- Mar 26, 2015
- Pedro Vargas
- El niño, Padres
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Las convulsiones meten miedo. El niño se ve pálido y fláccido. Los ojos están desviados hacia atrás. La boca está firmemente cerrada y los labios morados. Él no responde. Y, Ud., entra en pánico porque cree que él está muerto o por morir. Si le conforta, este presentimiento también lo hemos experimentado los médicos, ya sea cuando vimos la primera vez convulsionar a un paciente o cuando le ocurrió a alguno de nuestros hijos. Lo cierto es que no se mueren.
Las convulsiones por fiebre, las más frecuentes entre los niños pequeños, se parecen a las convulsiones epilépticas o a aquellas por otras razones, por la descripción que le he hecho arriba. Lo más importante no es qué hacer, sino, qué no hacer. Mucho del daño que puede ocurrir al niño durante la convulsión se le ha inducido por el padre desesperado.
Primero asegúrese que está respirando. Coloca su cachete frente a las fosas nasales del niño y siente la respiración mientras ve el color de sus encías o siente el pulso en una de las muñecas o en el cuello debajo de la mandíbula hacia la oreja. Si no está seguro entonces recoloque la cabeza del niño de tal forma que no se le doble el cuello ni que se le extienda excesivamente. A esa posición le llamamos posición neutral y con ella aseguramos la entrada de aire a las vías respiratorias y pulmones del niño inconsciente. Si hay mejoría del color y observa movimientos respiratorios del pecho, vigile que la lengua no esté obstruyendo la garganta. Para eso rota la cabeza hacia un lado y mantiene la boca parcialmente abierta. No meta nada en la boca sin ver dónde está. Hacerlo a ciegas y desesperado es la mejor manera de hacerle daño al niño.
Si el niño está caliente, es muy probable que tiene una convulsión inducida por fiebre. Particularmente cierto si Ud. conoce que en la familia eso se ha visto en otros niños. Pero ahora no importa conocer la causa. Eso se investiga después. Si le nota caliente recurra a paños húmedos o frescos para colocarlos en las axilas, en la nuca y frente, en las ingles y, si lo tiene a mano, coloque un supositorio rectal para la fiebre. No pierda tiempo averiguando la dosis. Una dosis alta, excesiva, hace menos daño que no tratar de bajar la fiebre, que probablemente ha inducido la convulsión. No use enemas de agua fría ni meta en una tina de agua con hielo ni le frote alcohol.
Es probable que para cuando haya terminado de hacer estas cosas ya la convulsión haya pasado o esté por pasar. Entonces, llame a su pediatra para seguir consejo. No salga “como alma que se lleva el diablo” para un centro de salud sin estar segura que su niño está respirando regularmente y que ya empezó a tratarle la fiebre y tiene el consejo de su médico de cómo proceder. Si viaja en un auto suyo lleve a otra persona con Ud., para que vaya observando al niño.
No todo el tiempo hay que evaluar enseguida al niño que convulsiona con fiebre, aunque a Ud. le parezca una emergencia. Permítale a su médico tomar la decisión. Si no está a su alcance, entonces proceda Ud. y diríjase a un cuarto de urgencias para recibir instrucciones.