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La ciencia no está libre de pecados ni de pecadores. La medicina tampoco. No por ello, la ciencia abandona su método y probar la evidencia, ni los médicos, su compromiso con la confianza.  Por eso, los científicos deben ser más sospechosos de los científicos y, los médicos, de los médicos.

 

La historia detrás de las publicaciones sobre tratamientos y/o resultados en el manejo de la pandemia luce de apuro y prisa, de inexactitudes, pobres diseños, ensayos de diversos grados de contundencia, errores fundamentales, exageraciones, negligencia en la obtención de data, ¿fraude?, aunque se debe calificar de fraudulenta una opinión o un resultado con aquellas condiciones.  Pero, y grave, no señalar puntualmente que una pre-publicación (“pre-print”) no es una publicación definitiva, que ha pasado la revisión necesaria por los expertos en las áreas de investigación.

 

Nadie está interesado en la ciencia detrás de las publicaciones y ello conlleva a que todo se acepte y que no todo error se detecte[1].  Igual, existe una urgencia en publicar todo, no importa cuán acabado esté o no el ensayo y ni siquiera qué cuidadoso sea o haya sido el análisis para la opinión. Menos importa que salten inmediatamente a las redes en forma de escándalo o de milagroso hallazgo definitivo, que no lo son, y donde la discusión del método, de las estadísticas y de las conclusiones las hace una población ávida de magia.  Esa población es democrática, allí ingresan hombres y mujeres de ciencia y medicina, informados y educados, como desinformados e ignorantes, brujos, chamanes, listos y con labia, hábiles, mentirosos, impacientes y pacientes o enfermos.

 

Tarde o temprano, la revisión crítica y rigurosa de lo publicado por los pares (investigadores, epidemiólogos, expertos de estadística), confronta el origen y a los autores, pero pocos del auditorio se enteran y dan cuenta de esto. Urge la revisión crítica y rigurosa para proteger la ciencia, no importa cuántas veces haya que hacerlo. El escándalo de un método falsificado, de la maliciosa construcción de un hallazgo superan el escándalo de la noticia fraudulenta. La pandemia enfrenta médicos contra médicos, con un auditorio de pacientes y de próximos pacientes, atemorizado y sorprendido, y no en un campo intelectual ni académico, sino uno de odios, de insultos y de amenazas.  A esta confrontación vergonzosa, se le une un coro voluptuoso de gente sin alfabeto médico.

 

El argumento de que se ha politizado todo lo concerniente a las decisiones de salud viene tanto de quienes optan por la opinión en lugar de optar por la evidencia probada, como de quienes optan por la ciencia en lugar de la anécdota.  Igual puedo intuir el enfrentamiento de quienes se aferran a la inmutabilidad, en lugar de a la razón y el humanismo. No puede negarse la aversión al autoritarismo que respira una posición basada en evidencia.  No creo que es suficiente descubrir entre los más ardientes actores, los rasgos religiosos y no religiosos, los rasgos tradicionales y conservadores, y los iluministas o progresistas, que aparean bien con las opciones, para decir que esto también contamina la atmósfera nuestra de hoy día.

 

En otras latitudes no es diferente a lo que nos ocurre.  Aquí también podemos considerar que algunas manifestaciones que se apartan del consenso de la ciencia obedecen a una urgencia de protagonismo, de ganar prestigio o influencia política, de alcanzar posiciones superiores en el engranaje de la salud pública, o hasta de hacer clientes por dinero.  No es que “se van a quedar sin clientes”, como desafortunadamente ha dicho alguien, porque si algunos nos quedamos sin clientes, otros se van a hacer de esos clientes.  “Se puede engañar a todos por un tiempo, pero no se puede engañar a todos por todo el tiempo.” A estos estadios del utilitarismo se ha llegado mientras se abandona la enseñanza de la ciencia y la medicina, como se enseñaron en los claustros universitarios y académicos. Hay que reconocer que la desinformación es dañina y peligrosa. Ingerir o nebulizar un desinfectante de superficies tiene consecuencias mortales; la discriminación, el abuso y la violencia racista contra las personas asiáticas es intolerable; las campañas anti vacunas destruyen el futuro y la vida de niños.

 

Esto ha ocurrido dejándonos grandes sorpresas en la medicina local y en la universal.   El ensayo controlado y al azar, doblemente ciego, con respuestas y conclusiones contundentes ya publicadas, abandonado por el uso precipitado y sin controles, como el caso con la hidroxicloroquina, sin siquiera proteger el concepto de la reproducción de estudios y resultados. Sin ofrecer la data -si es que la recogen- de sus usos y compararla con los resultados en quienes no la reciben. ¿Cuál es la agenda?  ¿Es el prestigio, la necesidad de atención, es el dinero, es puramente político o son los odios dirigidos y las envidias gestadas por años? Sorprende cuando ya nada sorprende, descubrir profesionales respetables y respetados, dándole una vuelta de 180 grados a su historia médica o científica, con conceptos y manifestaciones que de ninguna forma honran la evidencia probada, por ejemplo. En Francia, el microbiólogo Didier Raoult, con sostenido fraude en sus publicaciones; en Estados Unidos, el hombre de ciencia e investigador de Stanford, John Ioannidis[2], quien publica data falsa y todavía le quita importancia a la agresividad del virus, por solo tomar una posición política, para solo mencionar 2 nombres hartos populares hoy día.

 

No se puede negar que, la pandemia de COVID-19 nos enfrenta a una espada de dos filos o a un afán de contradecir.  Incluso, al final del camino seguirá habiendo discordia entre si es la inmunidad de rebaño o si es la vacuna, como si una fuera independiente de la otra, como si se conocerán a cabalidad cada uno de los conceptos.  Por eso, no sorprende que se ignore qué se requiere para crear una inmunidad de rebaño y cuánto tiempo y los números y porcentajes específicos para el COVID-19 como para cada infección, o, que todo el mundo quiere una vacuna, pero nadie quiere la vacuna.

 

Esto ocurre por la confluencia de varios delitos: la deshonestidad de hombres y mujeres de ciencia, la malicia de la información, la necesidad de la prensa y los medios para escandalizar, la opción por la ignorancia y la despreciable utilización de la vulnerabilidad humana frente a la enfermedad y la muerte, para lograr consentimientos éticamente inaceptables y propósitos inimaginables que atentan contra la salud de las personas.   La ciencia tiene mucha anticiencia y por ello somos hoy víctimas de tanta desinformación.  Denunciarla es lo único que salvará la ciencia y discernir sobre la certeza y veracidad de lo que se divulga, protege individualmente.   15/09/2020

 

 

 

 

 

[1] Dana G Smith: Covid-19 Research Scandals Illustrate What’s Wrong Wth Science. (Una conversación con Stuart Ritchie, conferencista en el Institute of Psychiatry, Psychology and Neuroscience at King’s College London). M Elemental. 28 August 2020

[2] Stephanie M. Lee: An Elite Group Of Scientists Tried To Warn Trump Against Lockdowns In March. Posted on July 24, 2020. BuzzFeed.News. Ccience/Coronaviris

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