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Hoy, “Rompamos el silencio” cierra un ciclo de conferencias y discusiones sobre la depresión y el suicidio, con la presentación del libro que recoge algunas de las enseñanzas propuestas para comprender estas situaciones agobiantes de una sociedad consumista y poblaciones para la producción.

Nos fue siempre una sorpresa y un agradecimiento la acogida a la iniciativa.  Nuestras comunidades estaban esperando algo así, sin decirlo; y, nosotros lo dijimos, en la misma necesidad de compartir conocimientos y vivencias.  Estudiantes, hijos, padres y maestros todos estaban allí confundidos entre todos.  Unos revivieron sus historias, otros las conocieron.  Y aprendimos que extendiendo la mano es la forma más elocuente de acompañar a quien necesita compañía, de abrazar a quien necesita un abrazo, de escuchar a quien necesita decir, y limpiar una vergüenza que no debe existir.

No solo vivimos sino que alimentamos una sociedad de consumo por donde fluye constantemente y desaparece todo nuevo producto, donde no queda ni permanece nada, donde hay que reemplazar cada nuevo objeto, cada nueva amistad.  El compromiso no es permanente, lo daña la competencia. En esa carrera consumista, la competitividad y la productividad marcan las vidas y quien no alcanza ese paso, quien no ha aprendido a manejar el fracaso o la demora, se queda y se esfuma.  La sociedad contemporánea es una del cansancio, como la ha llamado el filósofo coreano Byung–Chul Han, está marcada por la depresión y el síndrome del agobio laboral, el “burnout”.

Hoy los jóvenes, los “Millenials”, tienen un obsesivo miedo de confrontar las dificultades de la vida, no conocen cómo construir logros duraderos ni cómo manejar los aspectos negativos del día a día, creen tener todas las respuestas porque tienen todo al alcance de 6-8 centímetros de dígitos, y ni siquiera reconocen las preguntas importantes para vivir, le temen a la posibilidad real de enfermar y de morir.  El enjambre de las redes sociales (antisociales) los enreda y los atrapa.  Los viene venciendo la idea de que todo lo que importa es producir y competir para doblegar al Otro.  Ya no son invencibles e inmortales, “echados pa’lante” y optimistas como la generación de los “Baby Boomers”.  Se exponen, sin embargo, a las más serias y riesgosas situaciones, usos y consumos, hábitos o estilos de vida, no como un reto, sino como un acercarse a lo que le temen, a la enfermedad y a la muerte.  Una forma de “infarto de la psiquis” condiciona las dolorosas cifras de daño humano.

Les decimos hasta luego a todos los que como nosotros hemos aceptado que el silencio hay que romperlo para empezar a construir una sociedad sana, donde el Otro no es igual a mí pero es como el mismo yo.   Solo en esta proyección de nuestras relaciones humanas podremos gozar de vivir sanos y en verdadera comunidad de intereses y bienestar.    9/04/2019

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