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Mayorías canallas

 

A pesar de permitirnos estilos y léxico rayanos en la vulgaridad, en nuestro medio, también nos hemos permitido plantear premisas e ideologías, razonamientos y dogmas que le dan forma, no solo al diálogo nunca sospechado sino también, a una aproximación a lo lejano y a lo cercano de nuestras diversas posiciones, con respecto a los Derechos Humanos de las personas que discriminamos por su orientación y atracción sexuales. Sin embargo, queda al descubierto que muchos ignoramos que ya vivimos en una sociedad de dimensiones globales y que tanto los poderes políticos y económicos, como los culturales, son interdependientes y como tal se relacionan y están obligados a relacionarse. Emotiva e irresponsablemente declarar que el país deshaga sus compromisos internacionales porque me entró el berrinche por una decisión vinculante de un organismo interamericano, no merece la atención en esta discusión pero ya la tiene entre juristas, en los estrados legales correspondientes.

 

Uno de los argumentos en la palestra del discurso, y que parece crudo e irracional es “el derecho de las mayorías” por ser mayorías y, por ende, la desprotección o no asimilación de las minorías en la actividad cotidiana de la sociedad. Sin embargo, en el fondo lo que se descubre es la extraña convivencia con la concepción de lo foráneo, de ciudadanías diferentes y de ciudadanos diferentes. Esto implica también, derechos y deberes diferentes. Una forma de apartamiento o de discriminación, que quienes la esbozan se cuidan mucho de no revelarla como tal y, menos, aceptarla en público, pero que considera que el destino de un país –de ahora en adelante- lo lidera y rige una mayoría -religiosa o étnica- no importa que antes hayamos experimentado libertad, laicismo, secularismo, inclusión, tolerancia y pluralismo político. Él mismo Cardenal Ratzinger[1] advierte “es tarea concreta de la política poner el poder bajo el escudo del derecho y regular así su recto uso. No debe regir el derecho del más fuerte, sino más bien la fuerza del derecho”. “Poder sin derecho y opuesto a él” engendra violencia.

 

Igualmente dice: “es innegable que la transformación radical de la imagen del hombre y del mundo que ha brotado del incremento de los conocimientos científicos ha desempeñado un papel esencial en demoler las viejas certezas morales” y, aunque cuestiona con validez controversial que “la conciencia ética renovada no puede ser producto del debate científico”, reconoce que “la ciencia tiene una responsabilidad respecto al hombre y, en especial, la filosofía tiene la responsabilidad de acompañar críticamente el desarrollo de cada ciencia…sobre lo que es el hombre, de dónde viene y por qué existe”.

 

Si por un lado “el derecho no debe ser el instrumento de poder de unos pocos”, no es por consenso que se define qué es derecho y qué no es derecho. El consenso tiene orígenes obscuros, membresías invisibles, liderazgos tenaces y monstruosos. Entonces, el consenso es una delegación pero no es garantía ni de derecho ni de justicia. Y, cuando las mayorías son ciegas e informes pero uniformadas, cuando son bulto y culto, cuando avanzan cual rebaño con regaño entonces ponemos en peligro serio de violencia a la sociedad y de extinción a las minorías. Así como no podemos hablar de justicia cuando una mayoría aplasta a una minoría religiosa, tampoco es justicia cuando una mayoría religiosa aplasta un derecho y una iniciativa secular o un estado laico.

 

Ese resurgimiento del “mayoritarismo” parece extenderse en los variados continentes de forma subterránea o de forma visible, cruenta, arbitraria y autoritaria por quienes consideran que ellos constituyen la verdadera ciudadanía, determinado solamente por ser mayoría étnica o mayoría religiosa. En otros, sus manifestaciones de fuerza buscan torcer el camino del Derecho y de los Derechos Humanos, algo que pareciera imposible de pensarse pero que cuando toca los derechos de los menos privilegiados se hace una certeza escandalosa, inhumana y desnaturalizada.

 

En Estados Unidos hoy, la población blanca -tildada de “basura” (“white trash”)- hechura de inmigrantes, desde el seno del protestantismo evangélico se vierte violenta contra los nuevos inmigrantes, los de esos países que, según su mismo presidente son “países de mierda”. En la Europa del Este, en el Asia del sur y en el África subsahariano, el “mayoritarismo” tomó la forma de “limpieza étnica”. En los países latinoamericanos experimentamos los “triunfos” en consultas electorales sobre temas sensibles o políticos, de una mayoría cimentada en la cultura religiosa pero que desconoce las luchas que opta acuerpar y que alguno se ha atrevido a cuestionar de si se trata de un “nuevo cristianismo”.

 

Se da una contraposición reveladora de la ambigüedad que vivimos[2]: mientras se busca el diálogo entre las religiones resurge el fundamentalismo, mientras se elabora una carta de derechos para proteger las minorías avanza una forma de mayorías sordas para dar al traste con la protección necesaria de los derechos, se propende por una ética liberadora mientras se adoptan y legitiman modelos económicos salvajes; se niega el Holocausto y se erigen sangrientos y feroces movimientos genocidas por razones étnicas.

 

¿De qué están hechas estas mayorías? Son las mismas que encienden las ciudades contra el extranjero que huye de las barbaries que les azotan en sus riberas, las que se oponen a la separación de Iglesia y Estado y destruyen estados laicos y seculares, las que exclaman “con mis hijos no te metas” mientras el abandono de estos es la tónica, los que le niegan los derechos que ellos gozan a otros que consideran no solo diferentes sino “asquerosos” y “pecadores”, los que se creen los verdaderos ciudadanos en la ciudad mientras los otros son “ciudadanos de cortesía” o “invitados”, como bien lo ha descrito Mukul Kesavan[3]. Estas mayorías están compuestas de gente que desconoce quién los conduce y hacia dónde los conducen, personas moldeadas en el miedo y en la magia, sumergidos a la fuerza en el desconocimiento, soldados de atrocidades.

 

Como ha advertido el mismo Kesavan, “quien le niega ciudadanía total a sus minorías, tarde o temprano les privará de sus derechos civiles y luego las expulsará aduciendo que no son ciudadanos ni pertenecen a nada, no importa sean residentes en una región o país.” Alguien dirá que este gran escenario no es el “escenario pequeño” que se ha dibujado en nuestro país con las diferencias en cuanto a los derechos humanos de quienes por su diferente orientación e identidad sexual son discriminados y marginalizados por quienes dicen respetar y querer al prójimo. Pero yo si lo veo venir así y me he propuesto alertar sobre el riesgo real de dar paso a todo aquello que vulnere la laicidad del Estado, el cumplimiento de los Derechos Humanos y la inclusión de todos para pertenecer a la vida nacional.

 

No nos engañemos ni engañemos a los otros, una marcha tumultuosa nacional, cargada de arengas de odio, solo surge cuando se ha perdido la razón o la batalla en el campo mundial. 5/3/2018

[1] Habermas Jürgen y Ratzinger J: Entre Razón y Religión. Dialéctica de la secularización. ; traduc. de Isabel Blanco, Pablo Largo. México: FCE, 2008

[2] Juan José Tamayo: Fundamentalismos y diálogo entre religiones. Editorial Trotta, S.A., 2004. Ferraz, 55. 28008 Madrid

[3] Mukul Kesavan: Murderous Majorities. En: The New York Review of Books, January 18,2018 pp.37-40

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