- May 10, 2021
- Pedro Vargas
- Dictadura militar, Otras Lecturas
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El 10 de mayo de 1989, con la participación y protección de las Fuerzas de Defensa y regocijo de su brazo político, el Partido Revolucionario Democrático, los batalloneros -hordas engañadas y embrutecidas por las arengas desde el cuartel de El Chorrillo y armadas por Noriega y sus compinches- golpearon con varillas de hierro y acero, con bates y palos, puños y patadas, a la nómina vencedora de las elecciones del 7 de mayo, la terna Endara-Arias Calderón-Ford. Hubo disparos y murió Manuel Alexis Guerra, escolta del candidato Billy Ford. Aún se desconoce quién le disparó a la cara.
Frente al cobarde ataque en las inmediaciones del Parque de Santa Ana, los soldados de las Fuerzas de Defensa fueron espectadores paralizados por “la obediencia debida” y su carácter moldeado para matar. Entonces apostábamos que eran lanzados a la calle con el cerebro entumecido por las drogas, las mismas que su comandante en jefe traficaba.
La memoria no puede rendirse ante la historia, aunque el rencor se esconda frente al ultraje. Esta fecha como todas las otras que se fueron escribiendo durante esos largos años de ignominia y burla, seguirá presente para señalar el largo y tortuoso camino a recorrer, no solo si se quieren rescatar las libertades, sino también si se tienen que proteger de las arbitrariedades de ciudadanos que deshonran la justicia, luzcan o no uniforme que los uniforme.
Han pasado 32 años, y todavía tenemos varilleros golpeándonos y burlándose del pueblo, como si para ello, solo se requiere el linaje y la oportunidad. No ha importado la enfermedad, el dolor y la muerte durante la pandemia para que se rían a carcajadas cuando pedimos transparencia en el manejo de la cosa pública. Se puede explicar. La decisión postrera de no enseñar la historia de esos años, en las aulas de clases, mancha de la misma sangre y de la misma cobardía a los tres poderes del Estado que, desde entonces, hemos tenido. 10/05/2021