- Sep 3, 2016
- Pedro Vargas
- Biología, Identidad de Género, Otras Lecturas, Sexualidad
- 0 Comments
Tanto se ha tergiversado y mentido sobre este asunto del compromiso del Estado con las poblaciones de niños, jóvenes y estudiantes sobre la educación de la sexualidad humana –un instrumento probado y eficaz en disminuir las deshonrosas cifras de enfermedad y muerte que siembra la burla a los Derechos Humanos- que es difícil encontrar un camino de respuesta que no sea peyorativo.
Es necesario que enfatice que lo que se requiere para hacer hombres y mujeres con bienestar, ciudadanos que respondan o responsables, y para fundar familias que nutran y no que desnutran los valores del ser humano, no es solo educación sino, mejor, formación. Por ello es que al estar a favor de una “educación integral”, lejos de lo que se ha propagado con malicia y maldad –nacional y transnacional- yo y otros favorecemos no la desintegración de la familia, no la pérdida de la potestad de los hijos, no la proliferación de la homosexualidad y el bestialismo, y, nada como ese invento de licuefacción que aglutina ciegamente hasta al más encumbrado, el de la “ideología de género”.
La formación del hombre y del ciudadano por el Estado requiere educación ética, en valores y virtudes, no necesariamente religiosa –eso se hace en otro ámbito- pero sí de religiones, en historia y ciudadanía, en ciencias y humanidades, en cómo aprender, de dónde, cuándo, con quién; y, cómo adquirir capacidad de análisis crítico. Si hay alguien que le tiene miedo o pavor a esto, tiene que ser un dogmático o un fundamentalista atrapado por primitivos métodos de dominación de los otros.
Ciencias y humanidades andan caminos diferentes para encontrarse con el hombre. No se atiende una de ellas para despreciar la otra. Una no es la enemiga de la otra. Dicho esto, no niego que no existan hombres y mujeres de ciencia que consideren las humanidades como un obstáculo sentimental, y humanistas que desechen el constante cuestionamiento, el progreso y el rigor que se le debe y es propio de las ciencias.
La familia no se integra a partir de tradiciones sino de convicciones, y, éstas mediante una formación integral del hombre y de la mujer, del ciudadano. No es cierto que machacar virginidad hasta el matrimonio, no al divorcio y obedecer ciegamente al marido es más eficiente que enseñar respeto a la dignidad de hombres y mujeres, de compromiso con los Derechos Humanos, de crear un núcleo familiar para criar amor e hijos basado aquel en valores y virtudes, sin rechazar al ser humano en sus errores y en sus imperfecciones. No entiendo por qué esto es tan duro de asimilar por otros que, quizás –y me atrevo a sugerirlo- sean tan imperfectos o más que sus prójimos.
La potestad de los padres sobre los hijos es más que un derecho, un deber. Sin embargo, no se defiende cuando quien falla a sus deberes de padre o madre es uno de sus progenitores. ¿Por qué? Prefiero pensar que no sea el “curarse en salud” o la complicidad con el maltrato y abandono de los hijos , sino el inminente peligro de perder dominación sobre los hijos, nada parecido a perder la oportunidad de dar amor y cuidado a los hijos, ejemplo y compañía, protección y educación. La ley establece un listado de razones por las cuales el padre pierde la potestad de los hijos, ninguna dice que por educar en la sexualidad humana.
No insistiré más en esa falsedad rayana en la estupidez de que educar en sexualidad y derechos sexuales, como en la promoción de la salud sexual, sea promover la iniciación sexual precoz, la homosexualidad y los bacanales de Sodoma y Gomorra. Decir esto sí es una encomienda internacionalista de cruzadas religiosas que parecían ya superadas. En este siglo de luces y deslucidos, los humanistas debemos conocer algo de medicina, de sociología, de tecnología, de ciencia; y, los científicos debemos ser receptivos a las diferentes culturas, costumbres, creencias, como a las sensibilidades humanas, para encontrar los caminos de la docencia y el aprendizaje. El lenguaje se ha multiplicado y los significados hay que conocerlos.
Llegamos entonces a la creación de “la ideología de género”. No sé quiénes han sido los creativos pero suena a misoginia oponerse a que a las mujeres se las reduzca a las labores de la casa y la crianza de los hijos, cuando eso debe ser una empresa de los esposos; que a la mujer se le maltrate emocional y físicamente porque a la fuerza bruta del músculo y la dominación, se le den y reconozcan privilegios; que se reduzca la educación y formación de la mujer a los estadios de las clases de cocina y de costura; o, que se vea con buenos ojos que la misma labor profesional u oficio se le pague mejor al hombre que a la mujer. Esa agenda primitiva y abusiva sí parece regirse por una doctrina con ciega membresía obligatoria.
Las diferencias biológicas no necesariamente son las responsables del éxito en la sociedad. La equidad u oferta de oportunidades por igual es más importante. Hoy, la perspectiva de género es un asunto no solo sociológico sino biológico. Como bien se ha dicho, el sexo y lo relativo a él no es un fenómeno unitario. Desconocer esto es la primera traba a la apertura que la sociedad le debe a esta discusión y a actualizar sus conceptos. Y cuando digo la sociedad, me refiero no solo a quienes se oponen a una educación integral de la sexualidad humana, sino a las familias, a los profesionales -incluso los de la Medicina- pero también sociólogos, psicólogos, antropólogos.
Me propongo educarme y educar sobre ello.