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El término de este título obedece a la mención de las personas que se oponen a las vacunas.  No solamente ni exclusivamente a quienes se oponen a vacunar.

Quienes se oponen a vacunar son miembros del cuerpo de profesionales de salud, hombres y mujeres entrenados para conocer íntimamente las vacunas y el procedimiento de vacunar.  Tengo que llegar a la conclusión de que en algunos desatinados profesionales no es así, por lo que los incluyo entonces entre los anti vacunacionistas, un espectro de individuos que van desde quienes desconocen por ignorancia científica, bien llamados «innumerates» o «no numéricos» porque «no tienen la capacidad de entender e incorporar los conceptos de riesgo y probabilidad en las decisiones basadas en ciencia» (Poland GA & Jacobson RM: NEJM 2011; 364:97-99), hasta aquellos «en el extremo radical y criminal de crear teorías de conspiración con mentiras deliberadas, intimidación, falsificación de data, y amenazas violentas con el propósito de prevenir el uso de vacunas y de silencias a quienes favorecemos la vacunación».

Entre el fuego cruzado de los antivacunacionistas están los padres y madres preocupados por la seguridad y bienestar de sus hijos, asunto que bien conocen los antivacunacionistas porque desde siempre las vacunas producen grados variables de miedo y desconfianza, una reacción propia del ser humano frente a una experiencia nueva o desconocida.  Algunos de estos padres y madres de familia engrosan las filas de los antivacunacionistas.

Una de los vehículos utilizados por los antivacunacionistas es sustituir la data científica por anécdotas emotivas que conmueven, producen rabia e impotencia, llevan, incluso, a violentas acciones contra quienes vacunan produciendo daño a la propiedad privada y daño físico y muerte a quienes se dedican a prevenir enfermedades infecciosas mediante la vacunación.

Lo que sorprende de la condición humana es que no reaccione contra estas campañas de infundios y alta letalidad, ni siquiera enterados de las crecientes cifras de enfermos y muertos con enfermedades totalmente prevenibles con la vacunación, como son el sarampión, el flu, la tos ferina, la difteria, la varicela, la meningitis de la niñez (meningocócica, neumocócica y por el Haemophylus influenza).  Tampoco los hace reaccionar el número grande de estudios bien diseñados que demuestran la falsedad de todos los argumentos dañinos y fraudulentos de los antivacunacionistas.  Este legado de enfermedad y muertes innecesarias no tiene quién le reclame a sus autores.  No nos queda otra cosa que continuar siendo trasparentes en la investigación, estar actualizados sobre vacunas, monitorizar estrictamente el comportamiento de la vacunación, convertirnos en docentes para los padres y los pacientes que se han de vacunar o vacunados, para la sociedad en general y particularmente para periodistas, sobre todos los aspectos de las vacunas y las enfermedades que previenen.

Como dicen Poland y Jacobson: «la sociedad tiene que entender que la ciencia no es una democracia donde la mayoría de los votos y las voces más chillonas son quienes deciden qué es lo correcto».

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