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Es sorprendente la capacidad de la gente, y la resistencia, para no escudriñar los engaños cuando quieren creer en algo. Aún aquellas que dicen que “hay que leer e investigar”. ¿Leer e investigar qué? Eso me recuerda a mi mamá que, al esquivar pasar por debajo de una escalera, respondía a mi pregunta: “yo no creo en eso, pero no dejo de creer”.   A veces es más fácil creer en lo que no se ve, que en lo que se ve, pero creer implica ese riesgo, y un serio riesgo cuando se juega con la certidumbre de las vacunas y la vacunación.

 

Es genuina la preocupación de los padres sobre la vacunación, pero no así sobre las vacunas. Las vacunas, antes de ser aprobado su uso para la comunidad de pacientes, pasan por estrictos procesos de investigación.   Para entonces, han demostrado ampliamente su seguridad en cuanto a los efectos adversos secundarios que producen y, a su favor cuando se pesan contra los riesgos de enfermedad y muerte por las enfermedades. Han probado también su eficiencia y eficacia en cuanto a la producción apropiada y suficiente de anticuerpos o defensas contras las enfermedades para las cuales están manufacturadas y para las edades en que deben iniciarse. Cuando la exposición a la enfermedad es muy temprana, la vacuna debe adelantarse a ese riesgo. Es algo lógico que algunos no entienden porque creen estar protegidos por alguna divinidad.

 

Sin embargo, repito que es genuino preocuparse por el dolor que producen al inyectarse, por algunos de los efectos adversos molestos, por la aplicación de múltiples dosis en un esquema cronológico que no entienden la razón, la inyección de múltiples vacunas simultáneas o la presencia de 2 o más componentes contra diferentes enfermedades en una sola vacuna; y, sin lugar a dudas, sus costos. Todas las formas múltiples han probado ser seguras y producir buenos anticuerpos. Si el niño está expuesto a la hepatitis B a través de la lactancia materna, es obvio que se debe vacunar tan cerca de su nacimiento como sea posible. Si inyectar varias vacunas en la misma fecha o, incluso, con enfermedades febriles leves, asegura que la protección del niño/a no se postergue, entonces vacunar.

 

Las vacunas proporcionan un componente del agente infeccioso de la enfermedad que se quiere prevenir purificado, al punto de que no produce la enfermedad o si lo hace es en forma leve y no contagiosa, y en una dosis mínima pero suficiente para estimular la producción suficiente de anticuerpos contra la enfermedad, en el momento que se asome ella al individuo. Cuando la industria produce biológicos con varias vacunas en una sola inyección, ese biológico ha sido aprobado porque conserva intacto la capacidad individual de cada una para producir anticuerpos protectores sin sumar efectos adversos o agrandarlos. El rigor científico detrás de las vacunas es contundente y concluyente.

 

La red de fieles contra las vacunas para los niños ignoran con premeditación toda esta información y abrazan procedimientos abyectos para alternativas no probadas y mucho más costosas a largo plazo. Como no creen haber hecho suficiente daño propagando falsas premisas sobre la eficacia y bondad de las vacunas, ahora los grupos anti todo (y eso que reclaman que ellos son a favor de…) recomiendan a las madres y familias ingenuas o aprehensivas a vacunar con vacunas homeopáticas (contra tos ferina, tétanos, difteria, sarampión, paperas, rubeola, flu), porque “estas alternativas son más eficaces que las vacunas tradicionales”. ¡FALSO Y PELIGROSO!

 

Ahora, los homeópatas aseguran que ellos tienen tratamientos que reemplazan a las vacunas, las vacunas homeopáticas. ¡Bizarro! De entrada advierto claro y alto: estas vacunas no son vacunas. Basta con hacer un examen de sangre para cuantificar la presencia de anticuerpos protectores en pacientes que reciben estos productos sin haber recibido las vacunas tradicionales antes para comprobar que no existen tales anticuerpos. A esta gente no le gustan las vacunas pero sí llaman vacunas a productos que ni siquiera pasan los estrictos procesos de producción segura y, mucho menos, no tienen estudios que prueben la producción de anticuerpos específicos de parte de quienes reciben esas dosis homeopáticas. Tampoco no les describe ningún mecanismo biológico decente que explique cómo trabajan. La información que promulgan no es veraz y es engañosa, y la conducta de hacer esto es detestable. La veracidad es la virtud moral de quien es honrado. Como ha dicho alguien: “la homeopatía es el arte de dar absolutamente nada y creer que se ha dado algo, como las promesas en tiempos electorales”.

 

Quizás sea el momento de considerar evaluar a estos grupos por “Publicidad engañosa”. El Minsa, al menos, debe tomar cartas en el asunto. Si alguna persona quiere utilizar esos productos homeopáticos que los use, pero promoverlos como seguros y eficaces es salirse del ámbito de la medicina probada con evidencia. Las preparaciones homeopáticas no contienen ingredientes activos de ningún tipo, no contienen nada, y en ese sentido son inocuos, no tienen ningún valor medicinal, pero darle propiedades preventivas de serias enfermedades -para las cuales existen probadas vacunas- es irresponsable en cuanto dan paso a negar la vacunación formal de los hijos y a que se desarrollen situaciones serias contra la salud individual y colectiva. Esas preparaciones deben decir en su etiqueta: No es una vacuna. No debe usarse como alternativa a la vacunación. En otras palabras: no existe tal cosa como una vacuna homeopática alternativa.

 

En la homeopatía estos productos “alternativos” se conocen como “nosodes” (término sajón): formas ultra diluidas de tejidos muertos, pus, sangre, saliva o excretas de personas enfermas o animales, que contienen bacterias y virus. Los “nosodes” son algo así como el más alto culto a una eficacia que no existe a través de engañosos caminos que parecieran de la medicina. Las dosificaciones homeopáticas son cantidades o volúmenes irrisoriamente pequeñas y se recetan como “pellets”. El método de producción me recuerda aquella forma totalmente novel y primitiva, cuando Edward Jenner, en 1796, “desarrolló” la primera vacuna contra la viruela a partir del pus y tejidos muertos de las lesiones de viruela de las vacas. En Medicina, hemos avanzado bastante desde aquella tecnología, aunque quienes se oponen a las vacunas modernas exploran ahora esos métodos superados muchos años atrás. Por el otro lado, para reducir los efectos adversos de las vacunas, quién dijo que se tienen que hacer preparaciones con cantidades diminutas de lo que sea. Eso indica, una vez más, la enorme distancia que guardan de la ciencia estas formas alternativas de ofrecer soluciones a serios problemas.

 

Alguien me comentó hace muchos años atrás que “¿por qué tantas medicinas e inyecciones?; ¿qué les pasa en la Cordillera a los indígenas?” Le contesté: se mueren fácil y tempranamente, nadie los conoce ni los reclama, no hacen noticia y, cuando no los entierran, se los lleva el río”. Igual, para ese mismo grupo de la nueva era, los partos eran hace mucho tiempo, domiciliarios. Se morían muchas madres durante la labor, y se morían sus hijos durante el parto. Por eso nació la idea de nacer en los hospitales y esa mortalidad se evita con alta eficacia. Igual recalco, quien no vivió ni conoció las epidemias de polio, con sus muertos y sus inválidos, o no se ha tomado el tiempo de informarse o educarse sobre ello, puede no creer que la vacuna contra la polio sea necesaria y la razón para que hoy no se necesiten “pulmones de hierro” (ventiladores) ni sillas de rueda para esos pacientes, que ya no ocurren. Vale para todas las enfermedades infecciosas que podemos prevenir eficaz y seguramente con la vacunación médica.

 

Como pediatra y como padre soy enfático: la vacunación no es solo una actividad de probada eficacia sino una responsabilidad seria.

 

 

 

 

 

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