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Me atrevería a señalar que, la urgencia aparente para volver a la educación presencial tiene motivaciones muy diferentes, incluso, en la población de una misma nación.  Es alentador que haya un interés en educar a los niños, pero también hay un interés es protegerlos en su salud mental, en su salud física, e, incluso, en su alimentación y nutrición.  Si la finalidad es que los niños vuelvan a las escuelas, no puede hacerse descuidando su seguridad higiénica, su salud.

 

No olvidemos, “las escuelas no son solamente niños”.  La reapertura de la educación presencial no puede quedarse en la consideración de a cuántos niños no les llega la educación remota, en cifras calculadas de fracaso escolar con escuelas remotas, en el reconocido “bajo riesgo” de enfermedad en los niños infectados con el virus SARS-CoV-2. Es esencial y quizás el elemento más importante a considerar, conocer el estado del contagio comunitario o su control. Y el nuestro, actualmente, es serio y grave.

 

Tampoco es válido apoyar una decisión nacional o local basados en las noticias como que en Dinamarca, en Suecia o en Noruega los niños van a la escuela o porque no se infectaron más docentes cuando se hizo la reapertura en Alemania, aduciendo que acá tampoco se infectarán.  Las condiciones de las escuelas, el tamaño de las aulas de clases, la densidad de estudiantes por área o clase, la relación de maestros y alumnos, las facilidades higiénicas en las comunidades y en las mismas escuelas, los grados y lo turnos escolares nuestros no son comparables a los de los países que usamos como justificación para reabrir la educación presencial.

 

Una cifra de niños infectados, cuando han estado circunscritos al domicilio o vivienda hacinada, que predomina en nuestras poblaciones rurales y urbanas, ni siquiera comparada con la incidencia de infectados entre adultos o maestros, no tenemos para referirnos a ellas y ser utilizadas para concluir con certeza sobre la seguridad sanitaria de una medida de reapertura a la educación presencial.  Tampoco podemos extrapolar el comportamiento conocido en otras latitudes entre estudiantes de escuelas primarias y de escuelas secundarias, para predecir lo que veríamos en nuestro medio y con la sola afirmación de que, entre más pequeño el niño, menos seria la infección.  En aquellas regiones mencionadas ni siquiera se comparten las aulas de clases para diferentes grados, lo que no expone a los riesgos conocidos entre adolescentes y jóvenes asintomáticos o pre sintomáticos. En otras palabras, solo reabriendo las escuelas y tomando todas las precauciones y cumpliendo con todas las recomendaciones de circulación podremos comprobar si entre nosotros también es cierto que la transmisión escolar es espejo de la transmisión comunitaria, aunque no sea la que la condicione, o si la transmisión comunitaria también gobierna la transmisión escolar, incluso en los grados de los más pequeños.

 

¿Cuáles son esas precauciones?  Las que conocemos y renegamos todavía: máscara facial de tela, que tendría que reconsiderar las edades escolares a las que se le permitiría volver al aprendizaje presencial, lavado de las manos con agua, jabón y toallas de papel desechables, que obliga a las autoridades escolares a cumplir con ello y a los padres de familia a su vigilancia, distanciamiento mínimo de 2 metros que implica no solo marcar las distancias entre pupitres sino en las filas para entrar y salir de las clases, lo que a su vez exige limitación significativa del número de estudiantes por clase para salones de muy limitado espacio, restricción de las actividades del recreo o restricción del recreo, que sería indeseable si estamos de acuerdo que los niños necesitan actividad física en campo abierto y áreas bien ventiladas.

 

El incremento exponencial de la diseminación de la infección es una preocupación no solo válida sino exigente. ¿Habría que disponer de pruebas diagnósticas rápidas -entendiendo por ello, en minutos- para determinar quién se regresa a una clínica cuando planeaba ingresar a la escuela esa mañana o esa tarde? Es indispensable contar con todo esto, de otra forma, la reapertura escolar es peligrosa y es demagógica.  Aquí si se valida preferir una prueba falsamente positiva que una prueba falsamente negativa, sin desechar la obligante confirmación con una prueba más sensible y específica.   Entonces, las escuelas no son solamente niños; y, los hallazgos y cifras de otras regiones con una mayor atención y cuidado al estado y mantenimiento de las escuelas, de las comunidades y de las ciudades, no se pueden extrapolar deportivamente a nuestro medio.  ¿Vemos ahora, cuánto daño y cuánto atraso produce la corrupción en la administración pública y los negocios privados?

 

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