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A este tiempo, cuando la iglesia católica celebra el nacimiento del Niño Jesús, se les ha robado a los niños la alegría y la esperanza. Se les ha robado la felicidad, la inocencia, la sonrisa, la sorpresa y el agradecimiento. Se les ha robado también a los niños lo que no se les permitió: seguir creciendo, gozar a sus padres, a sus hermanos y sus amigos, sus cosas sencillas y sus sueños fantásticos, su vida.

Las muertes conocidas, las desapariciones, los números crecientes de huérfanos, las discapacidades físicas creadas, el negativo y duradero impacto a la vida emocional y la salud mental de los niños de la guerra y de la violencia armada y política, de los crímenes de quienes trafican con sus cuerpos, de la enfermedad de los niños migrantes, de los niños envenenados por la minería y las industrias de comodidades costosas y discriminantes hacen cifras que no enorgullecen a nadie, excepto a los demonios de la destrucción y el enriquecimiento, a cualquier costo y precio.

La Navidad es una fiesta de nacimiento, de advenimiento de un niño. Como tal, es una fiesta para celebrar con los niños, que disfrutan los niños. Cuando nace Juan o Pedro, Isabel o María, se celebra con bombos y platillos, con gritos de sorpresa y alegría, con serpentinas y pitos y no faltan las bebidas y comidas. La tradición es celebrarla con regalos, pastel y dulces, y se canta. Durante esta época de la Natividad, en todas partes del mundo se escucha con alegría las canciones de la buena y nueva noticia del arribo del Niño Jesús, que es el del amor y la esperanza; se levantan y adornan arbolitos y pinos, se encienden luces en las casas y los niños pelean contra el sueño cada 24 de diciembre al anochecer. Es la fiesta de y para los niños.

Para nadie es un secreto que la Navidad ha sido convertida en una época de consumismo, de obscenidad social, de propaganda engañosa no solo de la mercancía, sino de nuestras vidas. Todo contrastante con la sencillez del pesebre y la grandeza de la promesa. Se hace necesario repetir al papa Francisco: hay que “defender la Navidad del modelo comercial y consumista actual”, y lamentar, como lo lamenta él, “la Navidad del dolor”, que enluta la guerra en Gaza y el Oriente Medio. Si con tan alta voz como nos llamamos cristianos hiciéramos unidad con la vida de Jesús, la Navidad no sería una de dolor, burla y luto.

Este año, los niños viven entre “muchos muertos” y los tiempos de Navidad no parecen poder detener tales horrendos espectáculos. Ucrania, Israel, el estrecho de Gaza, el Tapón del Darién. “Más de 7 millones de niños ucranianos corren grave peligro de sufrir daños físicos, graves trastornos emocionales y desplazamientos territoriales”. Niños que presencian los asesinatos a mansalva de sus padres, abuelos y hermanos en Israel. Tantos otros huérfanos frente a piernas amputadas, rostros monstruosos, charcos de sangre, en Gaza. Este año, unos 3 millones de niños en Estados Unidos han estado expuestos a las balas en las escuelas. Cada año, cerca de 4,000 mueren tiroteados en ellas y más de 15,000 resultan heridos. En las selvas del Darién, 40,000 niños han visto este año morir a otros niños y adultos ahogados, de agotamiento, mordidos por serpientes o mujeres y madres violadas repetidamente. A sus ojos se les han vedado los abrazos, por estas otras imágenes; las sorpresas, por estas otras imágenes; la magia, por estas otras imágenes; los pitos y serpentinas de colores, los juguetes sencillos, las maravillas del amanecer, las estrellas de la noche, los rostros de sus madres, por todas estas otras imágenes de muerte y pérdida.

También son muchos los niños que han muerto masacrados por la sorpresa de las bombas que no discriminan, los golpes de la metralla que los encuentran, el fuego que les consume y desfigura. Doce niños de 9 años de edad o menores y 36 entre 10 y 19 años de edad murieron en Israel el 7 de octubre. Unos 30 niños permanecen secuestrados por las milicias islamistas en la Franja de Gaza. Cada 10 minutos muere un niño palestino en Gaza, contabilizados 7,729 gazatíes al 10 de diciembre, muchos más enterrados en los escombros sin poder contarlos. Se puede estar cerca de los 10,000 niños muertos. Más del 44% de las 17,478 muertes contabilizadas en la Franja de Gaza son menores de edad. Gaza se ha convertido, como lo denunciaran las palabras del secretario general de la ONU, António Guterres, en “un cementerio de niños”. Ya los números superan las posibilidades del ábaco. Cuando termine de escribir, estos números ya habrán sido superados y seguramente serán subregistros.

Con el nacimiento de Jesús de Nazareth se puede pronunciar su nombre para celebrar su fiesta de cumpleaños y el tiempo hace Navidad en nuestras vidas. Es la fiesta de la entrada, del advenimiento, de la buena nueva. Como dijera el teólogo Hans Küng: “Y el nombre de Jesús -tantas veces pronunciado con esfuerzo y temor- puede significar un poder, una protección, un refugio, una reivindicación, porque promueve lo humano, la libertad, la justicia, la verdad y el amor frente a lo inhumano, frente a la opresión, la mentira y la injusticia”. Hay que recordar que la doctrina cristiana, “forma una unidad con su vida y su muerte”. Seguirlo es un acto de cada día, no es una palabra vana que se burla cada día.

Si con tan alta voz como nos llamamos cristianos hiciéramos unidad con la vida de Jesús, la Navidad no sería una de burla y descaro, no sería una “Navidad de dolor”, sería la alegre Natividad de Jesús y, como en Lucas 2:10-11: “Mas el ángel les dijo: No temáis; porque os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo. Que nos ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador que es Cristo el Señor”. Que sea pronto que llegue la paz, la comida y el agua, el abrigo y el abrazo, que podamos decir en todas partes del mundo y a toda voz: ¡feliz Natividad de Jesús!  Publicado por el diario La Prensa de Panama, el viernes 22 de diciembre de 2023


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