
- Oct 1, 2017
- Pedro Vargas
- Adminstración de Salud, Cultura médica, El niño, Para Doctores, Salud Pública, Tratamiento
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Antes se ha dicho y lo he dicho, la pediatría no es la medicina en dosis más pequeñas. Si una madre angustiada por ver a su pequeño hijo enfermo opta por darle de lo que ella toma y la mejora o la cura, solo podemos pensar o que no ha sido advertida sobre ello, o que es una de esas no raras excepciones de quienes solo le creen al doctor en el lecho de muerte. Ahora, si lo hace un médico, es censurable.
La Pediatría no nació en los antiguos tiempos de Hipócrates, ni siquiera en el mismo momento que la Medicina se hizo arte y se debatía entre la ciencia. No, la Pediatría vino después. Sin embargo, médicos y filósofos como el mismo Hipócrates (n.460 AC), Galeno de Pergamon, Aristóteles, Celsus y Soranus de Efesio entendieron las diferencias que se dan con el crecimiento y el desarrollo de los seres humanos.
Y, no es una medicina en dosis más pequeñas porque los problemas en los niños y en los escolares y en los adolescentes son mucho más grandes, de variedad amplia y con mayor repercusión a corto y a largo plazo, a los que el médico que sana adultos encuentra. Si pudiéramos esgrimir una sola razón para explicar ello es fácil decir que un organismo humano que está creciendo y desarrollando funciones nuevas durante toda la niñez, la adolescencia e incluso los primeros 25 años de edad, debe ser cuidadosamente visto, examinado y recetado. Sus órganos funcionan diferente y quizás no a toda su capacidad, que está reducida o, simplemente, tiene otras prioridades.
Si un joven en la pubertad o adolescencia inicia el consumo importante de marihuana, a sus 30-40 años de edad va a revelar alteraciones significativas en la estructura de su cerebro y de su comportamiento, lo que no ocurre en un consumidor de marihuana tardío, digamos aquel que se inicia a los 40 años. Igual, un efecto diferente en el niño que en el adulto tiene la prescripción de cortisona o corticoides por tiempos extendidos o extensos: su crecimiento longitudinal o talla será restringido, el riesgo de precipitarle una diabetes es alto.
En el último ejemplo quiero detenerme. Los corticoides son anti inflamatorios potentes, excelentes para revertir síntomas, pero no curan. Por ello hay que usarlos, porque son potentes y eficaces medicinas contra la inflamación y actúan pronto. También por ello hay que restringir su uso prolongado en niños en crecimiento, porque lo detienen, entre otros efectos inconvenientes y nocivos. La enfermedad respiratoria crónica también hace esto. No se me interprete como que los corticoides no tienen un lugar en el tratamiento de síntomas de enfermedades pediátricas. No usar corticoides, por ejemplo, en el manejo agudo de un ataque severo de asma bronquial, puede considerarse pobre o mala práctica médica, pero abusar de su uso también es pobre o mala práctica médica.
En Pediatría hay que hacer una negociación entre padres y el médico, muchas veces para tolerar ciertas molestias de la enfermedad y evitar otras más serias de los medicamentos. Eso deben aceptarlo los padres y deben ofrecerlo los pediatras. La negociación imprime prudencia mientras asegura manejo apropiado y puede consistir en no curar de un solo golpe. El pediatra es quien conoce en qué estadio del crecimiento y del desarrollo transcurre el niño. Él es el profesional médico que tiene que velar porque ese crecimiento y ese desarrollo sean óptimos en cada niño bajo su vigilancia y cuidado.
No es mejor pediatra aquel que responde a la ansiedad de los padres con conductas que estos le sugieren. Y no es que no se escuche a los padres. Hay que escucharlos. Eso permite conocer y discutir sus preocupaciones y dónde enfatizar la instrucción. Pero no es verdad que quien “se adelanta” con antibióticos para una fiebre cuyo origen ni siquiera se ha aclarado, hace mejor medicina que quien investiga el origen de la fiebre para determinar si el uso del antibiótico está indicado. No es mejor pediatra el que quita la tos a un niño a cualquier costo, incluso afectando el mecanismo propio del niño para remover de sus vías respiratorias flema. Tampoco es mejor el pediatra que receta medicinas para el dolor abdominal sin siquiera haber examinado y descartado una condición quirúrgica, por ejemplo, o aquel que prescribe medicinas contra la diarrea sin aclarar la causa de ella.
El chorro de medicinas es catastrófico. No hay que medicar para cada queja ni para cada síntoma o signo. Yo enseño a los padres que a los niños no se les debe quitar la tos como tampoco el dolor abdominal por diarreas, que es transitorio y señala el curso.
La observación cuidadosa y prudente en el manejo del paciente pediátrico es parte del manejo apropiado de ese paciente. Hay que saber distinguir cuando un manejo requiere altas velocidades y cuando la alta velocidad es un peligro para la integridad del niño.
El tercer elemento que no puede soslayarse es el del uso de la tecnología durante los años en que se crece. Porque en a medicina del adulto se recurre a un estudio de imágenes tan pronto se confronta una dificultad diagnóstica, en el niño debe primar una buena obtención de la historia, un examen completo y no segmentado del niño y una discusión amplia con los padres y evitar procedimientos que obstaculizan el normal crecimiento y desarrollo del niño. El estetoscopio no ha sido retirado de los instrumentos del examen, tampoco el otoscopio ni el oftalmoscopio y, mucho menos, la palpación y la percusión durante el examen.
Hacer una resonancia magnética o una tomografía de cráneo a todo golpe de la cabeza no es atención apropiada para un niño. Solicitar una radiografía del tórax por una tos y fiebre no debe nunca anteceder a examen físico. Hay niños que ni siquiera le han visto los oídos y le mandan unas placas del tórax porque tiene fiebre alta además de la tos, o una tomografía de los senos paranasales porque “tiene moco verde”. No lleguemos a una práctica defensiva de la medicina pediátrica si no queremos estar defendiéndonos luego contra las complicaciones de un ”tiro de escopeta”. 16/9/2017