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En más de una ocasión durante mis entrenamientos y mi desempeño profesional, he tenido conversaciones con administradores de instituciones de salud sobre aspectos que, difícil de entenderlo, también inciden en la salud de los pacientes y en los resultados del trabajo que allí se realiza con devoción y responsabilidad. Se trata de los diseños de las salas de hospitalización y, particularmente de mi interés, las salas de cuidados intensivos neonatales. El diseño no ha sido parte de la educación del médico en todas partes donde nos entrenamos. Unos lo aprendimos durante los años de la formación especializada o sobre la marcha.

Todavía, a la altura de este escrito, se dificulta entender el diseño de una sala hospitalaria o de un hospital, con la misma importancia para la salud del paciente, la satisfacción de las familias y el resultado de la atención, que un antibiótico endovenoso, una cardioversión de ritmo cardíaco anómalo o un soporte ventilatorio de un prematuro con pulmones inmaduros. Para los lectores adultos, que han sido huéspedes de una sala de cuidados intensivos, la expresión universal de que allí “uno se enferma más”, no es extraña. En ese ambiente y la soledad con abundancia de artificios, el espíritu se desanima, la recuperación es incierta y el resultado favorable del tratamiento es más lento.

Hubo una vez que, para el lavado de las manos antes de ingresar a las salas hospitalarias para el cuidado intensivo neonatal, se disponía de un lavamanos, incluso más pequeño que el de no pocas residencias familiares. La recomendación de lavarse manos y brazos “hasta los codos” difícilmente se cumplía, porque el charco de agua crecería y la empapada de la ropa sería, naturalmente, mayor. Con la instalación de lavamanos quirúrgicos, amplios y profundos, el lavado de las manos llegó más allá de los codos, la ropa no se mojó, los riesgos de las manos como vehículos de infecciones disminuyeron y los padres de los recién nacidos hospitalizados aprendieron la higiene de las manos necesaria para poder tocar a sus niños enfermos, alimentarlos y hasta cargarlos en sus regazos. Todo esto ha probado mejor recuperación de estos bebés y menor tiempo de hospitalización.

El diseño de los espacios hospitalarios debe considerar las características de los pacientes, el cuidado que se ofrece y facilitar la interacción necesaria de los diferentes profesionales de salud que allí ejercen labores y comparten responsabilidades. Esto se aplica particularmente en aquellos servicios donde la urgencia y el temor de la enfermedad se encuentran y desencuentran, como ocurre en los servicios de urgencias. Los conflictos entre pacientes y personal de salud deben verse en la perspectiva de esa relación nociva de la incertidumbre agravada por la espera. Espacios apropiados y arquitectura pensando en los pacientes y cómoda, facilitan precisamente una amable y pronta interacción entre el enfermo y el personal médico y de enfermería.

Hay recomendaciones probadas para el diseño de las salas hospitalarias y hospitales. Por ejemplo, para cuidado intensivo neonatal se señala el área que se le debe conceder a cada unidad de cuidados, es decir, a cada incubadora abierta donde descansa el bebé enfermo o muy prematuro. Esto significa un espacio cómodo suficiente para todos los equipos necesarios en el cuidado del niño: el respirador mecánico, los monitores de sus signos vitales vigilados de forma continua, el estado de su oxigenación, la temperatura y donde colgar las varias soluciones de alimentos y los y múltiples medicamentos con sus respectivas “bombas de infusión” para infundir las cantidades exactas. Igualmente, cada lugar para estas incubadoras debe cumplir con un mínimo de salidas eléctricas, de acceso desde las paredes a oxígeno y aire, como también de espacio extra para cualquier equipo diagnóstico requerido, como de ultrasonografía y radiología, por ejemplo, y, muy prioritario e importante, espacios amplios para que los padres puedan estar la mayor parte del tiempo acompañando, conociendo y manejando el cuidado de sus bebés durante el período intrahospitalario. Lo que puede parecer un estorbo se convierte en mejores resultados en el progreso de los prematuros enfermos y salidas más tempranas a sus casas.

La arquitectura para proveer atención y cuidado médicos es una intervención médica como otra, y tiene una razón bioética desde la perspectiva de que tiene efectos profundos sobre la dignidad y respeto de los pacientes, el resultado de su atención y la satisfacción de sus médicos, enfermeras y todo el personal de salud.

En el otro extremo de las edades, reviste caracteres particulares el cuidado prolongado de pacientes adultos mayores, no pocos de ellos afectados o por afectarse con condiciones degenerativas de sus funciones cognitivas que marginan su autonomía, precisamente por la prolongación de sus años de vida. Solo en Estados Unidos, esta población de personas de 65 a 74 años crecería para el año 2050 a unos 35 millones, entre los 76-85 años a unos 26 millones y por encima de los 85 años se cuadruplicaría, es decir, llegaría a los 21 millones. La disponibilidad de residencias al servicio de hospitales nacionales para estas personas tiene un efecto psicológico importante sobre ellas, que redunda en el respeto a su dignidad. En esta era de la globalización, los Estados tienen la obligación de coordinar y ofrecer a todas las familias el justo cuidado y atención de estos pacientes mayores y dependientes, sean nacionales o migrantes.

Publicado por el diario LaPrensa, de Panamá, el viernes 24 de febrero de 2023

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