No es infrecuente justificar lo injustificable. Por ejemplo, decir que “la marihuana no produce muertes por accidentes como lo hace el alcohol”, o “la legalización del alcohol resolvió el problema del contrabando”, o, finalmente, “la marihuana no produce intoxicación aguda y muerte como la cocaína”.
Traigo estas citas solo para resaltar como las verdades alternativas y manipuladas son utilizadas con fines ajenos a la verdad, o como las noticias de hoy no se ajustan a los hechos actuales sino a anteriores o antiguos. La enfermedad y muerte por uso de drogas estupefacientes, legales o ilegales, no se pueden analizar sino como un todo. Tampoco podemos caer en la trampa de centrar el mensaje de las propiedades terapéuticas de la marihuana, por ejemplo, y obviar sus probados efectos perjudiciales. Entre otras cosas, todas las drogas estupefacientes, dañinas y mortales, han sido utilizadas en algún momento como fármacos.
Las hospitalizaciones, las enfermedades y las muertes producidas por el uso de substancias ilícitas o lícitas y tóxicas tampoco se conocen en su puntual magnitud. Son cifras subestimadas por la estigmatización social, lo que dice que existe vergüenza -y no respeto y compasión- por un adicto, mientras no existe vergüenza por un diabético, por ejemplo. Y ambas son enfermedades. Y ambas son enfermedades crónicas. Y ambas son enfermedades que hoy no se curan, solo se controlan con vigilancia estrecha.
La enfermedad o el trastorno por uso de drogas como también el suicidio son resultados de la compleja interacción de múltiples factores que modifican las estructuras neuronales y su función para la cognición, el comportamiento y las emociones, y que comienzan, por qué no, desde las expectativas que nos hacemos por lo que viene en el útero grávido, la presencia de situaciones desestabilizadoras que irrumpen la tranquilidad del embarazo, la impresión en la intimidad genética de huellas indelebles de enfermedad mental, las experiencias adversas de la crianza (negligencia, maltrato verbal y físico, acoso y abuso sexual, matoneo o bullying social, escolar y por redes), el tránsito y la docencia por una sociedad consumista del rendimiento, que llevará al cansancio, a unos antes que a otros.
Es hora de que modifiquemos el vocabulario, soez no pocas veces, que utilizamos al referirnos a estos enfermos y a sus enfermedades, por el respeto y delicado del trato humanista que se merecen, por la sensible travesía de las condiciones y por la universalidad de su distribución en la sociedad. Pero, paralelo a ello, que no justifiquemos lo injustificable, que no juzguemos. En aras de honrar los hechos doy unas cifras para la reflexión de quienes son jóvenes vulnerables a experimentar, padres vulnerables a ocultar el miedo con opciones erráticas, maestros vulnerables al desconocimiento a pesar de su magisterio, médicos vulnerables a la soberbia, empresarios vulnerables a las mieles de la riqueza. En fin, miembros todos de una sociedad del rendimiento y del cansancio.
La información -tomada de Medscape Pediatrics, agosto 16, 2019 y Medscape en Español, del 17/8/2019- pretende señalar y satisfacer números menos inexactos, y corresponden a la sociedad norteamericana y española. Ellas cumplen el cometido de esta opinión: revelar para hacer conciencia desde el conocimiento factual.
Nuestra juventud no vive una crisis de las drogas o una crisis de opioides, ni “una guerra ineficaz” contra las drogas, sino una crisis existencial que agrava la sociedad que los nutre, con el desconocimiento, la verdad alternativa, la noticia falsa, y, con la adoración por las riquezas materiales y su visión del humanismo como algo “pendejo”. 17/8/2019