- Mar 25, 2025
- Pedro Vargas
- Ciudadanía, Cívica y Política, Cultura Democrática, Cultura Política, Derechos Humanos, La Prensa, MAESTROS DE MEDICINA
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Ni la soberanía se negocia, ni la patria se vende
Si son ciertas todas las noticias, ya es hora que Panamá denuncie a la faz del mundo la Declaración de Guerra de Donald Trump contra Panamá, con amenazas crecientes hasta atreverse a decir imperialmente que enviará tropas para cumplir con su cometido, la toma del Canal de Panamá, como si el Tratado del Canal de Panamá no hubiera dejado de existir y regir, el 31 de diciembre de 1999, como si el Tratado de Neutralidad no existiera, como si la opinión internacional fuera un cero a la izquierda. Como si los Derechos Humanos hubieran nacido de la imaginación y no de la destrucción instantánea de la vida en Pearl Harbor y Nagasaki, en los campos de concentración sembrados por el odio racial y religioso, en el hurto insaciable de territorios y soberanías por la fuerza y la locura. Señor Trump, en EEUU gobierne como quiera, pero fuera de los EEUU, sus órdenes ejecutivas son imperialistas, arbitrarias abusivas y no se cumplen acá.
Un “no me importa” que no le aceptan ni México ni Canadá en su guerra arancelaria y no tenemos por qué aceptárselo nosotros en su guerra expansionista del “gran garrote”, arbitraria, autocrática, orientada al crecimiento de sus negocios y su enriquecimiento personal, para la cual el Canal de Panamá no participará. Venga, que se va a regresar otra vez con los pantalones mojados y no solamente a las vastas de ellos. Y a su principal vocero viajero, Marco Rubio, cuide sus palabras, que está cerca de que le declaremos “persona non-grata”.
Todo el servicio exterior del país debe volcarse al mundo para informar con hechos y detalles precisos los atentados recurrentes contra la soberanía, la independencia y la honra de Panamá, mediante calumnias y difamaciones, desde que Trump ascendió a la primera magistratura de los Estados Unidos, con un cartel nada honorable de mafiosos, cafres, mendaces y fariseos. Nuestro silencio oficial en aquel país es uno sepulcral o una connivencia.
La narrativa de Trump dirigida a irrespetar e ignorar la soberanía de naciones libres e independientes y pueblos dignos del continente es una burla constante, desagradable muestra de su prepotencia de matón, matonería en el manejo de las relaciones diplomáticas y económicas que resultarán, para el pueblo norteamericano, en sufrimiento insospechado. Nuestra soberanía y nuestra independencia no son negociables, no son parte de ningún debate, que se acaben la insensatez, los disparates y las burlas de una vez y por todas. Panamá es el único, de los dos países que han construido el Canal de Panamá, que tiene el derecho y mandato para solicitar la intervención armada en su defensa y nadie más.
Este no es el Canal de Estados Unidos, tampoco es el Canal de Norteamérica. Es el canal que rompió la cordillera central montañosa en la cintura del Istmo, que nació del útero de nuestra posición geográfica, desde el golfo de Panamá a la ciudad de Nombre de Dios, del poblado de Cruces, del cauce del río Chagres, de las aguas mansas de los lagos Gatún y Alajuela. Todo esto era y es nuestro. Es nuestro territorio, son las aguas de los mares que nos acarician, las de los lagos que recreamos. Son nuestros ríos y nuestra selva. Es nuestra propiedad. Es el tesoro de nuestras luchas, nuestros muertos, nuestros sueños por retomar lo nuestro -arrebatado como si el dueño fuera el de los intereses imperialistas- y los denuedos de nuestros patriotas, cada uno de nosotros. No más alusión a esta insensatez e irrespeto, ocupen su lugar de nación moderna e instrúyanse en historia y derechos.
Hay un cansancio entre nosotros, los agredidos por su irrespeto y amenazas, que no doblegará la decisión irrevocable de no negociar nuestra soberanía, nuestra integridad territorial y nuestras propiedades, de no atemorizarnos ante la amenaza, de no perder nuestra libertad ni nuestra democracia y de responder siempre con verticalidad, firmeza, dignidad y la fuerza de la razón, la justicia y la letra de la ley. Ya antes nuestra bandera ha ondeado libre nuestro cielo con fuerza, gracia y donaire y lo seguirá haciendo. De eso nos encargamos nosotros. Que lo oigan una otra vez, Trump, Rubio, Hegseth, el Senado y el Congreso estadounidense, Panamá no es Crimea.
Igual molestia me estremece cuando esa narrativa humillante, mordaz, preelaborada y memorizada la repiten sin vergüenza ni honra sus secretarios de Estado y de Defensa, como también su desagradable vice-presidente y la aplauden como focas sus senadores y congresistas republicanos, como cuando aquellas, de pie y con frío desde la Antártida o la codiciada Groenlandia, golpean sus aletas delanteras con estereotipados movimientos que recuerdan una triste condición patológica humana. El primero, hasta ayer considerado independiente, de aparente sensatez, conocedor e informado y decente; el otro, dependiente, advenedizo, irracional, insensato, desinformado por derecho, malinformado por despropósitos, indecente por oportunidad, borran las diferencias de sus trayectorias, al optar por desobedecer el estado de derecho, vapulear la historia y las relaciones entre nuestras naciones, y obedecer ciegamente las pataletas del mitómano por excelencia.
Solo la prepotencia permite que, ante la contundente postura de la primera ministra de Canadá, Melanie Joly, cuando le señala al secretario de Estado de EEUU, Marco Rubio, que la soberanía y la independencia de Canadá no son parte de ningún debate, “no tienen por qué discutirse”, éste, de forma burlesca conteste que la posición de cómo se siente Canadá al respecto es clara, como tan clara es la posición de Trump cuando sugiere y aspira a que Canadá sea el estado 51 de los Estados Unidos. Igual, Rubio repite hace menos de una semana, que Panamá no ha cumplido “todas sus promesas”. A no ser que desconozcamos otras “promesas”, esta afirmación puede ser otro libelo. El presidente Mulino debe revelarnos el listado de ellas, aunque entre ellas esté reabrir la mina de First Quantum Mineral. Esa forma de hacer acercamientos diplomáticos es matonería, una falta de respeto constante y una burla sin medida. Señor Rubio, somos una democracia imperfecta pero lo suyo es una autocracia enojosa. No habrá dos Crimea, no atente contra el orden internacional.
De Panamá y su presidente, como de su ministro de Relaciones Exteriores, su Embajador en los Estados Unidos y nuestro representante en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, yo espero una postura inteligente, puntual, transparente, clara e inquebrantablemente valiente -primero con nosotros los ciudadanos panameños- como la de Mélanie Joly, la ministra de Relaciones Exteriores de Canadá, y Claudia Sheinbaum, la presidenta de México, en este Continente, y la médica belga Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea y Kaja Kallas, ex primera ministra de Estonia y jefa de política exterior de la Unión Europea. Si se necesitan mujeres inteligentes para confrontar sin miedos ni complejos a Donald John Trump, su vicepresidente y sus secretarios, aquí las hay. ¿Será el momento de reemplazar el servicio exterior panameño, por uno que produzca mensajes sólidos y valientes, hable un lenguaje vigoroso, alto y claro, que luzca inteligencia, precisión histórica, conocimiento del mundo actual en desorden, prudencia, pero certeza y dos cromosomas X? Publicado en el diario La Prensa de Panamá el 21 de marzo de 2025
Pedro Ernesto Vargas