- Ene 19, 2017
- Pedro Vargas
- Adminstración de Salud, Bioética, Crecimiento y Desarrollo, Derechos Humanos, Identidad de Género, Lecturas Bioetica, Sexualidad
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El último número de Pediatric Clinics of North America, correspondiente al mes de diciembre de 2016, está dedicado enteramente a temas sobre los niños y los jóvenes con preferencias sexuales que algunas sociedades, comunidades y familias consideran no solo “no tradicionales” o “minorías sexuales”, sino inaceptables (“Lesbian, Gay, Bisexual, and Transgender Youth”) y, cómo esa actitud segregacionista crea para ellos riesgos serios, en su desarrollo y crecimiento sanos.
De allí me propongo a hacer extractos sobre aspectos que todos los pediatras, sin excepción, responsables de la salud integral de los niños y de los adolescentes deben conocer, frente a una catarata de desinformación que procede de grupos sesgados para quienes los derechos humanos y la dignidad de la persona están regidos por contrarios y arbitrarios conceptos o conocimientos superados. Igualmente importante, que pueda el pediatra reconocer los riesgos particulares de estos grupos de seres humanos y tratarlos confortable y profesionalmente tanto a ellos como a sus familias.
“Es un varoncito”, “es una niña” constituyen en los cuartos de parto o en los salones de operaciones y en los hogares o viviendas, las primeras expresiones, no solo de alegría, con el advenimiento de un nuevo ser humano, sino también como la etiqueta de cómo será, cómo debe ser, cómo debe ser tratado, cómo debe comportarse, cómo debe vestirse, cómo debe jugar, qué compañeros tendrá, etc., etc. En los sistemas sociales en qué vivimos, la moldura está hecha para caber en ella –solo y exclusivamente- en base al sexo anatómico. A eso lo llamamos una hechura social, una construcción social. La biología ha ido desentrañando procesos desconocidos e insospechados que nos permiten aprender el complejo desarrollo sexual y de la sexualidad del feto y el individuo. Estancarse en esta noción es un error que las ciencias biológicas y sociales han señalado una y otra vez pero que no todos asimilamos de igual manera. Como pediatras tenemos la responsabilidad de hacerlo.
Como bien lo recuerda la Dra. Bonita F. Stanton en el prólogo, desde más temprano de lo que se consideró por mucho tiempo, el reconocimiento de su preferencia y su orientación sexuales ya aparece a los 10 años de edad de edad entre los niños[1]; los hombres homosexuales y bisexuales, en el 2014, hicieron el 83% de los diagnósticos de infección por el virus de inmunodeficiencia humano; y, entre aquellos adolescentes sin hogar, se estima que un 20%-40% son LGBT, una población constituida por un 5%-10% de los adolescentes y los adultos jóvenes de los EEUU.
Para quienes no se han detenido a pensar en los nocivos resultados de no reconocer y respetar las diferencias en las preferencias sexuales de los individuos –médicos pediatras incluidos- estas personas son sometidos a toda clase de burlas y abusos bajo estructuras mentales y físicas que no les dan acomodo seguro y saludable. ¿Qué tal si nos detenemos a pensar por un momento cómo seríamos todos si todos pudiéramos crecer en sociedades justas y equitativas? ¿Qué tal si pensamos que no es el género lo que nos hace humanos o seres dignos? Es por ello urgente que nos formemos sin prejuicios y como defensores de ofrecer el mejor ambiente para el desarrollo óptimo a todos nuestros pacientes y no disminuirnos en prejuicios, que la ciencia supera pero donde el humanismo fracasa.
Los niños de parejas del mismo sexo no se diferencian de otros niños en autoevaluaciones sobre su autoestima, estados de ansiedad, rendimiento y resultado escolar, medidos por sus porcentajes de las notas o la prevalencia de problemas en la escuela con sus compañeros o maestros; ni en sus relaciones familiares y la calidez de ellas, con mayores o con sus pares[2].
Tampoco se relacionan diferente con sus compañeros a como lo hacen niños de parejas heterosexuales, ni revelan consumo más frecuente de sustancias, ni mayor incidencia de actos delictivos[3],[4]. Esto apoya la tesis de que más importante que la preferencia sexual de los padres, lo que impacta al adolescente en su desarrollo y sus relaciones es la calidad de la relación que establece con ellos[5].
En los Estados Unidos se calcula que entre 1.1 a 2 millones de niños menores de 18 años de edad tienen un padre soltero que es lesbiana, homosexual o bisexual[6]. Además, en el año 2013, alrededor de 210,000 niños crecían bajo el cuidado de una pareja del mismo sexo, de los cuales un 34% eran casadas[7]. En estados donde el matrimonio de parejas del mismo sexo es permitido, el 51% de los niños de esas parejas crecían de parejas casadas.
Desde el punto de vista de salud pública, estos grupos requieren de una vigilancia y cuidado estrechos que eliminen las barreras de acceso a la salud y disminuya los estigmas que sectores importantes de la sociedad desarrollan contra estas minorías[8].
Las minorías sexuales también quieren gozar de paternidad y de maternidad, también quieren hacer familias entendidas como uniones por el amor, crianza responsable de hijos para que sean hombres y mujeres que aporten lo mejor a la sociedad en que viven, y, alcanzar la felicidad en esa empresa. En eso, no se diferencias de las mayorías sexuales que se proponen también empresas nacidas del amor donde la procreación es un resultado y no solo o únicamente un fin.
Sin embargo, y por razones a veces obvias y otras como resultado de la legitimidad de sus deseos, la minorías sexuales en los Estados Unidos son 3 veces más dispuestas a adoptar niños que las parejas heterosexuales[9] y las adopciones interraciales son más frecuentes entre aquellas parejas de un mismo sexo.
Es interesante que hoy conocemos que en, países como los EEUU, al menos el 51% de las parejas del mismo sexo tienen un hijo concebido por uno/a de ellos. Las parejas de lesbianas optan por inseminación artificial y útero de alquiler al donar una los óvulos y la otra al ofrecer su útero como el nicho de esos óvulos fecundados artificialmente. Las parejas de varones homosexuales optan por la donación de espermatozoides para la concepción de sus hijos con una mujer que dona los óvulos y alquila el útero, o dos mujeres, una como donante y la otra como nicho de la fecundación.
En ese contexto, la reproducción asistida tiene 3 tipos de donantes:
- Donante de identidad conocida, el donante del óvulo o del espermatozoide es conocido para la familia y suele ser un amigo o un familiar
- Donante de identidad abierta, el donante del óvulo o del espermatozoide está de acuerdo en hacer contacto con el niño/niña, años más tarde (usualmente cuando el niño/a llega a la mayoría de edad)
- Donante desconocido, desconocido para toda la vida
En resumen, las parejas sexuales minoritarias tiene diversos caminos para llegar a ser padres.
El pediatra debe respetar la confidencialidad cuando inicia contacto con familias no tradicionales, de la misma forma que lo hace con las familias tradicionales. Es la forma más eficaz, y quizás la única, de que información completa y veraz se libere en el encuentro esencial de la consulta médica, entre médico y paciente: establecer un sentido de seguridad para discutir aspectos que son importantes para ambos.
No podemos olvidar la estigmatización que por años se ha infligido en hombres y mujeres de preferencias sexuales o identidad de género diferentes a las anatómicas. La matonería o “bullying” deja secuelas profundas, tanto físicas como emocionales y mentales que inciden negativamente en la confianza del individuo y el pediatra tiene que hacer todo a su alcance para revertir tan triste situación, creada por miembros violentos de una sociedad ignorante e indolente.
Un estudio de los niños de parejas del mismo sexo revela que 23% se sienten inseguros en la escuela por razón de sus familias, un 40% se les acosa, y un 23% informaron malos tratos y conceptos negativos contra ellos por los padres de sus compañeros de clase o de juegos[10].
Igual que en sociedades que discriminan por la raza, los hijos de parejas del mismo sexo sufre lo que se conoce como microagresiones: palabras, comentarios o comportamientos indignos, producto de la estigmatización por las diferencias de las preferencias sexuales. Un número importante de estas ocasiones de microagresiones los produce el heterosexismo.[11] Todo esto persigue deslegitimizar las familias de parejas del mismo sexo.
Todo este comportamiento de nuestra sociedad actual aumenta significativamente los riesgos de pobreza, enfermedad y muerte tempranas en las familias de lesbianas, homosexuales, bisexuales y transgéneros., para quienes la inestabilidad laboral, el pobre acceso a seguros de salud y enfermedad y la vulnerabilidad económica son superiores a las de las personas heterosexuales. Los niños crecen en condiciones adversas a un desarrollo normal y saludables. Otra vez, los pediatras debemos estar atentos a estos riesgos y dirigir nuestra atención a la abolición de las conductas de la sociedad que promueven desigualdad en el tratamiento a las personas.
[1] Stanton BF: Foreword: Lesbian, Gay, Bisexual, and Transgender Youth. En: Ped Cl NA 2016;63:xv-xvi
[2] Wainright J, Russell S, Patterson C: Psychosocial adjustment, school outcomes, and romantic relationships of adolescents with same-sex parents. Child Dev 2004;75:1886-98
[3] Wainright J, Patterson C: Delinquency, victimization, and substance use among adolescents with female same-sex parents. J Fam Psychol 2006;20:526-30
[4] Wainright J, Patterson C: Peer relationship among adolescents with female same-sex parents. Dev Psychol 2008;44:117-26
[5] Telingator C, Patterson C: Children and adolescents of lesbian and gay parents. J Am Acad Child Adolesc Psychiatry 2008;47:1364-8
[6] Gates GJ: LGB families and relationships: analyses of the 2013 National Health Interview Survey. Los Angeles (CA): The Williams Institute, 2014. Disponible en: http://williamsinstitute.law.ucla.edu/reseach/census-lgbt-demographics-studies/lgb-families-nhis-sep-2014
[7] Gates GJ: Demographics of married and unmarried same sex couples: analysis of the 2013 American Community Survey. Los Angeles (CA): The Williams Institute;2015. Disponible en: http://williamsinstitute.law.ucla.edu/research/ census-lgbt-demographics-studies/demographics -or-married-and-unmarried-same-sex-couples-analysis-of-the-2013-american-community-survey/
[8] Webster CR Jr & Telingator CJ: Lesbian, Gay, Bisexual, and Transgender Families. Pediat Cl NA 2016:63:1107-1119
[9] Goldberg A: Lesbian and gay parents and their children: research on the family life cycle. In: Introduction: lesbian and gay parents and their children-research and contemporary issues. Washington, DC: American Psychological Association, 2010.p3-14
[10] Kosciw J, Díaz : Involved, invisible, ignored: the experiences of lesbian, gay, bisexual and transgender parents and their children in our nation’s K-12 school. Gay, Lesbian and Straight Education Network; 2008. Disponible en: http://www.glsen.org/download/file/MzlyNg==
[11] Farr R” Crain E, Oakley M, et al: Microaggressions, feelings of difference, and resilience among adopted children with sexual minority parents. J Youth Adolesc 2016;45;85-104