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Hoy recordamos que no es humanitario discriminar a nadie. Valga el momento para señalar con volumen: el resultado de la discriminación es despreciable: la violencia

 

Cuando discriminamos por atracción sexual hacia el mismo sexo, nos tornamos violentos contra esos seres humanos. No solo en el lenguaje soez y agresivo sino también con el lenguaje físico. Las enseñanzas de amor y respeto por la dignidad de los seres humanos la hacemos invisible y, no solo eso, la revertimos en daño hacia la otra persona. Las violamos diariamente en su integridad, en sus derechos, en sus personas, en su dignidad. La orientación sexual no nos hace mejor o peor persona.

 

Cuando discriminamos por el género le damos paso a la injusticia que aborrecemos cuando nos apuntala a nosotros mismos pero que hacemos invisible frente a los derechos del Otro, le abrimos las puertas a la violencia física y sexual contra la mujer –esa que bien puede ser nuestra madre, nuestra hija, nuestra hermana-, al abuso y al daño psicológico con sus consecuencias de aislamiento; y seguro, le coartamos la libertad y le sembramos miedo y temor al discriminado.

 

Cuando discriminamos por el color de la piel no somos más que esclavos de prejuicios sociales, de sentimientos de superioridad que esconden nuestra pequeñez e inseguridad. Diferentes etnias se distinguen por propiedades particulares y logros espectaculares pero todos somos seres humanos iguales en derechos y en oportunidades.

 

Cuando discriminamos a las personas por sus creencias religiosas o su no creencia o su ateísmo, desconocemos el carácter productivo de su vida o sus luchas por los derechos y la justicia, incluso su decencia, porque para ser decente no basta ser creyente, y no ser creyente no es un acto de indecencia.

 

Cuando discriminamos por la enfermedad, congénita o adquirida, desconectamos a otro ser humano del resto de la sociedad, le cerramos el paso a la educación, a los servicios de salud, al derecho al trabajo y, peor, a vivir en el calor de una familia donde el amor es la razón de su fundación.

 

Cuando discriminamos al anciano, tomamos la postura detestable del olvido, del no agradecimiento, de la falta de caridad y de una arrogancia miope que solo puede ser transitoria, que también muere con los años.

 

 

Todas estas posturas inexcusables son actos de violencia.

 

Ø discriminación es un ¡NO! contundente a la violencia. 1/03/2018

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