- Abr 23, 2022
- Pedro Vargas
- La Prensa
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Hace un rato, compartía opiniones con estudiantes de medicina sobre la pregunta: ¿sale el buen médico de un “buen estudiante” de medicina? No hubo una respuesta inmediata en aquel grupo.
Primero, habría que definir que es ser “un buen estudiante” y qué es ser “un buen médico”. Y para esas respuestas no hay ni debe haber unanimidad. Sin embargo, suele haber cierto grado de coincidencias en las respuestas: “un buen estudiante” es uno que demuestra éxito en su formación basada en competencias, uno que cabe en la definición de “nerd” o estudioso obsesivo, o el “ratón de biblioteca”, o, incluso, aquel que tiene las preferencias de sus profesores, no necesariamente por su rendimiento académico ni social, sino por constituirse en quien le alivia las tareas.
Hay otras cualidades del estudiante de medicina que nos revelan mucho más con menos material académico, como son su carácter, su cultura humanista, su sentido gregario, su orgullo de pertenencia. Aquel que se sitúa en el lugar del otro, que se preocupa por sus compañeros, que goza de actividades extracurriculares en la comunidad donde vive o que crea grupos de estudio, investigación o servicio social. Hay escuelas de medicina que facilitan crecer y desarrollar a este individuo y hay otras que lo abortan, cuando convierten en una urgencia hacer del estudiante novicio un maestro de la medicina. Lo cierto es que cuando un estudiante adquiere o alcanza un mínimo de conocimientos médicos, sus éxitos a lo largo de su carrera y profesión no son exclusivamente del orden de sus capacidades cognitivas ni de sus habilidades técnicas.
No es que las generaciones de estudiantes formados bajo los principios de Flexner y Osler, con una educación científica básica, estructurada en los claustros universitarios y un acumen de habilidades clínicas, al lado del paciente, no le sean útiles al enfermo y deban abandonarse para hacer del buen estudiante un buen médico, pero sí se reconoce que el buen médico es aquel que crece y se desarrolla en interacción con la comunidad donde vive y se integra -una integración que también toma tiempo- y no solo en el laboratorio donde trabaja. Bien lo dice Eric J. Warm: “los efectos del desconocimiento o las pobres habilidades técnicas empalidecen frente al impacto negativo de un narcisista, que adolece de empatía fundamental y quien, en su interior, no desea tampoco adquirirlas”.
L. Maximilian Buja, de la universidad Texas Health Science Center, en Houston, hace el perfil del estudiante de medicina de hoy, en Estados Unidos. Dice Buja que este estudiante es altamente asertivo, con alta autoestima y trazos narcisistas, que tiene altas expectativas, pero quien, además, denota, en medida variable, ansiedad y pobre salud mental y hasta disminución en su propia confianza. No deja de llamar la atención lo que en repetidas ocasiones ha descrito el filósofo coreano Byung-Chul Han, como un producto de “la sociedad del cansancio”, donde la exigencia de rendimiento es autoimpuesta por el individuo para convertirse en víctima del agotamiento físico y mental o burnout.
Este perfil es un verdadero reto para el maestro de medicina de hoy, particularmente cuando al “buen médico” lo definen, además de las características cognitivas, otras no menos importantes por no ser cognitivas y que se revelan en sus comportamientos. Estos comportamientos son los que la sociedad y el paciente observa, más allá de reconocer los conocimientos y la formación médica de su doctor o doctora. Todo esto hace necesario una revisión periódica del currículo ético de autenticidad, integridad y activismo social, como del currículo humanista de valores, empatía y servicio del estudiante de medicina, que no es ajeno a la cultura humanista de la facultad, del hospital y de los mentores donde y con quienes se forma.
El buen médico es responsable, primero, consigo mismo y, luego, con sus pacientes; promueve el apoyo a aquellos con desventajas frente a sistemas de salud dispares o injustos; habla alto por los pacientes de la comunidad donde sirve, y es amable en la generación de sus propósitos y la práctica de sus actividades; muestra compasión por el enfermo y la familia; colabora con otros profesionales; tiene el coraje y la honradez para aceptar sus limitaciones e incertidumbres; respeta la cultura y creencias de las gentes en todo momento del ejercicio de su profesión, y cementa la relación confiable y respetuosa del contrato fiduciario con el paciente. Además, el buen médico debe demostrar curiosidad e interés por conocer con quienes labora o presta servicios, ecuanimidad, empatía, equidad, compromiso y pasión por lo que hace. Estas son algunas de las cualidades que las gentes esperan del médico que los cura, los mantiene sanos y los acompaña.
Dos obstáculos se presentan desde la sociedad moderna a estas cualidades del buen médico, algo así como entre el altruismo y el comercio: la masificación de la atención de la salud pública en instituciones bautizadas como de seguridad social y, en el campo de la medicina privada, la aplicación de filosofías de mercado y negocios, representadas por los sistemas de administración de los cuidados médicos. A ellas se las confronta con escuelas de medicina constituidas en referencia moral de la relación médico:paciente.
Publicado en el diario La Prensa, de Panamá, el 22 de abril de 2022
Dra Katia Rueda
24 abril, 2022 at 2:37 pmSer buen médico para mí es ciencia y arte. La ciencia del conocimiento que nunca termina y el arte de cultivar la medicina dentro de una sociedad cambiante, muchas veces injusta y desigual para los pacientes, buscando el bien y la salud del enfermo, ayudándolo a pesar de las circunstancias y siempre trabajando con pasión y al de la cama del paciente❤️