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El debate de la educación de la sexualidad o “del sexo” ha sido en nuestro medio una recapitulación de los argumentos de quienes auspician la abstinencia solamente hasta el matrimonio, frente a los argumentos de quienes urgen la educación como una forma de contrarrestar hechos higiénicos y sociales diarios y reales, de embarazos precoces, niñas madres, enfermedades de transmisión sexual, abandono escolar, abortos provocados y sin cuidado médico.

Incluso, la arenga “con mis hijos no te metas” de grupos de madres que se oponen a que en las escuelas se imparta educación sobre la sexualidad humana porque ésta es responsabilidad de los padres, emula el movimiento creado en los Estados Unidos por Eleanor Howe: “Madres organizadas para la estabilidad moral”, que protestaba la falta de moral en el lenguaje utilizado en la educación de la sexualidad, las discusiones sobre la homosexualidad, la masturbación y el uso de ilustraciones explícitas.

Mientras los movimientos conservadores priorizan la moralidad en la educación sexual derivada de referencias bíblicas, destacan la afectividad y los valores familiares, como también la amenaza homosexual, el material de los textos para la educación de la sexualidad y les incomodan vocablos de anatomía, de la mecánica del acto sexual, de la educación en anticoncepción, los movimientos progresistas basan sus argumentos en evidencias científicas, tanto biológicas como sociales,  y destacan la equidad, los derechos de las mujeres, el concepto de género e identidad sexual, los derechos  humanos y de salud sexual.

Lo cierto es que la educación de la sexualidad humana tiene que enfocar la ética, con lo que quiero decir que derechos y valores tienen que priorizarse cuando se vive en una sociedad con una cultura de la violencia sexual, que descubre en la mujer los gérmenes de su violación por su comportamiento femenino, que mitigan la responsabilidad del macho en la ebriedad y goza de la impunidad institucionalizada.  El hecho más reciente y salvaje no ha sido la cesárea de una niña de 8 años -ya detestable decisión médica, al permitirle llegar a ese estado de gravidez- sino la violación sexual de una niña, el silenciamiento de su familia, y la ruptura de vestiduras de una sociedad hipócrita y discriminadora.

¿Qué lleva a un adulto en su condición o naturaleza humana a no detenerse ante la idea de tener sexo con una niña? ¿Acaso había un requisito para que él atendiera o escuchara el no a sus pretensiones? ¿Todavía hay miembros de esta sociedad que consideran que una niña tiene que decir no para que no la viole un adulto?  Ni siquiera en este grupo de edad infantil, una niña o un niño pueden identificar violencia, coerción o aproximación cariñosa genuina de aquella con intenciones libidinosas.

La educación ética de la sexualidad humana debe formar al niño, al escolar y al adolescente en sus derechos -los derechos humanos- y hacer énfasis en la dignidad, el respeto y la justicia. La violación sexual es siempre un acto criminal y como tal no debe tener aceptación en ninguna sociedad justa.  Esto se inculca enseñado que las mujeres no tienen sus cuerpos para consumo del hombre; que el hombre no tiene derechos sobre el cuerpo de las mujeres; que la justicia escucha a la mujer violada,  le permite denunciar una violación y le facilita la recuperación de su salud física y mental.

Entonces, ¿cuándo hablarle a los niños y a los jóvenes sobre sexualidad?  No hay una edad para comenzar a hablar, pero la sexualidad está allí, en el mismo saco donde están el líquido amniótico y el bebé.  Y sigue en nosotros, para el resto de nuestras vidas.  El comportamiento sexual del niño no se esconde, p.ej., la masturbación infantil -en algunos niños y niñas desde el primer año de edad- es un proceso normal de su desarrollo. Y, de sexo y sexualidad, los niños ni los jóvenes ni los adultos van a dejar de hablar nunca.

La educación sobre la sexualidad humana con los hijos debe ser una conversación continua, amable, sin ambages ni mentiras, honesta. La curiosidad por lo sexual no es anormal ni es enfermedad tener deseos, alcanzar satisfacciones. Hablar de la sexualidad a los niños, a sus hijos, debe ser antes de lo que Ud. piensa, como antes de lo que Ud. cree, sus hijos ya están teniendo relaciones sexuales. Es más riesgoso no hablarles suficiente que hablarles mucho. Por ello, la educación sobre la sexualidad humana debe además hacerse en las escuelas, desde los primeros años escolares.

Publicado en el diario La Prensa, de Panamá, el 18/03/2022

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