Miremos con ejemplos cada uno en esas dos categorías.
Si el certificado de salud es para una oscuro requisito del Ministerio de Educación para firmar un diploma de graduación a un estudiante, o es para la práctica de un deporte de contacto u otro de alto rendimiento; o si la certificación es para señalar que el paciente no sufre de enfermedad alguna –ni contagiosa ni limitante- y/o que su estado de inmunización –una solicitud más en la edad pediátrica- está al día con las recomendaciones, o para cumplir con un requisito de expedición de licencia para conducir o para matrimonio, ¿quién se atreve a decir que no se necesita un examen médico y una revisión de los récords médicos para expedirlo?
Si el certificado de salud es para señalar un estado de enfermedad, requerido para motivos laborales o escolares, por ejemplo, es necesario que tengamos evidencias clínicas y otras, en algunos casos, para precisar esa situación. Eso indica la necesidad de un examen físico del individuo.
Hoy día, expedir un certificado de salud sin examinar propiamente a un paciente, claro que aligera los trámites que ese paciente necesita cumplir, pero también aligera la presencia del médico ante un jurado por mala práctica médica, por negligencia o por corrupción. Un muchacho joven puede caer muerto en el campo de fútbol americano por un golpe en la cabeza, por una arritmia cardíaca o por una intoxicación con cocaína. Las investigaciones van a llegar al consultorio médico de quien señaló “salud sin riesgos”. La evidencia de un examen médico apropiado no lleva al médico a la cárcel, su falta, sí. Una certificación de buena salud sin ser cierta, para cumplir un requisito de una compañía aseguradora, o de enfermedad ficticia, para cargarle el costo de la consulta a ésta, no parece tener consecuencias para el médico hasta que se investiga. Y entonces, ambos, paciente y médico tendrán un récord de falsedad, dañino. Muchos otros ejemplos se pueden dar.
Veamos las consultas médicas, con fotos o sin ellas, por el Chat o What’s App.
El diagnóstico es un proceso de los sentidos, que empieza con la entrevista (escuchar), con el examen físico (ver, tocar, palpar, auscultar), y finaliza con el análisis clínico (lo cognitivo: juntar todo lo obtenido y orientar los siguientes pasos). Un diagnóstico preciso no se logra como la identificación de una canción popular con solo oír dos notas de ella. La consulta telefónica, aunque introduce otro elemento para el análisis, como es la posibilidad de hacer otras preguntas y percibir el estado de ansiedad o no de quien da los síntomas, tampoco es un método para hacer diagnósticos y, menos, dar tratamientos específicos que tienen también riesgos.
Esta práctica del ciudadano de cada día se mantiene porque si no encuentra la respuesta que busca con este médico, la busca en otro. Y nosotros, los médicos, nos prestamos para ello, ya sea por compasión o por interés en aumentar el volumen de nuestros clientes. Sin embargo, no hacemos bien, por ninguno de los dos caminos. No se trata tampoco de que no le cueste dinero al paciente, porque en cambio, costará prestigio y libertad al médico.
Si una consulta por teléfono o por What’sApp, por ejemplo, se hace porque “no es nada serio como para ir a la clínica o al hospital”, entonces ¿por qué la hace? Resuélvalo en casa con sentido común, con prudencia y paciencia. Cuántas veces no nos encontramos con un padre o un paciente que al solicitarle que se haga una evaluación por el cuarto de urgencias de un hospital o en la clínica contesta “pero no es para tanto”. Si no es para tanto, entonces por qué llamó a las 11 de la noche, por ejemplo. O cumplir con la sugerencia de laboratorios y luego volver a llamar por los resultados y por la receta. Las buenas excepciones no hacen la regla, pero la regla se hace con sentido.
Todo documento escrito o grabado puede ser usado por abogados y fiscales en un proceso legal, por resultados negativos en la relación médico paciente. Eso es un costo altísimo para el médico. ¿Cuánto cuesta una consulta médica y un trabajo bien hecho? ¿Cuánto cuesta mantener una práctica médica cónsona con la seriedad y gravedad de la profesión médica? En otras sociedades más avanzadas o con mayor tradición de la medicina occidental, las consultas sin presencia física y la expedición de documentos de salud sin documentación en una cuadrícula médica que revele la fecha y los resultados de un examen médico, no se hacen. Y, como no las hace ninguno de los galenos, el paciente aprende la forma correcta de proceder. Por eso dije al inicio de esta reflexión, “Los médicos, antes que los pacientes, tenemos que entender que el ejercicio de la profesión es delicado, es serio y es de alto riesgo.”
Hoy, incluso, la consulta médica puede lograrse a través de las computadoras o las tabletas o los teléfonos celulares con no solo voz sino video.
Aunque esta facilidad permite al médico «ver» a su paciente, tienes sus limitaciones y debe entenderse bien y aclararlo con tiempo.
Como todo estos encuentros acarrean responsabilidad médica, cobrar por ellas debe ser la norma.
producido: 4 de noviembre, 2016
revisado y aumentado: 14 de abri, 2017