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Ya antes lo he señalado: “todo proceso de toma de decisión en el ámbito clínico y quirúrgico tiene implícito, riesgos” . Y es sencillo intuirlo, no todo elemento en la ecuación del cuidado médico es controlable, predecible o modificable. A eso debemos añadir que ningún caso se repite en la certeza de que los mismos elementos subjetivos de toda relación médico:paciente están y estarán siempre presentes y, entre ellos, aquellos que se producen desde los valores del paciente, la familia, los médicos y la sociedad.

Si no todo fracaso clínico puede atribuirse a negligencia médica, todo error no revelado sí es negligencia. “La profesión médica ha adoptado un acuerdo intelectual de revelarle la verdad al paciente, aun frente al error” , repetía recientemente en una opinión periodística. Y esta verdad de a puño debe ser enseñada desde los claustros formativos. La narrativa médica tiene muchos ejemplos de cómo manejan esta situación el paciente, la familia, el médico y la institución. Las diferencias tienen su razón y su validez. Hay que conocerlas y respetarlas.

Hoy no podemos despreciar esa interacción dinámica que existe entre la ley, la bioética y los derechos humanos. Hacerlo implica errar y errar implica responsabilidad. Por eso es especialmente significativo y criticable que frente al miedo al señalamiento, a la demanda o al castigo, como consecuencia de un error, los médicos ocultemos la verdad o no revelemos con prontitud y tiempo el error. No es cierto que el número de demandas se relaciona directamente con revelar el error médico. En los Estados Unidos, donde la demanda médica se ha establecido, en una encuesta del 2005, solo una cuarta parte de los médicos informó a los pacientes del error; y esto no fue diferente en Nueva Zelandia, donde por más de tres décadas no hay demandas por error médico y donde algo menos que el 40% de los médicos informan del error a sus pacientes .

Pero hay otro elemento, y quizás el más válido en la relación entre el médico y su paciente, que es el de la confianza. En cuestiones de salud, el médico sigue siendo consistentemente el profesional que los individuos identifican como en quien tienen toda su confianza para el consejo, como para el manejo de sus malestares. Esta confianza no puede abandonarse para auto protegerse de un error. Primero, no se le hace justicia al paciente que ha establecido un contrato fiduciario, de confianza y confidencialidad, con el médico; y, segundo, no existe tal protección ante tal actitud. Como bien lo dice George J. Annas “la sociedad debe gozar la confianza en sus médicos. Samaritanos negligentes no son buenos y son simplemente inaceptables, como no puede confiarse en ellos”.

Es oportuno señalar que la seguridad del paciente no es un problema que atañe exclusivamente al médico, como tampoco le atañe en exclusividad, la responsabilidad de fallarle a esa obligación de ofrecer un cuidado alejado de accidentes, sobre todo, prevenibles. El cuidado médico hospitalario no es sencillo. No se logra sin la participación cónsona y articulada de todos los elementos que hacen ese cuidado complejo. El cuidado médico hospitalario no es solamente el manejo del profesional médico, es también aquello que se discute y critica en las salas administrativas, donde los intereses son varios, donde lo económico y financiero, los gastos y las ganancias, emergen, incluso, antes que otros intereses, en las directivas de accionistas, sean estatales o privadas.

El recorte de enfermeras para el cuidado de pacientes hospitalizados por razones salariales; la preparación de medicamentos sin controles establecidos previamente; la locación inadecuada de personal para reemplazar ausencias, por ejemplo, auxiliares sin experiencia con recién nacidos, que se llevan a estas salas; la demora en proporcionar medicinas de la farmacia hospitalaria a las salas de cuidados intensivos por cumplir con medidas de austeridad; ofrecer partos vaginales a embarazadas con cesáreas previas sin facilitar personal que las vigile continuamente durante la labor o sin tener listo un salón de operaciones para intervenir en una urgencia obstétrica; practicar cateterismo cardiovascular diagnóstico o terapéutico sin disponer de un quirófano libre y listo, como del personal especializado, para una cirugía de corazón abierto ante una urgencia, son algunos de los ejemplos donde la negligencia es hospitalaria y responsabiliza a las autoridades no médicas, como son las juntas directivas o las juntas de accionistas.

En Latinoamérica cuando martillamos demagógicamente el derecho ciudadano al cuidado médico, nos olvidamos de sus derechos durante el cuidado médico. Esa cultura de la seguridad del paciente suele ser discriminada en el temor a la demanda médica, cuando realmente lo que se tiene que temer es que las directivas hospitalarias no desarrollen o faciliten sistemas de seguridad para el paciente. Recordemos que los pacientes tienen derechos que no se pierden al ingresar en un hospital. Los hospitales tiene que hacer del hospital un ambiente donde los derechos del paciente son observados y respetados: el derecho a la información mediante el consentimiento informado; el derecho a rechazar tratamiento; el derecho a su privacidad y a la confidencialidad; el derecho a tratamiento urgente; y el derecho a que se le trate con dignidad4.

Los hospitales entonces, responsables de proveer al paciente con esa seguridad que el éste confía es esencial del cuidado médico, tienen que, sean hospitales públicos u hospitales privados, adoptar y reforzar políticas de seguridad probadas; seleccionar y retener a sus médicos competentes; poner atención estricta a la práctica de los médicos en su institución; y, proveer y mantener equipos y facilidades modernas -estado del arte- y seguras. Ningún jurado de conciencia va a cuestionar cuánto cuesta esto, sino el hecho de que no se cumplió con ello. Si no existe a nivel nacional una política de seguridad del paciente, el reclamo legal contra la facilidad hospitalaria, y no solo contra el médico, normará la responsabilidad, la culpabilidad, la penalización y la condena. En algún momento, las autoridades hospitalarias entenderán su responsabilidad por la negligencia y por el error.

Este énfasis sobre la responsabilidad negligente del hospital en nada exime al médico o a la enfermera de las consecuencias de un cuidado inexperto, indolente, negligente o criminal. La calidad del cuidado médico y el litigio médico por mala práctica están relacionados inversamente: a mejor calidad de la atención médica, menos demandas por mala práctica. El revelar el error en el ejercicio médico no implica necesariamente la persecución judicial del médico, pero es un paso hacia la validación de una ética del perdón. Es necesario, en este momento, priorizar el concepto de que médico, paciente y abogado deben dejar de sentirse como adversarios para convertirse en socios con el propósito de hacer segura, eficaz, pronta y cálida la atención médica.

Los hospitales tienen que implementar la seguridad del paciente y asegurar que el médico y la enfermera son actores primarios en tal propósito sin olvidar tampoco que los pacientes son su razón de ser y sus necesidades deben ser satisfechas. En un sistema así, revelar el error al momento de que ocurre o tan pronto se descubre, no de paso a la desconfianza que irreversiblemente afecta la relación médico paciente, en un marco donde se ha producido un daño o la muerte, cuando se buscaba la recuperación de la salud perdida.

Vargas P: Negligencia médica, en la palestra. En: Página del Lector:16A; Diario La Prensa; viernes 19 de abril de 2013. Panamá
Vargas PE: La verdad frente al error médico. En Opinión: p12A; Diario La Prensa; martes 20 de agosto de 2013. Panamá
Hyman DA, & Silver G: The Poor State of Health Care Quality in the UD: Is Malpractice Liability Part of the Problem or Part of the Solution? Cornell Law Review; 90:893-992. 2005
Annas GJ: Worst Case Bioethics. Death, Disaster, and Public Health. Oxford University Press. 2010

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