Colombia se mece entre “las cosas no son del dueño, sino de quien las necesita” y “las mujeres deben dedicarse es a la crianza de los hijos”. Entre admirar a Chávez y admirar a Hitler. Entre la justicia social y el control fiscal a la corrupción. Y los ciudadanos, como ha dicho alguno, han preferido ser feligreses que electores.
Los discursos de Gustavo Petro y de Rodolfo Hernández, en la vecina Colombia y en el vecindario de sus elecciones presidenciales, producen inconformidad, incertidumbre y temores, y suman emociones extremas al ya dividido país. Sin embargo, coinciden en el rechazo a las viejas mañas de los políticos “engobernados” hasta hoy y que llegan al poder para enriquecerse con el instrumento de la corrupción más eficaz, la impunidad. La inconformidad también fundó el Movimiento 19 de abril, en 1973, cuando todavía no se habían abandonado las huellas de “los curas de Lovaina”, los “curas obreros de España”, las barbas de Fidel y la moto del Che, el sesentayochismo, cuyo sacrilegio, como ha escrito Régis Debray, es que no hubiera sacrificios humanos y sangre derramada, nada extraño en la historia política colombiana, no importa cuán lejos haya que ir, para contemplar el traje de paño perforado y ensangrentado de Jorge Eliécer Gaitán.
Para quienes concebimos la democracia como justicia social, Petro es un demócrata. Su campaña por cambiar Colombia dándole lugar preferencial a la justicia social debe verse como una deuda. Su activo rol en la guerrilla urbana con el M-19 produce opiniones encontradas, entre su carácter criminal y su compromiso con su palabra. Es de esperar que haya hecho su examen de conciencia. Conocida es también la facultad camaleónica de los muchos revolucionarios sociales del continente, que desemboca en más asesinato, persecución, cárcel e injusticias que aquellas por las que se levantaron un día. De allí el factor de desconfianza entre muchos colombianos, los que vivieron los años 60 de la “revolución en la revolución”, y los que vivieron recientemente los años del trasiego de drogas y adicciones, enmarcados por fusiles y metrallas, secuestros, extorsiones violentas y asesinatos de una frialdad enloquecedora, dizque reivindicadores de libertades y justicia.
El discurso contradictorio de equidad con gestos y palabras de irrespeto a la persona, que solo pueden esconder las cloacas, de protocolos superados sobre los roles de la mujer en la sociedad, que luce o desluce Hernández, nos resultan repulsivos, hasta nauseabundos, peligrosos y un retroceso enorme en la tarea por darle a los hombres el disfrute de la libertad y la justicia; a la mujer, el lugar que a su dignidad se le debe, para que quepa en igualdad de condiciones en la sociedad donde aún el hombre, minoría y músculo, quebranta derechos; a la educación, el instrumento de bienestar al que tenemos todos iguales aspiraciones.
Toda aparición en el escenario electoral, que honre la confianza de las gentes y el conocimiento científico para gobernar, debe tener un triple marco: social, legal y ético. Es fácil descubrirlo en cada aspirante, a través de sus discursos, sus propuestas, sus respuestas en la adversidad, sus emociones y su lenguaje no verbal. Pero no es difícil, a pesar de esto, engañarse y dejarse engañar por la relación binaria que explotan en esos discursos. Castillo Armas fue peor que Arbenz, Castro resultó peor que Batista, Pinochet peor que Allende -si Allende fue peor que Kissinger-, Chávez peor que Pérez Jiménez, Ortega peor que Somoza. Todos estuvieron armados de autonomía, automática y pestañeadora.
Los autoritarismos no son de derecha ni de izquierda, ni liberales o iliberales; son el código de la arbitrariedad y de la represión. Noriega decía, con o sin machete en mano, “plata para los amigos, palo para los enemigos”. ¿Quiénes son los amigos, quiénes los enemigos? ¿Son los amigos los de parranda, los de los robos al erario, los del asalto a la democracia? ¿Son los enemigos los vigilantes de la institucionalidad, los que denuncian los delitos y la impunidad, los que creen en las libertades y la justicia? La postura firme en favor o en contra se le hace a las ideas, no a los mensajeros.
La encrucijada en Colombia la empotraron los seguidores del statu quo, hoy en cámara ardiente. Se valieron del andar guerrillero de abusos y crímenes conocidos y atribuidos a Gustavo Petro y de los discursos atroces contra la equidad y la dignidad humana, del tintero y boca de Rodolfo Hernández. Lo hicieran o dijeran en momentos y escenarios impropios, ambos tienen material en su haber para entender democracia a su antojo y para burlar la confianza de sus electores. A uno de ellos, le queda más difícil rectificar frente a las heridas abiertas y ese pierde. El 19 se confrontan en Colombia, no el M-19 y el más recalcitrante conservadurismo, sino el planteamiento sesudo contra la explotación emocional.
Publicado por el diario La Prensa, de Panamá, el 17/06/2022