
- Dic 31, 2017
- Pedro Vargas
- Derechos Humanos, Otras Lecturas, Temas ciudadanos
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“Eso es democracia”, contestó un amigo de muchos años mientras hacía yo una crítica al cruento espectáculo de circo romano revivido en la Asamblea de Diputados para la participación ciudadana sobre la designación del Ejecutivo a los cargos de magistrados de la Corte Suprema de Justicia.
Realmente, “democracia” es tantas cosas hoy, que no es ninguna de ellas. Y, cuando es así, nadie se pone de acuerdo. Desde una elección popular concurrida hasta un golpe de Estado “por la democracia”. Desde una interpretación antojadiza de una Constitución desconocida o sopeteada, hasta otra interpretación de la interpretación anterior. Desde el esplendor hasta el ocaso. La democracia es tan vulnerable como frágil y sus enemigos lo conocen.
El que no tengamos simpatía por el autoritarismo o por las satrapías no nos convierte en demócratas. Si le compramos la independencia y el honor a la Corte Suprema de Justicia y jueces, si no protegemos a las minorías, ni aceptamos ni respetamos la diversidad deshonrando la justicia social y los Derechos Humanos, y si no ejercemos una forma de control y balance que limite el poder público mediante la separación de los poderes, ¿qué nos queda de la democracia? Ya habrá quien salte y diga que en una democracia no se le pueden poner cortapisas a nadie y a nada, y menos a la libertad. No es así. Por allí comienza el cáncer.
Cuando todo un pueblo se reunía -y sobraba espacio- en una plaza como la del Parque de Santa Ana, entonces era fácil escuchar a todos y atender a los más o a todos en sus exigencias. Esos demos de la antigua Grecia ya no existen. El encanto de esa democracia se disipó como se disipa hoy el de la democracia liberal[1], precisamente por los excesos y arbitrariedades, ejercidos en su nombre.
La tiranía del derecho, es una de ellos, que da paso al autoritarismo y a otras formas no democráticas de vivir y de gobernar, como en Europa –asevera el sociólogo de la Universidad de California en Berkeley, Dylan Riley- se fundó el fascismo, una forma de “democracia autoritaria”, desde la sociedad civil[2], que minó el terreno de regímenes liberales que nacían. Marc F. Plattner, advierte que si gobiernos autoritarios como en Rusia, China e Irán -propuestos a sobrevivir con la ayuda de los fracasos de las democracias- revelan éxitos, se documenta que hay otras formas –no democráticas- de ser grandes y fuertes, y se añora entonces una forma de autoritarismo, que crece en el corazón de quienes ya están cansados de democracias corruptas y demagógicas.
China es uno de esos ejemplos de dictaduras férreas e inhumanas cuyo progreso material aparta la vista de las diarias injusticias y crímenes de un régimen que no respeta la vida, porque las cifras económicas muestran un crecimiento envidiable aunque sea sin libertad de expresión, sin derecho a disentir, sin separación de poderes donde el gobierno es el partido único. La imagen fuerte y recia de Putin, la modernización militar de Rusia y sus intervenciones decididas para tomarse territorios y cambiar resultados electorales en otras latitudes hacen de ese sistema autoritario un putinismo que envidia hasta el presidente Trump. Turquía, India, Singapur son otros estados exitosos a pesar de no ser países occidentales ni democracias liberales, ni liberales, ni democracias, como lo ha señalado Viktor Orban, influyente Primer Ministro de Hungría[3], y quien se aleja paulatinamente de la democracia liberal.
Frente a este panorama de exitosos autoritarios, el populismo se toma las calles y los palacios de gobierno mientras la juventud revela su desencanto con la democracia. Aquello va de la mano con esto. Detrás se cierne una tentación autoritaria que descubriremos tarde[4]. Ese desencanto, como bien lo han recordado otros científicos sociales, ha sido condicionado desde mucho tiempo atrás y en todas partes, y nosotros lo tenemos en frente de nosotros, por la desaceleración del crecimiento económico, por la inequidad social y económica, por la polarización política y desconfianza en los partidos y los políticos, por la decadencia moral y cultural, que descubrimos y no sabemos o queremos reformar.
La “democracia en receso”[5] , como vemos hoy en Venezuela y en los Estados Unidos o en los múltiples países latinoamericanos donde Odebrecht sembró para la corrupción -debilitando la democracia- para dar paso a la anarquía, a la decapitación de los gobiernos electos y, a nuevas formas autoritarias, debe obligarnos a considerar qué camino estamos andando y cuál queremos andar. Veamos lo que ocurre en Brasil y lo que se cuece en el Perú y en el Ecuador. Se vocifera la pérdida de la institucionalidad y se vituperan las instituciones. Se rechaza a los gobernantes electos y se recurre a tiranos y dictadores o sus herederos. Se ataca la corrupción de arriba y se practica abajo. Se critica el presente cuando se fue arquitecto del pasado que le dio paso. Así se injerta el veneno en la sociedades libres. Y con esa toma de las calles por el populismo, se pierde libertad y se pierde justicia.
Al final del día, la democracia la decidimos y la mantenemos los ciudadanos al hacer mejor escogencia electoral de nuestros gobernantes y, sin descuidar el balance y control de las acciones ejecutivas, disminuir la crítica insostenible y destructiva como las demandas irrazonables, que obedecen no solo al desconocimiento sino a la atención que damos a las denuncias canallas de quienes más criticamos por su falta de ética y memoria, los partidos políticos y los políticos corruptos, quienes tienes intereses solapados y muy ajenos al bienestar de la nación y las gentes. 31/12/2017
[1] Plattner MF: Liberal Democracy’s Fading Allure. Journal of Democracy. 2017; 28(4):5-14
[2] Riley D: The civic foundations of fascism in Europe: Italy, Spain and Romania, 1870-1945. The Johns Hopkins University Press. Ba.ltimore. 2010
[3] citado por Marc F. Plattner en Liberal Democracy’s Fading Allure. Journal of Democracy. 2017;28(4):p10
[4] Schamis HE: La democracia en 2018. Diario El País. 30 Dic 2017
[5] Diamond L: Facing Up to the Democratic Recession. Journal of Democracy. 2015;26:141-155